Críticas de espectáculos

La última boqueá / Selu Nieto / Teatro a la Plancha

Poema regenerador

Nada surge de la nada. Todas las actividades humanas, las artes, las ciencias, las tecnologías, las ideas están sujetas al conocimiento acumulado a lo largo del devenir histórico. Cualquier innovación tecnológica, descubrimiento científico o creación artística imita, reutiliza y amalgama estilos, métodos e inteligencia universal. El resultado de una investigación o de la búsqueda en el campo artístico puede generar nuevos caminos, en cuyo caso estaríamos ante la genialidad, o puedo poner al día, revisar toda la sabiduría anterior aportando cierta regeneración.

La compañía Teatro a la Plancha ha presentado su espectáculo “La última boqueá” de Selu Nieto. El trabajo que, seguirá en la Sala Cuarta Pared de Madrid hasta el día 30 de este mes, es de esos que rescatan el teatro poético y nos sacude la modorra de tanta manifestación artística que solo reproduce la machacona realidad.

La pieza regeneradora es poesía en estado puro por todas las costuras, con referencias culturales de todo tipo, tiempo y lugar; es juego escénico de enorme valor artístico que evoca imágenes, situaciones, escenas, autores, reflexiones, paisajes, sentimientos y sensaciones que rezuman humanidad.

Y es que, en “La última boqueá” apreciamos una isla, un cadáver, una historia, una situación, una canción, “¡ay que pena penita pena, pena, pena de mi corazón!”, la risa, el drama, la borrachera permanente, la lucidez, el olvido, el recuerdo, el “selfi”  con película analógica, la paradoja, la marcha procesional, La Zaranda, tres espectros, Goya, los esperpentos, Valle Inclán, el barco que no llega, Godot, rodear la isla, Kafka, “ir o irse”, reflexivo, reflexión, “estamos aquí”, Rafael Alberti, poetas andaluces, la metafísica, el desdoblamiento personal, Eros, Tanatos, el silencio, la ausencia, la amargura, la felicidad, lo que éramos, lo que somos, el existencialismo, Ionesco, Becket, la transitoriedad, “¡que esta isla se está hundiendo!”, el pez al borde del agua, la boqueada, boquear.

“Boqueá” no aparece en el diccionario, es un apócope de uso popular andalucista en vez de “boqueada” que significa abrir la boca de los que están para morir. Sería como estar expirando, el último aliento, el ahogo, dejar de respirar.

Pero la pieza respira vida, mucha vida, aunque la muerte esté presente o se intuya inminente tanto por el cadáver evidente como por unos seres desahuciados de sí mismos. Son tres seres empapados en alcohol que reflexionan sobre la vida, su pasado y su presente, dialogan acerca de la existencia; tienen la alegría de vivir y el pesar de su situación vital. Se permiten bromear. “- Estamos en el paraíso./ – ¿Para qué? / – Para iso./ ¿Para qué? / – Para el agua…” Juegan con las frases hasta la saciedad, en un juego absurdo e irracional.

Estar de luto les sirve de justificación para beber y para no beber. Emplean la lucidez del ebrio con una lógica reduccionista que posee cierta profundidad. “Mientras lo sigamos recordando (se refieren a Samuel que lo tienen de cuerpo presente) no se va nunca”; este aforismo ya lo empleaban los faraones del Antiguo Egipto. “Si hay algo que no veo no lo tengo”; el silogismo parece verdadero pero está incompleto y carece de universalidad. “El sitio de cada uno es el sitio de cada uno”; parece una perogrullada pero determina lo sustancial. “En el fondo estás contigo mismo”; filosofan acerca de la soledad…

Aparte de las reflexiones poéticas de la palabra ya expuestas, la puesta en escena plantea toda una poética ontológica y existencial a través de los elementos escénicos. En primer lugar, el espacio isla, que se hace físico, trasciende a reflexionar en la dualidad por partida doble. De una parte, tierra /aire (abajo y arriba o lo tapado y la realidad), y de otra parte, la dualidad dentro /fuera (la isla que se ve y el mar que no se ve).

“Lo que nace en la tierra debe volver a la tierra”. Es decir, hay que enterrar el cadáver y ahí deberemos entrar todos tras una existencia transitoria en la superficie real. Cubren con tierra –metáfora sutil– los tapones de las botellas vacías que están debajo de la mesa, cadáveres al fin.

En cuanto a la dualidad tierra y mar, la isla tangible muestra la aridez y desolación de un campo quemado subrayado por la presencia del cadáver reseco, y por unos enseres de escaso valor. Los límites de la isla sugieren el mar con un horizonte lejano e inalcanzable por donde circulan barcos que nunca acudirán al rescate de los náufragos. Y al tiempo, el borde de la isla significa el punto donde muere el pez o el ser humano ahogado, dando la última “boqueá”.

No obstante, el interior de la isla está presidido por una especie de lámpara colgante formada por un conjunto de botellas de vino con la boca hacia debajo de donde se abastecen a modo de maná; es fuente de vida que induce a un próximo final determinado, no solo por la cantidad de botellas finitas, sino por el movimiento pendular –poética del tiempo que transcurre– de la lámpara que consumen como si fuera un reloj.

Magnífico el trabajo de los tres intérpretes que juegan en todo momento a ser personajes a la deriva, guiñapos de personas que aceptan que están borrachos de vida y que no quieren despertar. Por eso no se atreven, no quieren, saludar al terminar la función. Ahí se quedan en el anonimato aunque María Díaz, Selu Nieto y Manuel Ollero “Piñata” les quieran convencer.

“La última boqueá” es un aliento postrero pero regenerador para el teatro contemporáneo que zarandea al ser humano por encima de la realidad.

Manuel Sesma Sanz

Espectáculo: La última boqueá. Autor: Selu Nieto. Intérpretes: María Díaz, Selu Nieto y Manuel Ollero “Piñata”. Iluminación: Guillermo Jiménez. Vestuario: Margarita Ruesga. Espacio escénico: Selu Nieto, Margarita Ruesga y Carlos Villarreal. Espacio sonoro: Luis Castilla. Dirección: Selu Nieto. Compañía Teatro a la Plancha. Sala Cuarta Pared de Madrid, del 20 al 30 de setiembre.

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