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Estilo… de vida. Sálvame

Según el barómetro del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) de diciembre casi la mitad de las/os españolas/es no compró ningún libro en 2014.

Las visitas a las bibliotecas tampoco han sido frecuentes. El 70,2 % de la población NO ha ido a una en los doce últimos meses.

Otro dato sobre nuestros hábitos es que a 6 de cada 10 españolas/es NO le han regalado ningún libro en todo el año 2014.

Curiosamente, yo que vivo al lado de una de las calles más comerciales de la ciudad, observo la enorme proliferación de tiendas de ropa y calzado. Y también me incluyo en esa masa consumista que ya no tiene armarios suficientes para meter todo el traperío, pero que en cada temporada encuentra alguna excusa para comprar alguna prenda.

Y es que nos gusta más vestirnos por fuera que por dentro.

La industria y su poderosa mercadotecnia han sabido crearnos ese hábito de consumo y esa dependencia: Smartphone, ropa y calzado, entre otros objetos obsolescentes.

Evidentemente, para poder estar a la última, es necesario hipotecar nuestro tiempo trabajando y ganando dinero para poder permitirnos ese goce de comprar un nuevo teléfono «inteligente» y hacernos un contrato de telefonía que nos permita estar en red, o para reventar los armarios de ropa y calzado. También de muebles que decoren nuestra vida.

Gracias a la televisión muchas parejas y familias aguantan mucho más tiempo juntas, aunque esa unión solo sea de contigüidad, porque imagínate si tuviesen que hablar o mirarse durante la convivencia, en vez de relajarse y desconectar mirando a las pantallas (televisor, Tablet, Smartphone…).

Gracias al patrimonio aguanta mucho más tiempo el matrimonio, porque en la casa siempre hay alguna cosita que hacer, algún mueble que cambiar, algún viajecito a ikea, algún estor diferente para aquella ventana…

Las mascotas también unen, porque aparte de que completan o suplen el vacío afectivo, siempre pueden convertirse en una excusa perfecta para templar los ánimos y para neutralizar el aburrimiento cuando la tele, las redes sociales, o los centros comerciales nos saturan. Las mascotas siempre están ahí, a nuestra disposición. En ese momento en el que tu pareja no te da los mimos o la caricia que esperas siempre puedes ir a acurrucarte al lado de tu mascota o salir de paseo con ella, en vez de mirar a tu pareja a los ojos y hablar.

El estilo de vida se relaciona, por activa o por pasiva, con una manera de pensar y de ser. Y no es algo innato sino educacional e inducido. En esto las televisiones y muchas series de ficción, sobre todo las norteamericanas, llevan años trabajando concienzudamente y lo han conseguido. El sueño de vida americano, la «american way of life», se ha extendido y nos ha cubierto.

Se trata de un sueño de vida que proyecta la «felicidad» de las personas en el consumo, en la propiedad privada: una buena casa, decorada a la última moda, con todos los dispositivos de domótica que hagan nuestra vida más dulce, un buen coche, ropa de marca, restaurantes… Y un postureo que nos permita sentirnos «especiales» y «originales». ¡Menuda paradoja lo de «especiales» y «originales», dentro de esos modelos estandarizados, a los que también contribuye la industria cosmética e, incluso, la cirugía estética!

Por estilo de vida no entendemos algo que alimente nuestro «ser» interior, sino toda esa miríada de objetos que envuelven nuestro vacío existencial.

Y el tiempo libre, así como la libertad del individuo, se reduce, al tener que trabajar y buscar los ingresos necesarios para satisfacer esas dependencias. Esos «bienes de consumo» que, además, también ocupan nuestro tiempo vital: mirar contratos y escoger, leer las instrucciones de funcionamiento del último aparato, instalar el último programa en el dispositivo informático…

Trabajo y entretenimiento, pasatiempo, cada vez más lejos del placer como una experiencia interior. Cada vez más fuera de nosotras/os, intentando inútilmente proyectarnos en esos simulacros de felicidad y sociabilidad externos y obsolescentes.

Si pasamos el rato mirando los 17 millones de publicaciones del «hashtag» de Instagram «lifestyle» podremos darnos cuenta fácilmente como eso del «estilo de vida» se asocia con el calzado deportivo de marca, la comida de diseño, el cuerpo de gimnasio, el coche de alta gama, el cuerpo objetualizado como un bien de consumo más y, en resumen, la pose.

Instagram, al igual que otras redes sociales, nos permite espectacularizar nuestra vida privada, sacarla al escaparate, tal cual las televisiones y sus programas de pasatiempo que nos anestesian del dolor y de las crisis de pareja, de familia, de trabajo y, en definitiva, del vacío.

Las publicaciones, el número de «seguidores» y de «me gusta», son un paliativo… incluso una forma de huida de la realidad hacia ese glamour soñado, ese tren de vida ideal de algunas de las series de ficción televisiva.

En todas esas publicaciones del Instagram, del Facebook, del Twitter… se reflejan, como espejismos, nuestras ansias de seres vulnerables.

Ahí se vierte toda nuestra vulnerabilidad al servicio de las empresas de marketing y publicidad.

Podemos llenar nuestra casa de figuritas de Buda y envolverla en incienso, de manera decorativa, con un toque «cool», y sin embargo ignorar el «Dhamma», la Enseñanza de la Liberación de Buda, basada en la comprensión lúcida y cabal de la realidad de las cosas.

Podemos trazar el diseño exterior de nuestra habitación y de nuestra casa, según la última tendencia «new age» y sin embargo ignorar un sistema ético y realista. Porque preferimos huir del análisis penetrante de la existencia y de la práctica del cultivo y perfeccionamiento de nuestra mente.

Tenemos un muñeco que representa a Buda encima del mueble del salón, al lado del televisor de pantalla de plasma donde vemos el Sálvame Deluxe o el Gran Hermano Vip.

Pero no somos capaces de salvarnos de la condena que nos ha casado a todo ese monte de «bienes de consumo» de los que dependemos y en los que hipotecamos nuestro tiempo vital.

Por la contra ignoramos las palabras de Buda, según el CIS no leemos ni tenemos muchos libros…

En el «ti-lakkhana» budista dice: «¿[…] las formas materiales son permanentes o impermanentes? – Impermanentes, señor. – Y lo que es impermanente, ¿entraña placer o sufrimiento? – Sufrimiento, señor. – Y de aquello que es impermanente y mudable y que entraña sufrimiento, ¿os parece que se pueda con razón decir: Esto es mío, yo soy esto, esto es mi yo?»

Curiosamente, en las publicaciones del «hashtag» de Instagram llamado «lifestyle» (estilo de vida), encontraremos cien mil versiones de imágenes de esas «formas materiales impermanentes» (el cuerpo de gimnasio, el calzado deportivo de marca, la camiseta de diseño…) en las que proyectamos una idea de «felicidad» y «placer» que nos condena.

¿Quién nos salvará si no lo hacemos nosotras/os mismas/os dándole un giro a nuestra manera de pensar, o sea: a nuestro estilo… de vida?

(Continuará)

Afonso Becerra de Becerreá.

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