Velaí! Voici!

Jugar los clásicos por Luis Miguel Cintra y João Mota

Es cierto que las obras clásicas forman parte, consciente o inconscientemente, de nuestro pensamiento contemporáneo, ya que éste no surge por generación espontánea sino que es el resultado de una acumulación. ¡Hay un largo legado detrás!

Nuestras lenguas, pese a su enorme evolución, poseen una base griega y latina.

En nuestras palabras se conservan las reminiscencias de la cultura primigenia clásica y romana.

Las palabras, en sus étimos griegos y latinos, guardan una relación mágica con la realidad que representan y con la idiosincrasia y el pensamiento derivado.

Grecia, según parece, aquella Grecia mítica, fue la cuna de la civilización occidental, copiada después por Roma.

El Imperio Romano extendió no solo su lengua, el Latín, sino también otros usos y costumbres (como hoy hace el Imperio Estadounidense y más adelante hará el Imperio Chino).

Fabulo con la hipótesis de que a la potencia cultural y artística de la Grecia Clásica (Esquilo, Sófocles, Eurípides, Aristófanes, Menandro, entre otros, en el longevo ámbito de la dramaturgia. Y Aristóteles como su teorizador), pronto fue suplantada por la potencia bélica y económica. Actualmente parecen seguir unidas esas dos fuerzas, la bélica y la económica, la industrial, para colonizar el planeta allá donde pueden sacar algún provecho de ello. Amparadas por dioses instituidos en religiones (la Católica) o en mastodónticas multinacionales (Microsoft, Inditex, MacDonalds, Ikea…) propagan sus estilos de vida y crean sus adeptos sumisos.

En los idiomas van quedando impresas las huellas de las civilizaciones que los emplearon y los hibridaron.

En las obras clásicas de la dramaturgia universal también se contienen modelos que operan en la actualidad. En ellas podemos encontrar un sustrato de nuestras actitudes, movimientos y acciones.

En las obras clásicas de la dramaturgia universal hay palabras, frases y expresiones que han permanecido ahí fijadas más de dos mil años. No obstante, y sin necesidad de adaptaciones que intervengan y cambien el texto escrito excesivamente para aproximárnoslo, el sencillo y, a la vez, complejo proceso de decirlo y actuarlo hoy, ya supone su actualización.

Cuando una actriz o un actor se permiten darle sentido a esas palabras tejidas hace más de dos mil años, para proyectar en ellas sus inquietudes e ideas, para jugar con ellas, entonces se produce una activación de la obra clásica que la vuelve, sin más, rabiosamente actual y contemporánea.

Los cuerpos, los movimientos, las miradas, las inflexiones de la voz… son y están aquí y ahora para activar esos textos de antes. Escritos llenos de belleza que guardan el sustrato de una cultura universal porque fueron, quizás, los primeros en nombrar lo que pasaba entre las personas y en las personas, sus ansias y temores, sus gracias y sus desgracias…

La penúltima semana del mes de mayo tuve la oportunidad de asistir a dos espectáculos que, sin acometer adaptaciones textuales ni transposiciones de época perceptibles, jugaban con dos textos clásicos activándolos y volviéndolos atractivos y vigentes. Ambos concebidos y dirigidos por dos grandes maestros del teatro portugués. La tragedia IÓN de Eurípides (Grecia), dirigido por Luis Miguel Cintra, en el Teatro da Cornucópia y la comedia O ALDRABÃO de Plauto (Roma), dirigida por João Mota, en el TNDM II (Teatro Nacional Dona Maria II) de Lisboa.

LUIS MIGUEL CINTRA, uno de los hombres de teatro con más recorrido en Portugal, y su compañía TEATRO DA CORNUCÓPIA, realizan un espectáculo con uno de los textos fundacionales de la antigua democracia, la tragedia de Eurípides IÓN.

La obra bascula en los mecanismos rítmico-semánticos de las anagnórisis, reconocimientos o revelaciones. Y estos mecanismos son uno de los principales pivotes de esta dramaturgia porque la historia que desarrolla está llena de ocultaciones y mentiras.

La cuestión de las herencias, del poder y de su utilidad para el individuo y para la comunidad son otros ejes de acción que, por muchas razones, vienen a apoyar la elección de este texto clásico para conmemorar los cuarenta años de la Revolução dos Cravos el 25 de abril.

Para esto, Luis Minguel Cintra, añade fragmentos rabiosamente actuales de textos de PASOLINI, un iluminador poema de SOPHIA DE MELLO BREYNER ANDRESEN titulado «O crepúsculo dos deuses», la canción «Menino d’Oiro» de Zeca Afonso, contrapuntos con el vals del brindis de la Traviata de Verdi o el «Ave Maria» de Gounod, entre otros materiales que hacen eco en esta dramaturgia reveladora y ritual.

Al pie del escenario el propio director interviene como tal, explicándonos cosas sobre este IÓN del Teatro da Cornucópia, o caracterizándose, a la vista del público, para intervenir como uno de los tres ancianos que forman parte del Coro.

«No es verdad que en muchos casos estemos avanzando…» lee en un texto de Pasolini.

Este espectáculo nos muestra el teatro como ceremonia austera, exenta de pomposidad o grandilocuencia. El teatro como ceremonia veraz, pues no buscan un realismo que esconda la teatralidad y su juego, sino que afirman ese viejo ritual volviéndolo actual precisamente por esa afirmación aquí y ahora, entre nosotras/os, con nosotras/os.

No hay pretenciosidad, sino depuración estilística para afianzarse en una actuación que sirve el texto de Eurípides en su rica rapsodia y con toda la plasticidad que le allega la lengua portuguesa, tan consonántica.

Los debates ideológicos se tensan en esa rapsodia verbal, mientras el buen hacer actoral consigue que adivinemos un drama interior, implícito.

Los contrastes entre el Coro de los tres ancianos (José Manuel Mendes, Luís Lima Barreto y Luis Miguel Cintra) y los tres personajes más jóvenes (IÓN: Guilherme Gomes, CREÚSA: Luísa Cruz, XUTO: João Grosso, que también hace la PÍTIA), generan una tensión rítmica sutil asentada en que las edades también se corresponden y contrastan. Pero, sobre todo, porque más que hablar del «SER», habría que hablar del saber «ESTAR» de estos actores y de esta actriz en el escenario. Es, precisamente, de ese saber «ESTAR» elegante, equilibrado, fluido, que emergen en nuestra imaginación los personajes. Una danza invisible plena de simbología y de resonancias para los tiempos adversos que corren.

O ALDRABÃO de PLAUTO con dramaturgia y dirección de JOÃO MOTA en el Teatro Nacional Dona Maria II de Lisboa, también semeja hacer una especie de reconstrucción epocal de la obra, llevándola a su contexto, pero insuflándole una estética y una energía circenses y báquicas (copia romana de lo dionisíaco griego, igual que Plauto recoge sus tipos de Menandro).

El espectáculo resultante es atrayente y divertido. La actuación, a través de una agilidad casi deportiva, el tono circense y ciertas técnicas de Comedia del Arte italiana, consigue rebasar los personajes tipificados socialmente y estereotipados a nivel de conducta. De esa manera, su transparencia intencional, se enriquece con los trazos coloristas y fellinianos de esta escenificación.

Los criados simpáticos y astutos, como el Arlequín; el viejo proxeneta avaro; el militar fanfarrón y aparentemente atolondrado; las putas, aquí actuadas por actores jóvenes travestidos como en un espectáculo de varietés (con tanga y corsé de pedrería y velos vaporosos de estilo oriental, pelucas, maquillaje cargado, zapatos de tacón ostentoso…)

Toda una diversidad exótica de figuras corriendo por el escenario mientras unos músicos animan la fiesta desde una nube que corona la escenografía: un portón central con dos puertas pequeñas a cada banda.

Cuando llega el «happy end» la pared con las puertas de comedia asciende y desaparece en el telar, mientras la nube con los músicos baja hasta el suelo y el cielo del escenario se puebla de bombillas de colores.

Los números cómicos tienen momentos para partirse de risa, y el ritmo de comedia nunca se pierde, ni siquiera en los contrastes aparentemente expositivos del argumento, o en las inflexiones distensivas necesarias entre los clímax más hilarantes.

¡Conseguir esto con una obra del siglo II antes de Cristo tiene su mérito! ¡El movimiento de los diafragmas del público fue proporcional al de los aplausos!

Afonso Becerra de Becerreá.

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