Críticas de espectáculos

Incendios/Wajdi Mouawad/Mario Gas

INCENDIOS de Wajdi Mouawad

De la tragedia al drama

David Ladra

Tras su fugaz paso por el teatro Español en 2008 y otra corta temporada de diez días durante el otoño de 2010 en la recién inaugurada sala 2 del Matadero, presentada entonces en francés por la propia productora Théâtre Abé Carré Cé Carré de Wajdi Mouawad, acabamos de tener ahora la oportunidad de presenciar en el teatro de la Abadía la ya mundialmente celebrada Incendios en una traducción al castellano preparada por Eladio de Pablo, puesta en escena por Mario Gas y con la participación de Nuria Espert.

En la crítica que con motivo de las representaciones del Matadero se editó en artezblai.com el 28 de septiembre de 2010 (Pág. 17 de 44) ya se hablaba de los temas principales de la obra entre los que destacaba, junto al drama humano que representaba la tragedia personal de sus protagonistas, el hecho de que, en los países ribereños del Mediterráneo, fuese el recurso a la guerra civil el modo habitual de saldar nuestras disputas. Si ello era cierto en la época en que Mouawad estrenó su obra (2003), la situación actual, con los conflictos sirio, kurdo e iraquí en plena efervescencia, no augura en modo alguno la pacificación de la región en un futuro próximo. Por supuesto que las causas primeras de estas contiendas se deben al intervencionismo de Occidente, pero la atrocidad, el salvajismo y la barbarie que se dan cita en Incendios son nuestro patrimonio, una herencia que los pueblos mediterráneos mantenemos desde la Antigüedad y que, a través de mitos y leyendas, terminó concretándose en un género dramático, el de la tragedia, que siempre ha obsesionado a nuestro autor.

En cualquier caso, el objeto de las presentes líneas no es volver a plantear cuestiones ya tratadas en la crítica citada más arriba sino llevar a cabo un estudio comparativo de las dos puestas en escena de la obra, la del propio Wajdi Mouawad con su grupo canadiense por una parte y, por otra, la realizada por Mario Gas en la Abadía, con objeto de sacar consecuencias en lo que se refiere a las inclinaciones de nuestro público y, consecuentemente, a la manera de hacer teatro en el país. Del primer montaje, se escribía en la antedicha crítica: «Desde que comienza la función y durante las dos horas y media que dura, el espectador está pendiente de la acción y mantenido siempre en vilo tanto por su intrigante desarrollo como por los continuos cambios de rumbo que jalonan su peripecia. Lejos de remansarse en trasnochados psicologismos, que elude recurriendo al arrebato de sus pasajes líricos, el autor se concentra en relatar los hechos, alternando el hoy con el ayer, la trama en Canadá con la del Líbano. (…) Así, como una construcción sabiamente planificada, va transcurriendo la obra hasta que el propio fluir de los acontecimientos nos va introduciendo en el horror. Y es entonces, en la culminación de la masacre, cuando Sawda, su eterna compañera, cuenta a Nawal cómo los milicianos obligan a una madre a elegir cuál de sus tres hijos se ha de salvar de ser tiroteado, cuando nos damos cuenta de que el drama ha pasado a ser una tragedia (…). No hay ni un punto de sentimentalismo en Incendies ni un asomo de buena conciencia, sólo el pathos que nace de la tragedia ática».

Muy al contrario, se podría decir que la versión castellana de Incendios que hemos presenciado en la Abadía es justo el calco inverso del Incendies que puso en escena Mouawad. La acción se nos presenta más lenta, más pausada, como si Mario Gas quisiese estar seguro de que el público la sigue y entiende por completo, en especial cuando los «quiproquos» y pistas falsas se empiezan a acumular hacia el final. Allí donde el autor de origen libanés juega con la audiencia y le propone un sinfín de caminos que terminan sumiéndola en un terreno ambiguo (pero, ¿quién es esa «mujer que canta», Sawda o Nawal?), Gas intenta que el espectador no se pierda y mantenga el rumbo de la acción dejándole más tiempo para reflexionar (yo habré de confesar que en Incendies no supe responder a la anterior pregunta hasta que el antiguo guarda de la prisión la señala en la foto que le muestran). Puede que, desde el punto de vista de la comprensión del respetable, el montaje en castellano resulte inteligible, más que el original, pero pierde en intriga e interés hasta hacerse tedioso en ocasiones y provocar algún que otro bostezo.

Pero hay más. Ese surplus de tiempo del que disponen los actores, aun tratándose de décimas de segundo, les da el respiro suficiente para hacerse con la obra por entero, darle la vuelta del revés, y llevarla a donde todos quieren, que no es otra cosa que el drama. De este modo, la objetividad de la sucesión de hechos nefastos, el estoicismo con que son recibidos o, cuando no es así, los arrebatos líricos propios del «pathos» trágico, son aquí relevados por esa erupción sentimental, esa declamación tan cercana al sollozo o ese alarido de pasión que caracterizan lo dramático. Basta con recordar el relato de la madre obligada a escoger uno entre sus tres hijos que interpreta Lucía Barrado en su papel de Sawda, para percibir la diferencia con el mismo fragmento de Incendies. Consciente de que éste es un momento clave, la actriz «se distancia» hasta el límite de lo que le permite el modelo de actuación general. Su intervención es de un gran dramatismo, llega hasta la frontera, pero no la puede traspasar al no recibir la respuesta adecuada del conjunto. Seguimos en el drama, la emotividad, el desgarro y el grito. Igual ocurre con la Espert, contenida y espléndida como madre y abuela de Nawal pero menos entera como Nawal mayor, escogiendo, de los muchos que tiene, un registro dolido y lastimero y mucho más cercano al falso patetismo de todo melodrama.

Vista de esta manera, Incendios puede llegar a resultarnos un verdadero folletón. Claro que la obra en que se inspira, Edipo rey, también lo sería si nos atuviésemos exclusivamente a su trama. Es la propia liturgia de la ceremonia que se oficia ante los ciudadanos, lo sublime de su texto poético, la solemnidad del parodos y el exodos que marcan la entrada y la salida del coro, los cantos y las evoluciones de éste sobre la arena, la declamación de los actores y la suntuosidad de sus máscaras y de su vestuario, en definitiva, el texto y la puesta en escena en su conjunto, los que provocan el terror y la compasión catárticos entre un público totalmente entregado al espectáculo. Una audiencia que fue allí convocada para dar testimonio del gran poder de Atenas y sus instituciones. Cuando, siglos más tarde, tras la comedia clásica, surge el drama burgués, pierde su carácter popular y se convierte en entretenimiento («divertissement» según Pascal). Pero la distracción no es gratuita: aunque no haya ideales que defender, sí habrá que hacerlo con la propia sociedad burguesa, sus bases, sus principios y su estilo de vida. Un espejo que refleja la sala sustituye a la cuarta pared. Y en él, la audiencia quiere verse tal y como piensa que es: sensible, justa, generosa y dispuesta a compadecerse del prójimo, su hermano. Una pretensión que requiere, para verse mejor, deformar el espejo por parte del autor o el director.

Así que como drama, esta puesta en escena es congruente y concuerda con los gustos de nuestro respetable. Todo está en su lugar: la traducción de Eladio de Pablo, el montaje de Mario Gas, la interpretación de Nuria Espert y otros muchos artistas (Ramón Barea en el notario Hermite Lebel, un papelón; los gemelos Carlota Olcina y Álex García; el polifacético Alberto Iglesias; Laia Marull como Nawal joven; Edu Soto en su papel de francotirador; o la ya citada y excelente Lucía Barrado), el espacio sonoro, la iluminación y la escueta escenografía. Pero habría que pedirle a nuestro público una mayor apertura de miras: no «ver» siempre con el corazón sino también con la cabeza el horror y el espanto que nos rodean si es que, en lo que podamos, queremos buscarles solución.

Título: Incendios (Incendies) – Autor: Wajdi Mouawad – Traductor: Eladio de Pablo – Intérpretes: Ramón Barea (Hermile Lebel, El médico, Abdessamad, Malak); Álex García (Simón, El guía); Carlota Olcina (Jeanne); Alberto Iglesias (Ralph, Antoine, Miliciano, El conserje, El hombre, Chamseddine); Laia Marull (Nawal joven); Edu Soto (Wahab, Nihad); Nuria Espert (Jihane, Nazira, Nawal); Lucía Barrado (Elhame, Sawda) – Escenografía: Carl Fillion – Vestuario: Antonio Belart – Videoescena: Álvaro Luna – Espacio sonoro: Orestes Gas – Iluminación: Felipe Ramos – Dirección: Mario Gas – Producción: Ysarca S.L. en coproducción con el Teatro de La Abadía, en colaboración con Teatro del Invernadero – Teatro de La Abadía, del 14 de septiembre al 30 de octubre 2016

Noviembre 2016

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