Incendiaria en combustión

Impresiones sobre el vacío

En medio del vacío hay una mujer suspendida. Bajo sus pies no hay ninguna red que la proteja, sobre su cabeza tampoco hay red alguna que la encierre. Ésa es la primera imagen que sobrevuela mi mente al entrar al ambiguo club de jazz que se mueve entre el panóptico y el manicomio que la compañía costarricense Abya Yala propone en el espectáculo al que nombraron «Vacío».

«Vacío» es una propuesta completa, un trabajo multicéntrico donde el espacio, los olores, el movimiento, los sonidos y las texturas se hilan en una dramaturgia compleja que desborda el control del público hasta el punto de obligarlo a abandonarse a lo intuitivo, a dejarse arrastrar por la comunicación directa con las intérpretes –actrices, cantantes, músicas o bailarinas- que al tiempo ejercen de camareras, desvelan impotencias e injusticias o son portavoces del silencio de la historia femenina.

«Vacío» es un trabajo feminista sobre la mujer y sobre la locura femenina, sobre los silencios que le fueron impuestos y que se han ido perpetuando gracias a la construcción cultural realizada por el patriarcado. Para acabar con el confinamiento histérico al que fue obligada la mujer, Abya Yala realiza un trabajo de campo y saca a la luz, entre otros elementos, las numerosas cartas de las internas de un manicomio de San José de Costa Rica a principios del siglo XX y que nunca fueron remitidas a sus familiares por orden del director del centro. Si en «Archipiélago Gulag» no tener «derecho a correspondencia» era sinónimo de haber sido fusilada; en este caso, las cartas intervenidas eran símbolo de un enterramiento en vida, de una reclusión en el silencio.

Entre canciones y slogans publicitarios que evidencian la sumisión de la que siempre fue víctima la mujer y entre los testimonios de numerosas internas «enloquecidas» por desviarse de las normas sociales, se suceden imágenes de gran poder plástico y los comentarios aparentemente rigurosos de un narrador masculino que encarna una de las actrices. De esta manera, entre lo visual y lo textual, entre lo musical y lo coreográfico, el público ofrece ojos y oídos a las voces enmudecidas y descubre la necesidad de desmontar la perpetuación de esta mirada cultural que aún arrastra la mujer. Y así, resuenan el «Madre Insolente», el «Virgen imprudentísmima», el «Madre Sucísima», el «Madre Promiscua», el Madre Admirable, el «Reina de las apóstolas» o el grito «¡No nos des paz!»: máximas que el conjunto actoral reza a modo de coro a la inversa, a modo de un coro que no avanza sino que retrocede hasta el útero.

«Vacío»: Un trabajo de múltiples capas que clama contra la perpetuación, que grita sutil y certeramente para no asumir lo impuesto a perpetuidad. Y que al igual que aquel «Enter the void» de Gaspar Noé -donde tras recorrer la ciudad de Tokio desde el aire y traspasar sus muros y sus cañerías- se sumerge en el núcleo de la existencia, en el lugar de las entrañas femeninas donde comienza todo y donde hay posibilidad para el ruido y para la furia.

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