Sangrado semanal

Huérfanos

Se nos va llenando el cielo de ancestros. Los Maestros se van y una mira hacia arriba cuando los menta, cuando dice su nombre en voz alta, ante otros. Se nota que van pasando los años, no sólo por la experiencia acumulada y las arrugas, todos ellos lugares comunes de un mismo deambular vital, sino porque se nos va muriendo la gente. Al principio, cuando empiezas, los maestros ausentes no duelen, se acepta que se fueron hace tiempo, porque así había de ser y una conversa con ellos en los libros, en los videos, en los guiños que otros artistas les hacen en el escenario.

Pero la vida va pasando y aquella mujer de la boca de fresa que conocías, se despide del mundo con un ademán mudo; otro que andaba entre Madrid y acá también se va y una recuerda los consejos que le dio en un jardín amigo después de haber sido espectador de su pieza. En la vida parece que nada cambia, hasta que cambia. Por eso, a medida que se suman primaveras, una va entiendo lo de «Virgencita que me quede como estoy». Muchas veces no somos conscientes del milagro que estamos viviendo al tener estabilidad dentro de un proyecto teatral que chuta o que se mantiene con todos sus miembros o que sigue contando con el apoyo del público… todo está ahí, convertido en día a día difícil de apreciar, hasta que la luna cambia y los amigos se van.

En una compañía con elenco estable, perder a un compañero es como una pequeña muerte, y no orgásmica, precisamente. El valor y la supervivencia de un grupo laboratorio que entrena, forma y genera espectáculos depende, en gran medida, del equilibrio entre sus miembros. Cada persona es importante, forma parte del delicado engranaje que hace que el grupo funcione a todos los niveles. Cuando se van, porque se ausentan, por un trabajo remunerado, por pura supervivencia, nos quedamos un poco huérfanos, como si se te hubiese ido un hermano a Alemania a trabajar.

Tenemos la ilusión de la estaticidad. Y es que las ilusiones son muy mala cosa. Nos impiden vivir en el aquí y ahora. Todas las corrientes actuales de la búsqueda del yo interior hacen hincapié en la importancia de la respiración, como ancla viva del presente. Parece ser que si conseguimos vivir en ese presente respiratorio, las penas serán menos penas y las muertes dolerán menos. Como ven la teoría me la sé. Ahora bien, pasar del «penseiro al haceiro» es harina de otro costal. Y si no que se lo digan a la gente de teatro que de eso sabe mucho. Esa gente que nos está llenando el cielo convertida en ancestro. O esa gente que se va a trabajar al otro lado porque aquí no puede vivir dignamente de su profesión.


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