Sangrado semanal

Intensidad

Una feria es intensa. Deja el sabor de los campamentos de verano. Somos adultos y no lloramos cuando toca despedirse de las personas que se han convertido en uña de la propia carne por unos días, por unas horas. Se adopta, entonces, una actitud profesional de cuerpo viajado y el vínculo se cercena con un corte repentino y aséptico. En la esperanza de que sea indoloro: «Adiós, adiós, hasta la próxima feria, gracias por todo, ha sido un verdadero placer».

Son muchos los personajes que pueblan el escenario que es, al fin y al cabo, una feria de teatro: actores que trabajan como distribuidores, espectadores que son actores, visitantes del lugar y del resto del mundo, organizadores, artistas, asociaciones y políticos, otras ferias. Azafatas y azafatos, camareras, voluntarios, técnicas y regidores. Compañías, directores, padres con hijos e hijos con padres, programadoras, despistados, jurados, premiadas, personal de seguridad y, al menos, un taxista.

Cada agente sabe lo que tiene que hacer, de modo que, a lo largo de los intrépidos días de feria, se va tejiendo una red hecha de miradas cálidas, cómplices, disuasorias, retorcidas, entregadas, impacientes, agotadas, enérgicas, vigilantes, limpias, tuertas, sorprendidas, agradecidas, displicentes, prepotentes, bellas e, incluso a veces, inteligentes.

Los eventos de estas características suelen tener un «alma». Un alma atrapada en la forma de un cuerpo humano que va de aquí para allá y que está con todos sin poder estar prácticamente con nadie. Al alma de la fiesta, perdón, de la feria, se le puede reconocer entre el gentío por la descomunal fuerza que orbita a su alrededor y que lleva consigo allá donde fuere. Pero, si una quiere atraparla por unos instantes ha de estar atenta y con los sentidos bien despiertos. Porque… ¡ahora la ves! y en el instante siguiente ¡ya no la ves! Son criaturas especiales, de hecho creo que durante esos días, tienen hasta súper-poderes.

Así, una feria conforma en sí misma un macro-organismo en el que se establecen simultáneamente y en distintos planos relaciones de muy distinta índole: Si uno es espectador, ve los espectáculos. Si uno es actor trabaja codo con codo con el regidor. Si uno es profesional se reúne con los colegas del sector para analizar la situación. Si uno es premiado recoge la figurilla de manos de un político orgulloso. Cada uno ejecuta su papel a la perfección.

Y si, además, hay suerte, puede que se cumpla el fin último por el que un evento de estas características tiene su razón de ser: los diversos personajes que habitan la feria pueden coincidir el último día en el mismo espacio para ver el espectáculo nocturno que cierra la edición de ese año. Puede ser, además, que éste atrape por ser una propuesta buena, grande y sabia. Aunque los actores sean jóvenes. Y entonces sucede que programadores, políticas, bailarines, civiles, críticos, actrices, visitantes, regidores y taxista se convierten, por unos instantes, en espectadores maravillados que disfrutan con la misma intensidad que los niños en un bello día de campamento de verano.

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