Críticas de espectáculos

Flor infame, filmada en escena

Bello e infame. Silencio en un rincón donde aguarda una diagonal de dos sillas: ¿quién se sentará en ellas? Un coche en el lado izquierdo de la escena: ¿quién conducirá? Una farola y un espejo: ¿quién paseará con su reflejo por la orillita del mar? Una jaula en el lateral derecho: ¿quiénes viven presas? ¿Cuántas son? ¿Y sus nombres? ¡Qué digan sus nombres! ¿Y ellos, los violadores, corruptos y maltrechos? El teatro cede su realidad inmediata al ojo-objetivo que monta las imágenes para encuadrar un relato que sobrevive y crece. Fin del luto y rumor de lluvia.

En un rectángulo iluminado la figura se dispone a contar el discurso. La afección corre antes que el sonido. Su cuerpo se desdobla. La vemos dos veces: por nuestros párpados y por un ojo-cámara que la encuadra, fijo y cenital, y la proyecta en la pantalla del fondo. Cambio de plano. Reencuadre de la escena: hay otro ojo-objetivo móvil que, cuando no sea punto de vista narrador, se sentará en las sillas a escuchar a la imagen frontal de un discurso abierto que está vivo. La actriz Marina Salas es esta silueta que entra metaléptica al relato; es el cuerpo que recupera estas secuencias de imágenes-recuerdo y la voz con chaqueta negra que las narra desde un plano más actual, pero que sólo se aleja para verse entera. Marina es el nombre que se desdobla serial dos veces. Una para ser Lydia Cacho, y otra, desde esta última, para ser el cuerpo secuestrado y la voz pensante a la que seguir en el camino de melodía ascendente de tensión.

La imagen proyectada mantiene en primer plano la soledad y el sentido consciente de ser mujer. Las secuencias se construyen ante nosotras. Palabras y cosas, y entre ellas, imágenes. Revividas, narradas y filmadas, gracias al trabajo de Alessio Meloni y Emilio Valenzuela. Se yuxtaponen a un escenario fundido a negro. El sistema de luces diseñado por David Picazo permite la continuidad fílmica entre espacios creados del recorte in fieri del escenario. Las dos series de focos laterales se cruzan en la superficie para envolver a esta figura, testigo y protagonista, que cuenta La infamia. Mujer que la vive hoy a través del último elemento de la puesta en escena, la pantalla. La verdad de esta obra-testigo se inicia con las palabras de la periodista y activista Lydia Cacho y se extiende por los lenguajes visuales de las artes escénicas gracias a la dirección de José Martret.

En el coche, el objetivo-cámara de Alicia Aguirre Polo avanza hacia dentro. Lo fílmico ansía el retrato del afuera de esta voz de primera persona. La conciencia-cámara opera el movimiento de los ojos que reencuadran, cortan y montan el pasado. La luz del escenario se cuela en la esquina inferior del encuadre. Es el signo dramático que recuerda que la escena está teniendo lugar ahora en un teatro. La infamia es entonces un texto-montaje global y al nivel de representación entre imágenes vistas, y de dos naturalezas diferentes (ojos y cámaras). La realidad actual y su percepción no son objetivas, porque cada par de ojos ve lo que le interesa. Interpreta libre y guiado por su memoria. Por esto, el discurso sobre una verdad vivida recurre a los procedimientos lingüísticos del teatro y del cine. Sus lenguajes le arrancan lo ordinario a la palabra y lo ambiguo a la imagen. La verdad se libera sobre esta superficie de poesía.

Un lloro agónico colapsa el zoom creado, al acercar la mirada al detalle: la boca que quiere tragarse a sí misma; el pecho que tiembla para destrozarse antes de que ellos lo hagan. Siempre fueron ellos. ’¿Quieres nadar ahora?’ El vientre quiere desprenderse del tronco antes de que lo toquen. Se ahoga. El grito pierde el sonido y el diálogo del Yo persiste.

En un rincón del alma se esconde lo bello que recuerda quién fue. Un suspiro. El amor y el miedo corrompen la conciencia de un cuerpo violado tantas veces. Tantas niñas. Tantos niños. Su imagen arde esperando que la angustia desaparezca. Pesa demasiado. Cuando la jaula se abre se escucha un zumbido eléctrico. El aire de la calle está frío. El rostro no reacciona pero la voz lo siente. Un suspiro distinto. Está entera para vivir y seguir narrando las violaciones machistas y sistemáticas de nuestros derechos. Por ella y por aquellas que perdieron la voz. Se escucha un rumor de olas. Nademos en el mar, juntas.

Andrea Simone

FICHA ARTÍSTICA:
•Autora: Lydia Cacho
•Adaptación: Lydia Cacho y José Martret
•Dirección: José Martret
•Actriz: Marina Salas
•Diseño de espacio escénico y vestuario: Alessio Meloni
•Diseño de iluminación: David Picazo
•Diseño Diseño de videoescena: Emilio Valenzuela
•Operadora de cámara: Alicia Aguirre Polo
•Dirección de producción: Eva Paniagua
•Coproducción de Teatro Español y Producciones Come y Calla
Teatro Góngora – Córdoba – 04/03/2023

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