Zona de mutación

La saliva escénica

La sustancia unitiva de la escena, el pegamento reunido hipotácticamente puede funcionar también como un bolo escénico aglutinando las diversidades de tono, de textura, etc, por la saliva de una cierta percepción. Es un color en la mente de los receptores, al que llamamos predisposición, desprejuicio. Una disponibilidad que no se mide por el umbral de lo que hay que entender. El dejarse hollar, sorprender, es un estado cuya responsabilidad se le adjudica al que propone, a su capacidad de ‘imprinting’. El que propone no dispone dirá envanecido aquel espectador expectante a la aventura de lo que va a pasar con él en el trance de la fruición estética, o en todo caso en el del pasaje por la experiencia del espectáculo, por aventura de la vivencia. Hacer explícito un enlace puede ir en detrimento de la demanda intelectiva al espectador. Conceder pistas a la comprensión es una manera de no confiar en la entereza de los materiales. Una imposibilidad crucial. Pues de lo que se trata en un gran sentido, es el de poder acceder a esa cualidad pigmaleonesca de animar, de conceder vida a los objetos, a las sustancias presentes en la escena, con su cuerpo. La sustancia del diálogo es una prosopopeya que sin embargo, no anima por la fe, sino por la aptitud, por el poder, para adjudicar, para promover. No es un artificio antropológico tratar este asunto desde el estatus chamánico que es dable esperar del propiciador de fenómenos escénicos. Hacerlo en nombre de la fábula puede basarse en un temor (no ser comprendido) o en una ideología que pondera los valores discursivos como parte del buen pensar, como parte del buen sentir. Las pulsiones de la escena, en su emisión diacrónica o sincrónica de los signos y estímulos, dará por palpación, por temporalidad, por ablución de una cierta lluvia, la exacta dirección del puntillismo escénico, a partir del cual se prefigura el rostro, la referencia totalizadora capaz de resolver por ipseidad (sí mismo) lo que se particulariza en experiencia, también yoicidad, asunción de un criterio propio. Lo que es ‘para mí’ como decisión. Lo que se entrevé, lo que se devela (des-oculta) como momento intransferible de la fruición. Hay un punto de cruce en donde lo autónomo, lo heterónomo, de un espectáculo se disuelven en la iluminación del aparecer. Nada es o está por alguna prerrogativa especial. Lo que surge es a costa de un roce, de una entrega, de una deposición, de un abandono. Al fin de cuentas de una física. Aunque parezca fuerte decirlo, de una transfiguración capaz de dejar expuesto la verdadera base natural. Esa inmediatez que releva a los intermediarios, a los matarifes que trafican los sentidos de las cosas, le abochorna este posible despertar. Le incomoda la transmutación, la transmogrificación que invade con nuevas aleaciones, nuevas aleatoriedades, que habilita el don alquímico del crear mundos. A partir del libre mestizar de las materias primas. La plasmación paratáctica de aquellas, habilita nuevas poderes sensibles. Hacer aullar de placer o aún de terror, por la inesperada rostridad de las cosas. Por la inexplicable amplitud que puede alcanzar la experiencia.

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