Críticas de espectáculos

La Gaviota como metáfora de la involución del arte

Tan solo dos funciones se ofrecieron en la Sala Roja de los Teatros del Canal de La Mouette, el sugerente acercamiento a La Gaviota de Chéjov que propone el director de escena francés Cyril Teste al frente de la compañía Colectif MxM. Ante una obra capital del repertorio (pero también manoseada, montada y remontada lo indecible) Teste consigue un espectáculo verdaderamente sugerente en el que, de nuevo, las técnicas teatrales y las cinematográficas dialogan en perfecta armonía (aquí casi solapándose hasta ser un todo) para crear una reflexión sobre el arte (uno de los temas centrales de la obra) a partir de su concepto escénico.

La acción transcurre en tiempos más o menos actuales, sobre un escenario casi vacío liderado por una caja blanca que esconde en su interior una especie de plató televisivo en el que tienen lugar muchas de las escenas, filmadas en directo y proyectadas en una pantalla de paneles que se va transformando a lo largo de la función para dar nuevos aspectos a las imágenes. Así, gracias al trabajo de varios operadores de cámara, existen varios planos narrativos y varios planos de acción: la filmación en directo dentro de la caja (que nosotros vemos en una pantalla de cine, pero cuyo efecto de rodaje percibimos menos cada vez, desde la desnudez del inicio hasta su desaparición final mediante unas paredes que van cerrando progresivamente el decorado), las escenas que transcurren ante la pantalla (también filmadas) e incluso imágenes generadas por ordenador que se solapan con las filmadas para crear atmósferas y enfatizar algunos aspectos.

Al juego entre estas tres disciplinas hay que sumar una visión conceptual de la obra en la que la técnica, el procesamiento de las imágenes y hasta el tono actoral van, de algún modo, involucionando desde un aire más moderno en los primeros actos (con un elenco quizá más desligado de la emoción y un tratamiento de la imagen a veces fragmentario que puede llegar a recordarnos al pop-art) hasta una estilo más clásico en forma e interpretaciones (digamos a partir del tercer acto) que acerca a los intérpretes a la intimidad de unas emociones muy medidas (siempre sinceras, nunca disparadas) y remata la función ofreciendo el cuarto acto como un artificio casi puramente cinematográfico (hasta la llegada de Nina vemos todo a través de la pantalla) en blanco y negro, que entronca estéticamente con ecos del cine de Ingmar Bergman o Pawel Pawlikowski y que aporta un aire decadente que va como anillo al dedo a la obra de Chéjov y una intensa sobriedad interpretativa (por contradictorio que parezca) que cautiva, por más que la decisión de ofrecer casi 20 minutos de una función de dos horas a través de una pantalla (como cine puro y duro) pueda parecer temeraria.

Reconozco que el cuarto acto de esta Gaviota es uno de los que más me hayan conmovido de cuantos haya visto hasta la fecha; y si pienso en la descafeinada adaptación cinematográfica de la obra que dirigiese Michael Myers en 2018 (a la que ni un reparto importante ha salvado del olvido en el que merece caer) mientras veo esta apuesta, casi se resignifica la fuerza cinematográfica del clásico: si hubiese que hacer una transposición cinematográfica de La Gaviota, seguramente la “película” que vemos aquí se acerque a la excelencia.

Hemos visto constantemente dialogar teatro y cine sobre los escenarios; pero pocas veces hay una justificación conceptual tan clara como en esta propuesta que no se parece a casi nada que se haya visto antes. Quienes recuerden la carambola que se marcaba Christiane Jatahy en E se Elas Fossem para Moscou quizá podrán llegar a comprender a qué juega esta propuesta que desafía al espectador a romper los límites entre teatro y cine y, como digo, lo hace obligando a observar gran parte del desenlace como si fuese una película pura y dura (por más que la filmación sea en directo, para entonces la caja ya se ha cerrado por completo y ya no vemos la filmación, sino meramente la película).

Parece claro que la apuesta de Teste (en una obra que abre un debate entre las formas clásicas de teatro que han dado la fama a Arkadina y las “nuevas formas” que reclama una y otra vez Treplev y que se plasman en el intento fallido de obra teatral que acomete con Nina al comienzo) es hacer “involucionar” la concepción del arte desde un planteamiento más moderno hasta otro más clásico, como si conforme avanza la función fuese tirando abajo esas nuevas formas, esa estética moderna que reclaman los jóvenes para que lo clásico (¿y qué hay más clásico que ese cine en blanco y negro en el que acaba convertida la obra?) se imponga: el fracaso de las nuevas formas es también el fracaso de Nina y Treplev que, a pesar de todo, acaban siendo los grandes derrotados de una historia en la que todos pierden. Entendida así, la propuesta de Teste es fascinante; porque nos ha enseñado primero las tripas del truco para acabar entregándose al cine como si el verdadero progreso estuviese en volver a lo antiguo.

Teste humaniza a los personajes, entiende sus motivos y los aleja del ridículo (cómo se agradece) de la misma manera que parece querer suavizar las pasiones desaforadas que impregnan habitualmente esta obra para hablar de sentimientos que podrían ser los de cualquiera de nosotros. Digamos que Treplev aquí aparece más deprimido que desbocado, Arkadina más resignada a que ya pasó su momento que histérica trágica, Nina muestra una ansiedad reprimida, Trigorin una pose de dandy como en pocas ocasiones hemos visto y Masha lleva su caída al vacío con una dignidad insospechada. El francés maneja los recursos cinematográficos al dedillo para hacer que las técnicas del cine tengan un altísimo valor expresivo para potenciar las actuaciones de un reparto que empieza frío y distante, pero se va entonando hasta llegar al verdadero estado de gracia.

Las interpretaciones son potentes destacando la Masha de Katia Ferreira (de digno porte y capaz de transitar la decadencia de su personaje con una elegancia fascinante: me cautivó), la Arkadina de Olivia Corsini (con esa energía italianísima que tan bien le sienta al personaje), el equilibrio entre seductor y poca cosa que encuentra el Trigorin de Vincent Berger, la Nina respirada hacia dentro de Liza Lapert (¡menudo monólogo final: cuánto transmite con una gestualidad tan sobria!), el deprimido Kostia de Mathias Labelle (¡cuánta tragadera y cuánta dignidad!) y el crepuscular Sorin de Xavier Maly, del que es sencillamente imposible apartar la mirada en el cinematográfico cuarto acto. Los primerísimos planos que permite la cámara (tan estudiados, tan meditados, tan coherentes) dejan claro además la calidad actoral a la que nos estamos enfrentando. Algunos personajes secundarios directamente han desaparecido (Shamráiev, Polina) y otros quedan bastante desdibujados (Dorn, Medvedenko) pero el nivel de las interpretaciones es importante.

Por si fuera poco, Cyril Teste acierta también como creador de atmósferas, ya sea a través de una transiciones entre actos de carácter performativo que funden a los personajes con imágenes (Treplev ante un bosque que se incendia, una imagen poderosísima; o Arkadina ayudando a vomitar a Masha mientras la anima a luchar por su dignidad, las palabras que van envolviendo literalmente a Nina en la representación de la obra performativa de Kostia o ese final, que plantea el desenlace de Treplev desde una decisión arriesgada, pero de fuerza poética brutal: su muerte la produce ver las cosas “desde fuera”) y una música que está francamente bien integrada en un conjunto que deja un buen puñado de imágenes sensoriales de lo más sugerentes, en una revisión del texto (Leila Adham firma la dramaturgia) que lo mira desde y para hoy; sin complejos, evitando el melodrama y sabiendo potenciar los rasgos de ironía (más que de comedia) que tiene la obra.

Podrá desconcertar el cambio constante de tonos y técnicas, incluso el comprobar cómo lo cinematográfico le va comiendo terreno progresivamente a lo teatral; y, sin embargo, encuentro en la propuesta de Teste una coherencia interna que está fuera de toda duda a la hora de la toma de decisiones y, en general, muy acertada en cuanto a resultados. Con interpretaciones de alto calibre (potenciadísimas por el poder de la cámara) y un buen puñado de imágenes que se quedan clavadas a fuego en la retina, esta La Mouette es una de las versiones más poderosas de La Gaviota chéjoviana que haya presenciado; y sigue resonando en mi cabeza varios días después de verla. Es una lástima que algo así se haya visto tan solo un par de días (y con la sala apenas mediada) más aún cuando este es el tipo de teatro que rara vez se produce en una España que parece entender por teatro contemporáneo otras cosas. Por suerte llegan estas propuestas del extranjero para hacernos reflexionar (como en La Gaviota) sobre la creación; también sobre la teatral.

Hugo Álvarez Domínguez

Obra: “La Mouette”
Autor: Antón Chéjov
Puesta en escena: Cyril Teste / Colectivo MxM.
Reparto: Vincent Berger, Olivia Corsini, Katia Ferreira, Mathias Labelle, Liza Lapert, Xavier Maly, Pierre Timaitre y Gérald Weingand.
Colaboración artística: Marion Pellissier y Christophe Gaultier.
Dramaturgia: Leila Adham.
Traducción: Olivier Cadiot.
Escenografía: Valérie Grall.
Iluminación: Julien Boizard,
Creación vídeo: Mehdi Toutain-Lopez. Imágenes originales: Nicolas Doremus y Christophe Gaultier.
Creación de vídeos generados por ordenador: Hugo Arcier. Música original: Nihil Bordures. Ingeniería de sonido: Thibault Lamy.
Vestuario: Katia Ferreira asistida por Coline Dervieux.
Dirección técnica: Julien Boizard.
Regiduría: Simon André Frédéric Plou o Flora Villalard.
Regiduría sonido: Nihil Bordures, Thibault Lamy o Mathieu Plantevin.
Regiduría iluminación: Julien Boizard o Nicolas Joubert.
Regiduría audiovisuales: Baptiste Klein, Pierric Sud o Mehdi Toutain-Lopez.
Operadores de cámara: Nicolas Doremus, Christophe Gaultier, Paul Poncet o Marine Cerles. Producción: Collectif MxM con la Fundación de empresa Hermès en el marco de su programa New Settings.
Coproducción: Bonlieu Scène nationale Annecy – Théâtre du Nord CDN de Lille Tourcoing Hauts-de-France – Printemps des Comédiens, Montpellier – TAP-Théâtre Auditorium de Poitiers – Espace des Arts Scène nationale de Chalon sur Saône – Théâtre de Saint-Quentin-en- Yvelines-Scène Nationale – Comédie de Valence, Centre dramatique national Drôme Ardèche – Malraux Scène nationale Chambéry-Savoie – Le Grand T, Théâtre de Loire-Atlantique – Théâtre Sénart-Scène nationale – Célestins, Théâtre de Lyon – Scène Nationale d’Albi – Le Parvis Scène nationale Tarbes Pyrénées – Théâtre Vidy Lausanne – CDN Orléans Centre-Val de Loire – La Coursive, Scène nationale La Rochelle.
Teatros del Canal – Madrid- 30 de marzo.

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