Velaí! Voici!

Fantasmas y transportaciones en Prácido Domingo

 

La casa de la historia del teatro está habitada por innumerables fantasmas y, así, tan fantasma es hoy Hamlet, como el espectro de su padre el rey, como lo es también el propio William Shakespeare.

Toda historia está habitada por fantasmas ya que, como construcción de nuestra mente, crea o recrea ilusiones, transforma personas en personajes, elabora visiones… Toda historia es una ideación incorpórea y fantasmal. Una composición para convocar, conjurar o exorcizar fantasmas.

No obstante, el primer habitáculo para los fantasmas no es el reino del relato, ni siquiera las paredes de una casa, o los recónditos escondrijos de un bosque. El primer habitáculo para los fantasmas está en nosotros.

El 9 de diciembre de 2017 acudí al Teatro Ensalle de Vigo para contemplar el nacimiento de una nueva compañía de danza-teatro, o de teatro físico. Su nombre es Prácido Domingo.

Aunque la denominación parece remitirnos al prestigioso tenor operístico, en realidad, imagino, que hace alusión a la placidez del séptimo día de la semana en el cual hasta el mismo Dios descansó. Y tampoco está mal que una nueva compañía, formada por gente joven, apueste por esa dimensión festiva y plácida, por el teatro como un lugar para descansar del frenesí estresante del día a día ordinario, para penetrar en un territorio mágico que nos permita re-conectar con nosotros mismos.

Prácido Domingo está formada por una ex alumna, Belén de Bouzas, y dos ex alumnos, que son hermanos gemelos, Francisco y Diego Martínez Buceta. Al acabar en la ESAD de Galicia, continuaron su formación en danza, circo y artes marciales en diferentes lugares, entre Madrid y Lisboa.

Francisco Martínez Buceta ya había estrenado, en el Vigo en Bruto del Teatro Ensalle, el 5 de junio de 2015, un hermosísimo solo de danza contemporánea titulado A temperatura. O temperamento. Un poema escénico en el que la danza se integraba en una instalación plástica: un camino de espigas y su tensión ascensional frente al peso, sobre sus gráciles cabezas de simiente, de varias plomadas plateadas que colgaban del techo. En medio, Fran danzaba y nos cantaba: “Más vale trocar / placer por dolores / que estar sin amores.”, de Juan del Encina. Y su cuerpo se movía hasta componer delicados nudos que adquirían la temperatura de las simientes que, en primavera, estallan en el lecho fértil de la tierra, para asomar en tiernos brotes de vida. Un trabajo dancístico y plástico de temperaturas que adquirían tonos simbólicos alrededor de la pasión.

Al abrigo del proyecto .EXE. Espazo Xerador Ensalle (Espacio Generador Ensalle) de la sala viguesa, aparece ahora la compañía Prácido Domingo con una fantástica pieza inaugural: Non hai que ser unha casa para ter pantasmas (No hay que ser una casa para tener fantasmas). Obra con la que, además, han ganado el primer premio en la especialidad de teatro del Xuventude Crea, un certamen para jóvenes creadoras/es, menores de 30 años, organizado por la Xunta de Galicia.

Non hai que ser unha casa para ter pantasmas es otro poema escénico de danza teatro que invita a una contemplación plácida, para ir, poco a poco, sin que nos demos cuenta, adentrándonos en zonas misteriosas que concitan asociaciones entre la animalidad de lo corpóreo, lo voluptuoso, y la espiritualidad de lo etéreo.

Entre el rumor de insectos y la luz, por momentos ultraterrena, por momentos solar y por momentos ígnea, se trenzan tres cuerpos en un juego de simetrías mágicas.

En el escenario, una congregación trigémina oficia transportaciones, a través de manos que se anclan en las bocas, entrando en ellas, o que se agarran a las caras, presionando en el nervio trigémino, para que uno de los cuerpos haga de motor y arrastre, deslice y transporte a los otros dos cuerpos. Ahí la trinidad de los cuerpos es una y trina.

Pese a ser dos actores gemelos, Francisco y Diego, y una actriz, Belén, la dramaturgia diluye totalmente los roles de género. No hay masculino ni femenino, no hay actriz y actores, hay tres personas que, por la conexión del movimiento, pueden ser una o tres.
Hay una alternancia en el cuerpo sujeto y motor de la transportación, mientras los otros dos cuerpos se objetualizan, adquiriendo posiciones rígidas escultóricas.

El movimiento es de trazo lento, continuo, seguro, equilibrado, con contrastes, en algunas secuencias, en las que los cuerpos se sacuden, en las que las cabezas se agitan.

Esa trinidad rumia simetrías mágicas y pare figuras silentes de candorosa plasticidad.
El silencio de los cuerpos evoluciona hacia los murmullos y la oración responsorial contra el miedo atávico, contra la loba y el lobo, y los fantasmas que nos acompañan.

La luz, accionada por Laura Iturralde, segmenta los cuerpos y aparecen flotando los tres rostros en la oscuridad, que se alternan con las siluetas de las manos, haciendo figuras en las paredes.

Las imágenes de sortilegio, el agitar de las cabezas, el sacudir los cuerpos, las manipulaciones que, en algunos instantes, recuerdan a aquellas de “levantar la paletilla” o conjurar los males, que hacían meigas y curanderas/os, acaban por configurar una coreografía casi de reminiscencias antropológicas, muy ligadas al panteísmo galaico.

Hay un predominio de la conexión con el suelo: combinaciones dancísticas en la horizontal, apoyo y trabajo ostensible con el peso. Mucha toma de tierra por parte de los cuerpos y mucho aire en la mirada. Velahí dos ejes que se amparan.

Un trabajo coreográfico con una dramaturgia muy cohesionadora, que pivota sobre la contemplación de figuras que nos transportan y nos suspenden, en un estado casi de hipnosis, donde la belleza de la forma es la belleza del contenido.

Los fantasmas están en nosotras/os y entre nosotras/os, aparecen entre los dedos o en la articulación de actos como el de besar, estrangular, acariciar, cegar, cuidar, golpear… que dependen de la posición de las partes del cuerpo que intervienen, de la presión que ejercen y de la duración que sostienen.

Los fantasmas no están en las casas ni en las paredes, están en nosotras/os y entre nosotras/os, pero la belleza de las formas exorciza los miedos.

 

 

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