Incendiaria en combustión

El sueño despierto

Supongo que una regresa del todo cuando empieza a reconocerse en el paisaje. El paisaje todavía no me reconoce pero yo reconozco que hacía años que no dormía con la luz del faro al fondo, tan intermitente y nocturna. Pienso en el faro como la luz que guía en la noche y recuerdo que, curiosamente, la del faro no es la luz que hay que seguir sino que es la luz que hay que evitar para no encallar ni estamparse contra la costa. Y mirando al faro, una no acaba de dormirse, a pesar de la bendita oscuridad y la monotonía de la noche. No dormir: una buena manera de perseguir el sueño despierto teniendo el faro como recordatorio de que a veces hay buenas opcioes que hay que descartar para no estrellarse. Como hoy.

Hay días como el de hoy en el que una aprende algo aunque no sabe muy bien qué. Son días en los que una cruza los dedos con todas las fuerzas después del esfuerzo para que aquello por lo que ha trabajado se cumpla. Son días en los que además de tener los dedos cruzados con fuerza para que se cumpla ese sueño nuevo, una se lamenta porque los resultados que siempre había esperado para un sueño anterior llegan tarde, llegan justo hoy, cuado tiene los dedos cruzados y cuando el sueño anterior ya se ha cumplido y hasta se ha transformado en pesadilla al esfumarse. Y son días como hoy, en los que una tiene los dedos cruzados, el corazón en un puño y hasta una cierta indiferencia, cuando reconoce que el milagro no está en el resultado sino en el proceso: el milagro de ilusionarse con la sola posibilidad de materializar una idea, el gran poder de generar ilusiones que llevamos por dentro aunque el exterior esté infectado de derrotas y decepciones. Y fue justo ahí, justo en el momento en el que relajé los dedos porque perdí el sueño que esperaba, cuando pensé en el poema de Mario Quintana titulado «De las utopías» en el que escribe: «Qué tristes serían los caminos si no fuese por la mágica presencia de las estrellas».

«Hacer realidad el sueño despierto, sin más guía que la del pequeño paso para andar el camino, sin mas ilusión que la de que mañana llegue a ser mañana», dijo aquel personaje sonámbulo que no era mío sino de otro. Y yo, que hablo en alto cuando duermo, no sé que es lo que estaba diciendo cuando volví a ver el faro. Su luz desapareciendo en la oscuridad me regaló otra idea – con toda la soledad que conlleva cada idea nueva, entre el miedo a que el sueño no llegue y con la tristeza de que el sueño se pase. La duda es ahora la de si seguir a idea o no, ya que, después de todo, la luz del faro es la que hay que esquivar. Pero en la creación, como en la vida, para saber no hay más remedio que intentarlo y volver a intentarlo y volver a intentarlo y volver a intentarlo hasta aprender que hay un momento en el que los tropiezos ya no son errores sino consecuencias del camino.

Y paso a paso, pasan los días y los paisajes, las glorias y los fracasos, las tristezas y las alegrías y llegan las nuevas ideas. Por eso, pensando de nuevo en Mario Quintana, me quedo con aquel precioso juego de palabras que el poeta hace en portugués: «Eles passarao. Eu passarinho!».

El personaje que no es mío sino de otro me ha dicho que todo esto lo escribí ayer pero hoy, en el ordenador, no he reconocido la caligrafía. Y me he despertado así, en medio del paisaje ante un faro impertérrito, buscando las estrellas a pleno día.

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