Zona de mutación

El rogue

El ‘rogue’, ya se trate del elefante, el tigre, el león, el hipopótamo, es la condición que en un animal no respeta siquiera la ley de la comunidad, de la manada. Todas sus actitudes lo alejan de ella, del respeto a la ley o los derechos a los que se acogen todos los demás. Rogue es una palabra inglesa que traducida califica como pillo, caradura, estafador, bribón, granuja, criminal. ‘Rogue States’ es la denominación que se da a los estados canallas, aquellos que no se acogen a la ley que cumplen todos y se valen de su poder real para imponer por la fuerza, sus designios propios. Aún por vía del terrorismo de estado. Un poco lo que Noam Chomsky indica que hace EEUU con los dictámenes de la ONU, algo que cualquier estado miembro tiene vedado transgredir.

Pero hay una canallez propia del individualismo corrosivo que germina en los ámbitos culturales y en nombre de una fementida y presunta singularidad, socava toda posibilidad de un arte que funcione como visor de los deseos gregarios y grupales. Este agente dinamitador de las socialidades adscriptas a las aspiraciones de la ‘communitas’, son alentadas por factores de poder que lo usufructúan como un laser que secciona los cables que aúnan. Tiene el poder referencial de las bendiciones recibidas. Reclama para sí la facultad de ‘hacer la suya’ mientras mella en la premisa artística, la potencialidad multiplicadora de toda visión colectiva. El rogue es opuesto al rebelde. Aquel es un canalla, este es un bienhechor. Las corporaciones mediáticas, los administradores del poder corporativo saben lo que pagan al pagarle. Instrumentalizan las tendencias, para que el ejecutor de ellas, accione con el rayo de más fuerte. Todo es provinciano a su voracidad citadina. El poder detentador de la formación de tendencias, no es sino la arbitrariedad impune de quien limpia el camino de enemigos. Sus mecanismos y procedimientos culturales no son sino el terrorismo de quien disuelve en el yoísmo, la gracia de las visiones colectivas. Es capaz de vaciar las represas, de envenenar los panes. Se roba el centimil de los medios con la agresión desalentadora de sus hallazgos formales. Se cree lo que el poder le propicia. Sin embargo, y con todo, con él viaja la semilla que lo carcome: la de ser un mero esbirro a sueldo. Es el ángel luciferino del sistema neoliberal. Le toca ser el contaminador de una ‘poesía escrita por todos’. El sistema de genios al servicio del statu quo vilipendia la convicción soberana de un todo, de un nosotros. Sospecha de las autonomías donde abrevan los sueños solidarios. Se empecina en el control, y es proclive a las tendencias destructivas. El horror paraliza. Es un inoculador profesional de venenos mentales que tiene la legalidad malsana de un Monsanto en el campo de los biotóxicos. El rogue artístico se aleja porque tiene rédito. No escatima extender la mano para recibir la paga. Es amigo del príncipe. El subalternizador del arte como arma de transformación. El artífice, en una sociedad que regenera su tejido, de la desmemoria. Un lubricador de la amnesia enseñoreada en modelo de reconciliación. El olvido legaliza a los carnívoros. Mientras tanto, llegan niños muertos a las riberas de los mares.

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