Desde la faltriquera

Kantor, la configuración de una estética

En la pasada primavera, el 15 de abril, se cumplió el primer centenario del nacimiento de Tadeusz Kantor y, ahora en otoño la Universidad Computense y el Instituto del Teatro de Madrid (ITEM) celebran un homenaje al creador artístico polaco.

Su eclosión y proyección mundial como director de teatro no se produce hasta 1975, año de presentación de La clase muerta, que suponía una ruptura con el teatro precedente practicado por Kantor y una innovación en la escena mundial. En pocos meses, un personaje conocido solo en reducidos ámbitos artísticos se proyectó internacionalmente en festivales de teatro, giras por Europa y a través de la filmación de Andrzej Wajda de este espectáculo en 1976. Seis años más tarde golpea de nuevo con Wielopole, Wielopole, a los que siguen Que revienten los artistas (1985), No volveré jamás (1988) y, la obra póstuma, Hoy es mi aniversario (1990).

Tardó en entrar en España. No se presentó hasta 1981 con Wielopole, Wielopole en el teatro María Guerrero y el Festival Internacional de Teatro de Vitoria-Gasteiz y pocos meses después vino con La clase muerta. A partir de ese momento nace una especie de kantormania en nuestro país, que se traduce en una enorme expectación ante el anuncio de su próximo espectáculo y en grupos de teatro que se proponen imitar su estética. La clase muerta impactó por cuanto suponía de nuevo lenguaje teatral, de fusión de diferentes disciplinas artísticas, de ruptura con el realismo para hablar del pasado desde el presente, de renovadas formas de interpretación y de una estética nueva; y los quince años de encumbramiento mundial son el justo reconocimiento a un trabajo oscuro y apasionante practicado por Kantor en su tierra natal y con la conjunción de diversas disciplinas artísticas.

La estética de Kantor no es posible comprenderla sin conocer las fuentes que alimentaron su universo creativo y los numerosos experimentos para lograr los cinco espectáculos de referencia, que se pueden concretar en cuatro grandes apartados: los apuntes biográficos; su formación y actividad como artista plástico; el conocimiento de Witkiewicz; y el teatro anterior a 1975, realizado con Kricot.

Esbozo algunos datos de su formación, obviando los autobiográficos que son más conocidos. Entre 1933 y 1939, Kantor estudia en la Academia de Bellas Artes de Cracovia en el taller de K. Frycz, un artista muy influenciado por Gordon Craig, y al amparo de este maestro promueve un teatro de marionetas que monta La muerte de Tintagiles de Maeterlinck (1938). Conoce y practica las vanguardias históricas, con una especial predilección por la Bauhaus y se sumerge en la tradición pictórica expresionista. De estos tiempos dedicados a la plástica derivan tres notas para su teatro: el expresionismo alucinado; la abstracción, «obra independiente de la naturaleza (…) puro producto del intelecto y del cerebro humano, que suprime la esclavitud y el reinado del mundo de los objetos»; y un teatro híbrido, donde las percepciones pictóricas y la materialidad de la escenificación conviven. Dicho de otra forma, Kantor pinta con ojos de director teatral y realiza las puestas en escena con la mirada del artista plástico.

Mas adelante, en los años sesenta, su rumbo plástico lo encamina hacia las instalaciones y los embalajes, los collages y las performances y esto tendrá traducción en el teatro: el planteamiento del espacio escénico, el empleo de utilería (los famosos maniquís entre otras cosas), el ocultamiento de los personajes y el valor sígnico, presencia o ausencia, permanencia o desplazamiento, realidades o recuerdos.

Antes de lanzarse a escribir su propio texto, La clase muerta, estrena seis piezas de Witkiewicz y ninguna de otro dramaturgo; además conoce a fondo los escritos teóricos de teatro de este, como se aprecia en un cotejo de la obra ensayística de Witkiewicz y los manifiestos de Kantor, recogidos en El teatro de la muerte, que arrojan mucha luz sobre la influencia a nivel conceptual que el primero ejerce sobre el segundo. De Witkiewicz aprenderá muchos conceptos teóricos sobre interpretación, pero el mérito de Kantor reside en el acierto en la técnica de la escenificación para materializarlos.

Kantor vivió muchos años de aprendizaje y experimentación, acompañado por las artes plásticas y la práctica escénica, sin crear una escuela propiamente dicha. Dejó una forma de hacer impactante y conmovedora y tanto seguidores próximos como muchos de las compañías españolas que intentaron beber en sus fuentes, se apropiaron de un procedimiento, pero sin tener en cuento que debajo de él existía un proceso, el formativo de Kantor, y unas vivencias personales e intransferibles.

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