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El tiempo y La melancolía de los dragones de Philippe Quesne no Porto

Entrar en el teatro casi siempre implica una detención del tiempo ajetreado común, para ingresar en otras dimensiones temporales.

Para que se produzca esta transición, del tiempo común hacia otras dimensiones temporales, no es necesario recurrir a una ficción armada desde las típicas convenciones de la narratología. O sea, no es necesario componer un tiempo ficticio (dramático), que remita al tiempo diegético de una fábula que lo justifique.

No se trataría de ilustrar o representar un momento o un tiempo de ficción sino, sobre todo, de cambiar nuestra vivencia del tiempo.

Al cambiar nuestra vivencia del tiempo, cambia, también, nuestra noción del mismo y, por extensión, nuestra disponibilidad se abre.

Por ejemplo, Robert Wilson, con su Theatre of Images consigue generar esta transición en la vivencia temporal, a través de la ralentización (slow motion) del movimiento actoral, la yuxtaposición y simultaneidad de acciones escénicas, que generan un paisaje (landscape play) y la des-subjetivización o objetualización de las personas en el escenario, que se integran, en un diálogo rítmico, con otras acciones objetuales, sonoras y lumínicas.

En una tónica muy diferente a la del director tejano, el dramaturgo y director francés Philippe Quesne, también se inscribe en ese tipo de teatro híbrido, de alta dimensión plástica, que transforma el escenario en una instalación, en la cual las actividades reales, no ficticias, modulan y alteran nuestra vivencia temporal y nuestra percepción.

Nuestra fruición no depende de la ansiedad provocada por la intriga que, en el teatro dramático, implica el seguimiento de una historia y la resolución de los conflictos que plantea.

Nuestra fruición en el teatro posdramático de Philippe Quesne pende de ese estado demorado de observación y contemplación de un paisaje escénico que nos despega del suelo. Esta es, al menos, mi experiencia como espectador, tanto en Swamp Club, que puede ver en el Festival d’Avignon de 2013, como en La mélancolie des dragons, que he visto el 16 de febrero de 2018 en el Teatro Municipal do Porto Rivoli (Portugal).

(Sobre Swamp Club puede leerse, en esta misma sección de Artezblai, el artículo titulado “Observación e introspección. Cuaderno d’Avignon 13”, publicado el 9 de agosto de 2013)

El programa de mano de La mélancolie des dragons nos ofrece una descripción bastante articulada respecto a lo que vemos en el espectáculo: “Un grupo de hard rockers come patatas fritas dentro de un Citroën AX totalmente inmovilizado, en medio de un paisaje helado por la nieve que cae. Todo está en calma, el tiempo se ha parado debido a un problema técnico. Instalados en un espacio de algodón, los dragones van a encontrar el Snow White y construir un parque de atracciones minimalista y multifunción. Un proyector, una máquina de humo, algunas pelucas, el hit “Still Living You”, de los Scorpions, sonando en el aparato reproductor: lo maravilloso puede así nacer de cualquier cosa, cuando nos embarcamos en un sueño común. El trabajo de Philippe Quesne sigue el principio básico del juego del dominó: la última escena de un espectáculo da pie a la primera escena del espectáculo siguiente, abriendo así un basto campo para la reflexión. El inicio del espectáculo [La mélancolie des dragons (2008)] nos remite al final de L’Effect Serge (2007), en el que el personaje presente inventa pequeños efectos especiales en su apartamento. Este espectáculo  [La mélancolie des dragons] se nutre de referencias literarias, musicales y pictóricas, incluyendo el gravado de Dürer, “Melancolía” […]”

El escenario es como una instalación plástica, un paisaje artificial autoafirmado en la materialidad de sus componentes: en el centro, un coche, marca Citrën AX, con un remolque; alrededor, enmarcando el cuadrilátero del escenario, unas ramas sin hojas con un recubrimiento blanco, tal cual la nieve en los árboles; el suelo cubierto de placas de un elemento semejante al algodón, que simula una superficie nevada.

Al pisar, los pies se hunden levemente y dejan una tenue huella. De esta manera, todos los movimientos de los actores y de la actriz, además de realizarse con tranquilidad y una cierta parsimonia, resultan suavizados por esa alfombra blanca que cubre el suelo. Sin embargo, en ciertos momentos, por ejemplo cuando juegan a simular una pista de esquí, los actores manipulan las placas de algodón, poniendo en evidencia el artificio y su materialidad y rompiendo cualquier resquicio de ilusionismo o ficcionalización.

No se trata, por tanto, como ya he señalado, de una escenografía que oculte el escenario y finja, de manera realista, un espacio ficticio, sino de una instalación plástica, un espacio lúdico autoafirmado en su materialidad.

En este contexto escénico la acción se desarrolla en cuadros fragmentarios, que no se justifican por una lógica causal, o sea, que no se justifican por una necesidad, pero que, sin embargo, no funcionan por fractura en su sucesión, sino de una manera ligada. Esto ofrece una apariencia de continuidad, de legato, aunque, en realidad, se trate de cuadros que son autónomos: diferentes escenas en las que el grupo de hard rockers le muestran a Isabelle las diferentes atracciones que tienen preparadas para poner en marcha un posible parque de atracciones.

La situación desencadenante es una excusa de cuento: el coche se averió en mitad de una nevada. Encerrados en el vehículo 4 actores con melena pinchan música variada, con predominio de “heavy metal”, y beben cerveza. Los cortes musicales, en muchos casos, resultan abruptos y producen reacciones diversas en los ocupantes de los asientos traseros del coche, porque, de repente, se les rompe el rollo en el que estaban metidos con el tema musical anterior.

El público se queda atrapado en la observación de cualquier mínimo detalle que se produce en el interior de ese Citroën AX. Es como si el tiempo se parase y tuviésemos toda la existencia para observar cualquier particularidad en ese paisaje. Los 4 ocupantes del vehículo se quedan, finalmente dormidos.

Aparece, en bicicleta, Isabell, observa, ella también, el coche, del que sale música, se aproxima y da unos golpecitos en la luna delantera. Los 4 actores despiertan y salen a saludar a Isabell, como si fuese una amiga. Le dan besos y murmuran algo que nosotros no escuchamos apenas.

El texto, lo que se dice, en La mélancolie des dragons, en general, no se muestra como algo fundamental o imprescindible, no es un código necesario: el movimiento suave y demorado, dentro de esa instalación plástica de postal bucólica; frases que se dicen, espaciadamente, a veces, y que no son importantes, no buscan trasladarnos informaciones necesarias; situaciones de recreo y pasatiempo…

Así pues, poco a poco, nos vamos dando cuenta, en este análisis, que la dramaturgia va estableciendo dispositivos que anulan cualquier expectativa que pueda producir ansiedad o una dependencia en la espectadora y el espectador. Se nos ofrenda, sin embargo, la atmósfera y las acciones que posibilitan una recepción relajada, contemplativa y, a la vez, divertida.

El público de O Porto se río en muchos momentos y se podía captar, nítidamente, una conexión empática y un disfrute en el auditorio.

Es muy curioso que ese ambiente relajado, con un toque melancólico, produzca momentos cómicos, sin recurrir, desde la dramaturgia, al recurso del sketch ni del gag. El motivo de estas risas, creo yo, viene dado, precisamente, por esa atmósfera descontraída, exenta de preocupaciones y de un seguimiento finalista.

Es como si el espectáculo, una vez que aceptas el pacto de juego que te propone, anulase tus prejuicios respecto a que te tengan que estar sorprendiendo a cada momento con un efecto espectacular y un ritmo trepidante, o mostrándote acciones que requieran una enorme dificultad y virtuosismo, o que te provoquen e intenten romper tus esquemas, o que acaben por confirmar tus principios.

Es como si el espectáculo anulase tus objetivos y esperanzas, liberándote de ellas.

Es como si el espectáculo te emancipase de las necesidades prototípicas de una espectadora o espectador y te concediese la libertad.

A partir de la visita de Isabelle, recibida con serena alegría por los 4 ocupantes del Citroën AX, más los 3 actores que salen del remolque, asistiremos a la realización de actividades escénicas con un toque naif.

Isabelle hace un simulacro de mecánico, asomándose al motor del automóvil averiado, del que sale humo y, sin inmutarse, va extrayendo piezas y cables que entrega a uno de los actores y éste le pasa la pieza al siguiente y éste al siguiente, para, después, tirarla a un lado. Isabelle se acaba introduciendo dentro del hueco del motor y al salir realiza una llamada telefónica para certificar que la pieza que falta para que pueda funcionar el coche tardará 7 días en llegar.

Ante esta noticia, la congregación de los 7 hard rockers se dedicará a mostrarle a Isabelle los dispositivos que tienen preparados para montar un parque de atracciones: la instalación de los 7 hombres invisibles, al descubrir un cubículo transparente en el remolque, dentro del cual se encuentran 7 pelucas colgadas que un actor mueve, tirando de un hilo, mientras suena música heavy metal y el cubículo cambia de luz y se llena de humo, para generar una atmósfera mágica y, a la vez, graciosa, por ese ingenio naif y un poco absurdo.

También le muestran a Isabelle y al público una almohada blanca gigante, que inflan con un enorme ventilador.

Isabelle es, un poco, como la representante del público, se transforma en la espectadora en escena.

La enorme almohada blanca, manipulada por los actores, parece respirar. Después la trasladan en procesión y la colocan en vertical, para proyectar en ella imágenes y textos, con un cañón y un ordenador portátil que ellos mismos utilizan.

Esto implica, más que una interpretación, una actuación laboral, a través de la cual estamos asistiendo al proceso de ejecución del espectáculo. Todo se va haciendo delante de nosotros. Se muestra la preparación del efecto, del truco y, después, su realización y consecución.

Los 7 hard rockers ensayan y muestran las 7 atracciones que tienen preparadas para un parque de recreo: 1. La fuente de agua; 2. El viento; 3. La máquina de pompas de jabón; 4. El fuego, a través de la máquina de humo; 5. La naturaleza, con un arbolito nevado plantado en medio del escenario; 6. La colina, la montaña, que construyen con la almohada gigante de plástico blanco situada encima del coche y con un actor subido encima, que gesticula mientras suena el Carmina Burana; 7. La panorámica, para la cual ponen una escalera plegable a la que invitan a subir a Isabelle para que pueda contemplar todos los elementos funcionando. Ahí nos sitúan ante un cuadro maravilloso en la conjunción de luces, música, humo, pompas de jabón…

El escenario parece un espacio mágico de cuento de hadas.

Isabelle y los 7 hard rockers brindan con champán dentro del cubículo de cristal del remolque, mientras observan y celebran el parque de atracciones.

El último cuadro de La mélancolie des dragons es una acción musical y objetual. 2 actores ofrecen a Isabelle un concierto de flauta y guitarra negras, con una versión del “Still Loving You” de Scorpions, instalados dentro del cubículo de cristal del remolque, mientras los otros 5 actores despliegan 4 enormes rectángulos de plástico negro sobre la superficie nevada y los van hinchando, de uno en uno, hasta que se yerguen como gigantes dragones.

Los 7 hard rockers, tal cual nos explica Isabelle Angotti, en la conversación después del espectáculo, son la actualización, con sus melenas, sus vestimentas y su poesía, de los caballeros medievales que combatían contra los dragones. La búsqueda de lo maravilloso frente a la melancolía, esa palabra que estaba tan presente en todos los medios, por causa de la crisis socioeconómica, en torno al año 2008, en el que crearon La mélancolie des dragons.

Miro el escenario y veo a los actores, con sus pelucas, trabajando mientras se elevan esos enormes hinchables negros, agitándose entre la bruma y las luces, en una ambigua pugna o danza con el “Still Loving You”. El público, ríe, sonríe y alucina.

El prosaico movimiento laboral de estas actividades genera cuadros materiales en los que, sin embargo, florece el misterio y la magia.

Ese mismo día, antes de ir al teatro Rivoli, pasé por la librería Poetria, especializada en poesía y teatro. En Poetria hablé con Nuno, el librero que substituye a Digna, la librera que me aconsejaba sobre poesía portuguesa y que se ha jubilado. Encontré una edición muy cuidada de Teatro estático de Fernando Pessoa, a cargo de Filipa de Freitas y Patricio Ferrari, en la cual reproducen los manuscritos originales en los que Pessoa anotaba sus piezas fantásticas de teatro simbolista. Un libro magnífico publicado por la editorial Tinta China.

Mientras “jantava um bacalhau com broa” leí alguna de las piezas breves y, en la titulada Diálogo na sombra (1914), encontré unas réplicas que se encendieron en mi memoria, después, durante la escena final de La mélancolie des dragons, cuando los actores van desplegando e hinchando los enormes rectángulos negros de plástico:

“A – Eu sou simples como uma pedra no caminho ou uma rosa numa roseira.

E – És simples porque não te espelhas em ti. Uma pedra no caminho é um mysterio egual a Deus… Uma rosa n’uma roseira é tão incomprehensivel como a Vida…”

 

 

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