El Hurgón

El vicio de la desgracia

La noticia, en Santa Gracia, durante la última campaña electoral de que el tema de la cultura superaría las expectativas y anhelos de gestores culturales, oficiantes de artes, pensadores, intelectuales y demás personas cuyas actividades no están regidas por la precisión, le hizo una fisura de tamaño considerable al pesimismo, largamente alimentado por la crisis perpetua de este sector, porque apareció un candidato asegurando que tenía la fórmula para resolver los problemas sociales, culturizando a la gente.

Y no era para menos, el brote de entusiasmo generado por dicha noticia, porque tradicionalmente el de la cultura no ha sido un tema incluido de manera ostensible, y por demás coherente en los programas de gobierno de quienes ansían (rectifico, quise escribir aspiran) gobernar en Santa Gracia, por la sencilla razón de que el pan y sus mecanismos para conseguirlo han terminado convirtiéndose en este lugar del mundo, en donde siempre han escaseado uno y otros, en algo más importante que la cultura, aunque también debemos reconocer que cuando ésta adquiere visos de fiesta, ha logrado realizar el milagro de la alegría que produce la obtención del pan.

Cuentan que el candidato se paseaba por toda Santa Gracia, sin hacer el más mínimo comentario acerca de cómo desarrollaría su estrategia, y que a pesar de lo cual no quedó en la ciudad un solo rincón que no hubiese sido visitado por el optimismo, pues ese silencio fue saludado por quienes estaban reeditando la esperanza, como un acto de prudencia, porque la mención de la palabra cultura, como en otras épocas, volvía a producir espanto entre quienes comenzaron a ver en esa actitud silenciosa un riesgo de subversión.

-El silencio del candidato es una estrategia de mercadeo de la idea- dijeron, por otra parte, algunos analistas, expertos en marketing cultural, para disuadir a los temerosos de cambios, de que éste tuviese relación con la preparación de una celada para alterar la democracia de Santa Gracia, que se precia de ser la más antigua del continente.

Artistas de toda índole, gestores culturales, representantes del público, e intelectuales, que por fin estuvieron dispuestos a escuchar a los demás, hicieron silencio para enterarse por bocas ajenas de los pormenores de la noticia, y respondieron luego, en masa, a la convocatoria hecha por el candidato, y, convencidos de que se iba a materializar su ancestral deseo de imponer el gobierno de la inteligencia y el saber, porque vivían afirmando que no había otra manera de resolver los problemas sociales, y que esta era la oportunidad de cumplir el también viejo sueño de cambiarlo todo, firmaron su adhesión inmediata al proyecto de gobierno denominado: “contra todo, con la cultura”, sin saber exactamente de qué se trataba.

-¡Ahora nada nos detendrá! – vociferaban artistas, gestores culturales, representantes del público, intelectuales y demás, visiblemente emocionados por el próximo florecimiento de la cultura, parados a las puertas de la sede del candidato, ansiosos por conocer la fórmula que éste insistía en mantener cautiva dentro de su silencio, tal vez con la intención de estimular la curiosidad, según explicaban quienes todo lo explican, pero también interesados en averiguar en qué habían fallado ellos, veteranos andariegos por los caminos de la cultura, el arte y la intelectualidad, que no habían conseguido descubrir lo mismo, antes.

Se respiraba un aire de novedad en Santa Gracia, y muchas cosas, sin cambiar aún, comenzaron a parecer distintas. Empezaron a enfrentarse la esperanza de quienes veían aproximarse la realización de sus viejos anhelos y la desconfianza de quienes siempre lo han tenido todo y temen su pérdida, porque de un momento a otro los desposeídos de siempre empezaron a pavonearse por las calles, armados de un optimismo que apenas conocían de palabra.

Nunca antes se había oído hablar de cultura con tanto entusiasmo y esperanza, en Santa Gracia.

-¡No hay más qué hablar; aquí hay una conspiración! – afirmaron los que siempre habían gobernado, y la respuesta a su lamento fue el incremento del pie de fuerza y la sofisticación del espionaje, hasta que llegó un momento en que todo aquél que pronunciaba la palabra cultura tuvo detrás suyo a un agente encubierto escuchando sus opiniones y anotando sus gestos.

El insistente silencio del candidato intensificó las dudas de quienes temen a los cambios, pero también despertó la impaciencia de sus seguidores, cuyo deseo de actuar y de iniciar pronto un proceso de transformación social se estaba tornando en ansiedad, y sin que lo hubiesen acordado, ambos sectores, con la intención de obligarlo a hablar de su proyecto, promovieron un boca a boca y difundieron el rumor de que éste se iba a quedar sin apoyo si no empezaba a explicar pronto, cómo es que iba a acabar con los problemas sociales, culturizando a la gente.

Los que siempre habían gobernado pusieron en guardia sus oídos, porque ahora sí estaban seguros de que este iba a empezar a hablar, basados en la creencia de que un candidato está dispuesto a perder todo, menos a sus electores, pero éste los desilusionó, porque continuó encerrado en su silencio, y más aún, no expresó un solo gesto de preocupación, con lo cual avivó aún más el temor de unos y la impaciencia de otros.

Ya han pasado las elecciones en Santa Gracia, y sus habitantes han dado su voto a los de siempre, en calidad de provisionalidad – según dicen ellos -, mientras el candidato del silencio decide explicar cómo va a desarrollar su plan de resolver los problemas sociales culturizando a la gente.

Y no es de extrañar que esto ocurra, pues quienes conocen a los santagracianos, aseguran que éstos no quieren conjurar sus males, por temor a quedarse sin argumentos para alimentar en sus conversaciones el tema que tanta los apasiona: sus desgracias.

 

 

 

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