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Las que limpian. A Panadaría

Una de las posibilidades del teatro, derivada de la figura del bufón, es revelar o desvelar aquello que, por conveniencias varias, permanece oculto. Sacar la basura de debajo de las alfombras. Cantarle las cuarenta a los usos y costumbres nocivos que hemos interiorizado o se han instalado en nuestra sociedad. Véanse las formas sutiles o explícitas de machismo, la hipocresía y la corrupción en las esferas de poder político o empresarial, la explotación de la clase trabajadora, etc. El teatro que pone los puntos sobre las íes desmonta las falsedades y las poses de nuestro día a día. En este sentido, el escenario no se hace pasar por otra cosa ficticia que no sea ese juego de desnudar las apariencias, como el bufón o el niño del cuento, ¿por qué no la niña?, que se ríe y grita ante el Emperador que va desnudo porque no hay tal traje nuevo.

En esa onda se mueve el teatro popular y político de A Panadaría. Todo teatro es político, pero en este caso la lucha contra injusticias se hace ostensible, no solo temáticamente, a través de la palabra, la historia, los personajes y las acciones. También en la estética y en el músculo de la actuación de las tres mujeres que, al lado de otras que las acompañan en el equipo artístico, componen el elenco de A Panadaría.

En todas las producciones de esta joven compañía gallega hay una historia en cierto sentido ejemplar. Pero las actrices se sitúan más como jugadoras, y el escenario como campo de juego, que como intérpretes que, de manera dramática realista, representen personajes e historia. Nada de cuarta pared. Nada de drama. Nada de escenografías camuflando el escenario y generando la ilusión de un espacio dramático. Todo lo contrario. Afirmación de la realidad escénica y del propio juego, para divertirse con el público, contándonos historias en las que se ponen en evidencia aspectos controvertidos.

Después de la exitosa Elisa e Marcela, uno de los montajes del teatro gallego con mayor número de funciones y con una gira estatal importante, acaban de estrenar As que limpan (Las que limpian), en una coproducción con el Centro Dramático Nacional. El estreno fue el 18 de febrero en el Teatro Municipal de Tui, Área Panorámica (Pontevedra). Yo pude verlo el viernes de carnaval, 25 de febrero, en la programación de Vigocultura, en el Auditorio Municipal de la ciudad olívica.

As que limpan, como los anteriores espectáculos, vuelve a ser un prodigio de sencillez y eficacia. La precariedad del trabajo de las mujeres, que  A Panadaría denuncia con humor y simpatía, se corresponde con una poética teatral exenta de lujos o elementos superfluos, para centrarse en la performance y en la relación con el público. Menos es más, pero no desde la estética minimalista, porque la actuación se deleita en la profusión generosa de gracias, guiños y detalles riquísimos. Así que la austeridad de medios materiales no implica, para nada, una austeridad expresiva y teatral.

En As que limpan no son los personajes que simulan y la historia que nos cuentan, o la buena voluntad en lo que atañe a lo ideológico (denuncia de la explotación, el clasismo, el machismo, la corrupción, el turismo extractivo y depredador…), lo que nos maravilla, que también, sino ellas, las tres actrices: Areta Bolado, Noelia Castro y Ailén Kendelman, y sus habilidades en el juego del teatro y en el género cómico.

La hermosa singularidad de las tres y la mágica conexión que existe entre ellas (tan difícil de sentir en los espectáculos que salen de un casting o de cualquier otra concertación que no sea este simbiótico encuentro de energías, perspectivas y quereres) revierte hacia la platea. Porque el buen rollo, igual que el mal rollo, se contagian.

La maravilla también es ese teatro a pelo, sin trampa ni cartón, en el que el efecto no esconde el truco, sino que se deleita en su mostración.

Así, los personajes de quita y pon, simulados en vez de interpretados, es imposible que se reduzcan a la tipificación (retrato social) o al estereotipo (cliché), porque siempre nos dejan gozar de la verdad de las actrices, de su simpatía, de la ternura y el ánimo constructivo con los que caricaturizan y simulan esa galería de personajes.

Básicamente cambiando de peluca o poniendo unos bigotes. Sin más elementos escénicos que unos trozos de moqueta, una cortina y un carro de limpieza, con escobas, toallas, trapos y cubos. Todo se va a desarrollar gracias a las dotes físicas, de pantomima y clown, y vocales, con números musicales muy inventivos en la instrumentación con los objetos de limpieza.

Unas escenas trazadas como en un cómic humorístico, llenas de sketches tan sencillos como sorprendentes. Algunas tan desternillantes como certeras en la crítica.

El lugar de esta parábola es el gran hotel cinco estrellas, que está en una pequeña isla del litoral gallego, nombrada La Jota, en alusión paródica a la españolización de algunos de los topónimos gallegos, heredada del franquismo, como La Toja o Sanjenjo.

Las camareras de piso, el dueño explotador y corrupto, el presidente de gobierno (también de ascendencia gallega), falso y miserable… son los personajes que las tres actrices se pasan,  como las jugadoras de futbol se pasan el balón, para meterle una buena goleada al sistema casposo, heteropatriarcal, machista, explotador y depredador, que amenaza con convertir nuestro paisaje en un parque temático para el turismo.

Todos los elementos de la historia nos resultan reconocibles y, gracias al juego, en buena parte, risibles, al dejarlos con el culo al aire.

P. S. – Otros artículos relacionados:

“Elisa y Marcela se casan en 1901 en A Coruña. A Panadaría”. Publicado el 30 de octubre de 2017.

“Subversión y diversión queer. A Panadaría y Rodrigo Cuevas. 34 MIT Ribadavia”. Publicado el 20 de agosto de 2018.

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