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El teatro telúrico de André Braga y Cláudia Figueiredo

No sé si te has dado cuenta ya o si aún necesitas esperar más avisos. El globo terráqueo, que compartimos de manera asimétrica e injusta con otros seres vivos, se queja. Lleva tiempo quejándose. Está harto de nosotros y le cuesta soportarnos. La Tierra nos ofrece el día y la noche, las estaciones, agua para beber y para bañarnos, sol para calentarnos… ecosistemas diversos en los que han brotado lenguas y culturas diversas. Pero como no nos basta con lo sencillo y necesario y cada vez necesitamos más, estamos poniendo a prueba la resistencia de lo que nos da la vida. Somos así de ingratos y de kamikazes.

El ecologismo es una consciencia, una actitud y una práctica imprescindibles en esta época de super producción y consumo, de calentamiento global del planeta.

Hay espectáculos de artes escénicas que asumen esa reivindicación de maneras diferentes, más o menos directas. Pero también nos podemos encontrar con piezas fenomenales que, sin apelar a la consciencia ni al ecologismo, lo despierten desde otro lugar menos discursivo, menos apologético. Me refiero a ‘CRATERA’ (Cráter) de André Braga y Cláudia Figueiredo, de la plataforma CRL Central Eléctrica do Porto (Portugal), que antes conocíamos como Cía. Circolando.

En ‘CRATERA’ – que estrenaron el 16 de junio de 2023 en el Teatro Académico Gil Vicente (TAGV) de Coimbra y que yo pude ver en el Teatro Nacional São João (TNSJ) do Porto el 9 de julio de 2023 – nos invitan a entrar en otra dimensión perceptiva, quizás no tanto cognitiva, como sensorial, sensitiva y perceptiva.

No se trata del saber ni del conocer, sino de la potencia sensorial que emana de varios aspectos: el movimiento de las actrices y actores, entre la danza, la performance y el teatro físico; el envolvimiento sonoro melopeico (creación de João Sarnadas); los objetos y dispositivos escenográficos con los que comparten e interactúan; el vídeo (de Gonçalo Mota), que amplía el paisaje escénico a paisajes de la ilha do Fogo (isla del Fuego) en Cabo Verde, donde no solo fueron grabados, sino también donde la compañía estuvo investigando sobre la vibración y la conexión con la tierra, en esa zona en la que su presencia e influencia resultan más ostensibles y puras que sobre el asfalto de nuestras ciudades.

Ana Rita Xavier, André Braga, Gil Mac, Lucília Raimundo, Nuno Barreto y Ramon Lima, parece como si tomasen su movimiento de la interacción experimentada y explorada en aquellos parajes fascinantes de la isla de Fuego. La proyección de vídeo nos permite ver algunos fragmentos de ese proceso, aunque no lo haga con factura documental, sino como otro actor o elemento actuante.

Sobre el escenario se activa un ritual en el que reina la armonía entre todos los elementos de la composición, en una horizontalidad ejemplar. Actrices y actores mueven el dispositivo escénico, en el que una enorme lona negra es inflada para convertirse en una especie de montaña voluble, que nunca está quieta y que no solo es movida, sino que también ella va a afectar y modificar el movimiento de quien la mueve.

Ante nosotros un paisaje escénico de facciones topográficas que va evolucionando casi imperceptiblemente, gracias a un manejo de las duraciones y temporalidades extraordinario.
No hay psicología, no hay historia, no hay personajes. Hay una mineralización acuosa, aérea e ígnea. Lo antropomórfico, por veces, se diluye en ese paisaje tectónico, hasta los límites de lo fantástico, que rozan la abstracción. Véase el momento en el que actrices y actores reptan por debajo de aquella superficie rugosa que cubre todo el suelo, o los momentos en los que penetran o son deglutidos por la masa de esa montaña, personaje, quizás, alegórico de la Tierra.

En ‘CRATERA’ asistimos al milagro de una obra en la que parece que no responde a la voluntad humana, sino a la voz de las propias fuerzas telúricas del planeta. André Braga y Cláudia Figueiredo consiguen, en esta creación colectiva junto a todo el elenco, la desaparición de los “egos” artísticos y de cualquier intención, para desplegar una miríada de intensidades, sin necesidad de las muletas del significado ni de la intención.

Cuando se produce la suspensión de nuestra incredulidad y abrimos nuestra predisposición, nos descubrimos totalmente absorbidos por esa dramaturgia telúrica y sensorial. La temporalidad es otra y ese paisaje sonoro, visual y energético nos reconforta y nos revela que no somos más que el medio en el que estamos. Somos la tierra porque estamos en ella. Si ella enferma somos nosotros quienes enfermamos. Si la maltratamos es a nosotros que maltratamos. Nada de esto se nos dice en ‘CRATERA’, ni tenemos porque pensarlo siquiera. Sencillamente, abandonamos nuestras cuadraturas y volvemos al círculo.

Incluso en las figuras arcaicas que, por veces, creo haber visto en este espectáculo, la contemplación es tañida o pulsada por esa membrana enorme, constituida por el paisaje escénico que fluctúa ante nosotros y con nosotros.

Y en todo ello está la magia. Pero, de esta vez, no solo la producida por los artefactos y artificios del arte, sino también la que nos traen de aquel contacto primigenio, la insuflada por el proceso de creación en la isla de Fuego, en Cabo Verde. Porque los procesos son importantes y, querámoslo o no, afectan a la calidad y cualidad de la obra.
Nunca las emanaciones fueron tan literal y metafóricamente tangibles en un espectáculo teatral como en ‘CRATERA’. Quizás porque vienen de la raíz más profunda, no de una raíz, sino de LA RAÍZ: la conexión con la tierra, la escucha, el tiempo. Dimensiones de las que, la mayoría, o como se suele decir, el común de los mortales, estamos muy alejados, en esta vida de ajetreos, competición, estrés y relaciones, inoloras e insaboras, mediadas por la tecnología.

P.S. – Otros artículos relacionados:

“El estado salvaje en la Noite de Circolando”, publicado el 21 de mayo de 2018.

“FITEI 46. Trauma y bravura”, publicado el 15 de mayo de 2023.

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