Críticas de espectáculos

Las guerras de nuestros antepasados/Delibes

“LAS GUERRAS DE NUESTROS ANTEPASADOS”
Autor: Miguel Delibes.
Director: José Sámano
Intérpretes: Manuel Galiana y Juán Jesús Valverde.
Teatro Real Cinema.

“Se aducirá que en la actualidad el mundo civilizado (¿) ha desterrado las guerras y, en consecuencia, este drama tal y como ha sido concebido por mí, no volverá a repetirse. Pero yo me pregunto: ¿Estamos seguros de que esto es así?…¿Quién puede asegurar que el hombre hoy ya no está amenazado?…”
Miguel Delibes

¿Quién puede asegurarlo sin sentir en sí mismo una doble traición: La traición a lo que nunca debiera ser y la mentira más triste que respiramos día a día con la muerte de la inocencia propia y ajena.? En Miguel Delibes hemos visto la niñez más cándida, atrapada en el presente pueblerino, a través de los ojos de Daniel el Mochuelo; hemos sentido una esperanza malnutrida en los difusos sueños de Sebastián, al mirar al cielo. Conversar con la luna. Y ésta contestarle: Aún es de día.
Hemos sentido el dolor infantil, la frustración inmensa de un niño de tres años al irrumpir en su reino de improviso, una mocosa, a la postre su hermana, para convertirlo en un insignificante príncipe destronado.
Hemos viajado imbuidos en la hipersensibilidad de Pacífico Pérez hacia el origen de una vida marcada por el dolor, por la predestinación vestida de impotencia. Hemos llorado con él, por él y por nosotros.
Hoy, Manuel Galiana nos devuelve la identidad de este hombre, desde que Miguel Delibes lo crease, en 1975 y José Sacristán le prestase, por primera vez, su rostro en 1989.
Pacífico Pérez no está loco, aunque recuerde de forma nítida el sufrimiento de su madre, en el mismo instante de su nacimiento; no padece ningún retraso mental, aunque insista en asumir la culpabilidad de un crimen que no ha cometido y se resista a admitir la deslealtad de un amigo; no es alguien raro porque no acierte a comprender la llegada de su guerra, porque prefiera convivir a competir, porque se encuentre más seguro en una cárcel que en medio de la jauría humana… Por cuanto la rareza, la vergüenza, la miseria y el fracaso subsisten en el espíritu de unos antepasados que, perfectamente, podrían ser “nuestros” Manuel Galiana, tras unas gafas rudimentarias, escondido en una raquítica chaqueta de lana y arropado por el lenguaje castellano, propio de los años cincuenta nos muestra el alma de Pacífico. Tras esas máscaras que pueden parecernos ridículas, descubrimos la grandeza que la cotidianeidad nos roba o permitimos que nos robe.
“La violencia es simple, las alternativas a la violencia son complejas”
Sería más fácil firmar el diagnóstico del Doctor Burgueño que ser Pacífico Pérez, sería más fácil admitir, esperar y prepararnos para nuestra guerra que aprender a mirar, ametrallar la inocencia, colocarnos una bayoneta ante los ojos y atarnos las manos con un racimo de bombas que alimentar de vida la esperanza, vestirnos de violencia que luchar con el odio del que alimentamos nuestra infancia…
Juan Jesús Valverde, en una impecable caracterización como el Doctor Burgueño López, descubre la desolada realidad en la que ha vivido Pacífico. Es nuestro su dolor, nuestra la impotencia. Es él el equilibrio de una confesión que encontramos enternecedora. Manuel Galiana ha aprendido a mirar a través de los ojos del personaje creado por Miguel Delibes y el público no puede, por menos, que ver y sentir en él a un ser extremadamente frágil, niño, desconfiado, esperanzado, resignado a veces, enamorado siempre.
Excepcional papel, para un soberbio actor.
En un sanatorio penitenciario de Navafría, en 1961, tiene lugar la acción. En una jornada se suceden los recuerdos, las emociones. Una mañana luminosa, primaveral, dará paso, de forma imperceptible a una templada tarde adolescente, como el amor de Pacífico por “La Dori”, para concluir en una noche estrellada…El conocimiento siempre nos ilumina.
Brillante puesta en escena, movida por la invisible mano de José Sámano. Acentuamos el adjetivo ”invisible” porque sólo cuando llegamos a olvidar la labor de un director, cuando llegamos a sorprendernos del transcurso del tiempo en el cambio de luces, cuando llegamos a VER en el rostro de un actor, la persona que ha de sentir en sí, el personaje que ríe, llora, maldice o mata… Es cuando tenemos ante nosotros el verdadero “acto de amor” que es el teatro con mayúsculas.

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