El Hurgón

Las cosas sencillas

Después de fatigar nuestra tolerancia, soportando a lo largo del año las incongruencias de quienes deciden qué es la vida, cómo debe gestionarse, para hacerla más productiva, adónde debe hacerse, y cuáles actividades, señaladas con su nombre merecen un apoyo por parte de quienes deciden la distribución del dinero para la ejecución de las múltiples actividades que la conforman, el tiempo transcurrido, a lo largo del mes de diciembre, con su aparente aspecto de pasividad, surge como una especie de alternativa, que nos permite volver a soñar y hacernos la promesa de insistir en la consolidación de los actos que por intromisión de las circunstancias descritas no hemos conseguido completar.

Tenemos claro, que la decembrina no es la etapa del año más apropiada para someter al pensamiento a la creación de métodos, cuya ejecución nos lleve a definir, cómo completar de un golpe, lo que nos falta para resolver muchas de las cosas que aún tenemos en proceso de construcción, pero sí estamos seguros de que es ésta una época, durante la cual lo sensorial cobra nuevo vigor, y nos permite descubrir las razones por las cuales nuestro objetivo de vida ha tomado, durante el año, un desvío, no consultado con nuestros planes generales de vida, porque aunque no se tome en cuenta la experiencia sensorial, como parte fundamental del conocimiento, ésta, no solo regula buena parte de lo que aprendemos, sino que nos aproxima a la esencia social a la que pertenecemos y por ende nos vuelve a hacer pensar en función de colectivo.

Diciembre es una época de apaciguamiento, durante la cual fluye un entusiasmo colectivo, capaz de meter en cintura a las pasiones, que durante el año manipulan nuestra conciencia, cuando las convertimos en el punto de partida de nuestras controversias, y las ponemos al servicio de la competencia, y de la solución de los problemas individuales.

Diciembre es un momento durante el cual es posible volver a mirar hacia esas cosas sencillas, abandonadas a lo largo del año, porque cada vez las consideramos más intrascendentes, pues solemos catalogarlas como de poca o ninguna utilidad para producir ascenso social, que es el objetivo al cual tributamos la mayor parte de nuestro tiempo, porque nuestros actos están cada vez más sintonizados con el deseo de trascender individualmente y menos con la necesidad de generar un desarrollo colectivo.

Son muchas las cosas sencillas, abandonadas como consecuencia de la búsqueda, cada vez más visceral, de la trascendencia individual, o para decirlo con un término que define muy bien este deseo, la búsqueda del éxito, pues no es un caudal de conocimiento, ni mucho menos una gran sabiduría, el objeto de nuestra búsqueda, sino, la nombradía, es decir, el aplauso y la fama.

Volver a las cosas sencillas, no es, en manera alguna, un retorno al pasado, sino una forma de recuperar la esencia social, y de garantizar la supervivencia de la historia, porque el regreso a las cosas sencillas nos remite a conceptos como esfuerzo, constancia, vocación, imaginación, creación, convivencia, etc, cuya aplicación es fundamental para no desaparecer como colectivo.

El distanciamiento de las cosas sencillas nos impide interpretar y comprender la realidad, y es por eso que en su construcción está incidiendo más la tecnología que la interacción humana.

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