Marina Otero y Guillermo Cacace, la otra Argentina en el FITEI 48
Lejos de la barbarie del populismo, que reduce la complejidad del mundo para triunfar sobre los derechos humanos, hay artistas y compañías que resisten contra viento y marea.
La hermana Argentina, receptora de emigrantes de todo el mundo y de gallegos cuando en Galicia había tanta miseria, no pasa por sus mejores momentos. Digamos que lleva una época difícil, coronada ahora por ese personaje todopoderoso que, como un dios, va a salvar a la nación.
Lejos de la Argentina del de la motosierra está la que nos trajo los 48 FITEI do Porto, extendido a Matosinhos, Vila Nova de Gaia, Viana do Castelo y Monção. El Festival Internacional de Teatro de Expresión Ibérica, en su 48.ª edición, con la dirección artística de Gonçalo Amorim, ha presentado un extenso programa en torno al título «Fantasmas. Eros. Sacrificio», entre el 14 y el 15 de mayo de 2025.
Sin embargo, quería centrarme en dos propuestas de Argentina. Por un lado, ‘KILL ME’ de Marina Otero, actualmente residente en Madrid, que sitúa la salud mental y la falta de amor/desamor en la agenda artística y, por extensión, sociopolítica. Por otro lado, ‘GAVIOTA’ de Guillermo Cacace, que amplifica la potencia de la ficción creada por Antón Chéjov, sobre las relaciones humanas, con la búsqueda del amor y de la aceptación, frente a la frustración, como tensiones principales, a partir de la realidad de cinco actrices que comparten mesa con los espectadores.
‘KILL ME’ de MARINA OTERO (Rivoli – Teatro Municipal do Porto, 17/05/2025) se inscribe en las obsesiones de la artista, dentro de un proyecto que ella llama “Remember to live”, en el que propone presentar diferentes versiones de obras hasta el día de su muerte. Por ahora cuenta con tres entregas: ‘Fuck Me’ (2020), ‘Love Me’ (2022) y ‘Kill Me’ (2024).
Esta última es un espectáculo duro, tan impresionante como bello. La enfermedad mental, la falta de amor y la búsqueda del mismo son un cóctel que da como resultado una asombrosa clarividencia sobre las personas, las relaciones humanas y el mundo, en algunas de las derivas que más nos afectan. Pensamientos y emociones tan desnudos como las propias actrices: Ana Cotoré, Josefina Gorostiza, Natalia López Godoy, Myriam Henne-Adda, Marina Otero y el actor Tomás Pozzi.
‘KILL ME’ trae al escenario muchos temas tabúes en torno a los desequilibrios mentales, el suicidio y otros problemas de naturaleza íntima. La dramaturgia camina sobre la cuerda floja, con el riesgo de caer en el morbo y en la curiosidad cotilla de querer saber dónde empieza lo real (biodrama) y dónde la ficción. Pero hay una belleza conmovedora que nos trasciende (que me recuerda a los textos de Sarah Kane). Hay también humor en la venganza sublimada de la mujer hacia el hombre, en el personaje interpretado por el único actor en escena, que podría ser la alegoría paródica del género masculino.
También está la parodia del ballet clásico en la figura de Nijinsky, una alegoría de la neurosis, que él mismo sufrió, y del maltrato histórico a los enfermos mentales. También está esa parodia del ballet clásico, que representa la rigidez de las reglas, en la actuación de la bailarina que no tenía el cuerpo normativo y todo lo que eso desencadenó en ella cuando era joven.
Se nos habla de los desarreglos químicos en el cerebro, pero también de las circunstancias sociales y personales que impulsan desequilibrios psíquicos.
Y, por encima de todo, está la alta fisicalidad de la actuación y las acciones atrevidas, empujando y superando los límites del decoro. En este sentido, el espectáculo es como un grito de liberación y, al mismo tiempo, como una llamada a la adhesión y al cariño. Lo que se hace y lo que se dice es muy fuerte, pero nos gusta porque nos abre los ojos y toca nuestra sensibilidad desde la belleza (que aquí, como decía Aristóteles, equivale a la bondad).
Podría parecer que las cosas se limitan más bien al ámbito de las cuestiones íntimas y del ego. Sin embargo, la exposición artísticamente sublimada a través de la danza, la performance y la palabra nos sitúa frente a esa complejidad del ser humano que obstaculizan los populismos reduccionistas. Se trata de políticas vinculadas a los cuerpos y a sus historias personales, y que tampoco son indiferentes a los acontecimientos actuales y sus traumas, como el genocidio del pueblo palestino.
‘GAVIOTA’ de GUILLERMO CACACE (Teatro Municipal Sá de Miranda de Viana do Castelo, 24/05/2025) nos sentó a la mesa, y alrededor de ella, con cinco actrices argentinas que hacen honor a la brillante escuela de interpretación de su país: Raquel Ameri, Muriel Sago, Marcela Guerty, Clarisa Korovsky y Romina Padoan. La dramaturgia de la famosa obra de Antón Chéjov, realizada por Juan Ignacio Fernández, restituye la trama de la obra a través de cinco personajes: Nina, la muchacha que quiere triunfar como actriz; Irina la veterana actriz; Kostia, el hijo de Irina, que es un joven dramaturgo y escritor experimental; el famoso escritor Trigorin, pareja de Irina; Masha, quien cuida la casa y sus habitantes, que aquí también narra algunas situaciones que contextualizan los diálogos, en las que también asume algunas líneas de otros personajes del texto original que desaparecen de esta dramaturgia.
Lo más destacable de ‘GAVIOTA’ es la vibración de emociones, en absoluta proximidad con los espectadores, con quienes comparten mesa y escenario. Igualmente notables son los matices y la interpretación desnuda de artificios, imposturas y efectos escénicos. Tan solo unas cuantas luces puntuales para cada una de ellas, dejando al público a oscuras en las situaciones de mayor tensión dramática, y los temas musicales y canciones, que no sólo apoyan los clímax emocionales, sino que los completan, insertando sus letras en el momento que viven los personajes.
Cinco actrices, vestidas con su ropa de calle, una mesa, vino, agua, un micrófono para cada una, cuidando que no se pierda el más mínimo sonido, ni siquiera el de las respiraciones, los susurros o los gemidos. Sentadas a la mesa todo el tiempo, excepto en momentos muy concretos en los que realizan algún movimiento y alguna acción que no es mimética ni dramática, en un estilo más cercano a la performance y con una dimensión más poética y simbólica. Por ejemplo, el encuentro final entre Nina, la joven actriz, y su amante, el desesperado Kostia, el joven dramaturgo, con las actrices que los interpretan arrojando medio cuerpo sobre la mesa, tratando de tocarse con las yemas de los dedos. O la melancolía y la tristeza invernal, que precede a la tragedia, cuando se cubren con mantas que sacan de debajo de la mesa.
En todo caso, fue extraordinario experimentar cómo la realidad de las actrices y de las personas que las acompañábamos, a partir de escuchar e incorporar cualquier detalle que sucedía en el presente, alimentaba e impulsaba el alcance de la ficción, sin romperla.
En la conversación posterior a la función, Guillermo Cacace comentó que desistió de un proyecto de producción teatral de seis meses cuando vio, durante las reuniones por videoconferencia durante el confinamiento por la pandemia, que muchas cosas sucedían sentadas en la mesa, sin más. Ciertamente, la concentración de las energías que fluyen a través del diálogo entre los personajes, alrededor de una mesa, se vuelve mucho más poderosa y al mismo tiempo delicada. Y nosotros estamos allí, entre ellas. Desde ese lugar es imposible reducir la complejidad de la ecuación humana. Es una lástima que el de la motosierra y los salva-patrias populistas y reduccionistas no se sienten en esta mesa.
P.S. – Artículos relacionados:
“FITEI 47. Mirar de frente”, publicado el 20 de mayo de 2024.
“FITEI 46. Trauma y bravura”, publicado el 15 de mayo de 2023.
“Paranomasia de Patrícia Portela”, publicado el 25 de mayo de 2019.
“Empoderamientos en el 41 FITEI do Porto”, publicado el 18 de junio de 2018.