El Hurgón

Más sobre públicos

Parte del éxito en la generación de conocimiento se deriva de reflexionar sobre las diferentes acepciones a que es sometida una palabra, porque las definiciones, predecibles e impredecibles halladas durante el ejercicio, nos sirven para aproximarnos a las múltiples ideas que sobre ésta dicen los hechos que denota; pero, además, nos ayudan a comprender las transformaciones ocurridas en las mismas, pero mucho más que eso, nos llevan a descubrir las circunstancias sociales alrededor de las cuales se han generado dichos cambios.

Veamos la palabra público, como conjunción de personas que acuden a presenciar un acto, sometida a muchos análisis en la actualidad, porque de su comprensión deriva la suerte de una buena parte del espectáculo escénico.

La palabra público se define de muchas maneras; pero un cierto desprestigio en lo que representa, la convierte en víctima de interpretaciones denigrantes, sin que quienes hacen que la misma se defina como la reunión espontánea o convocada de personas se sientan lesionados moral o éticamente, debido a esa tendencia del ser humano, al seguidismo, cuando se convierte en masa.

Público, más que una palabra, es un concepto relacionada con el de no pertenencia a nada permanente, de tierra de nadie, de dolor de nadie, de cosa de nadie, y del que mucho énfasis se hace en términos aritméticos y poco o nada en los de formación para garantizar su permanencia, no como turba que se reúne de manera espontánea, llamada por un deseo de experiencia de impacto, sino como reunión de personas convocadas por la búsqueda de un objetivo.

La palabra público, cuando lleva antepuesta la partícula lo, es sinónimo de desconfianza, porque se comporta de manera desordenada, improvisa, yerra y no rectifica, genera impacto para desviar su responsabilidad frente a un proceso, da la impresión de no pertenecer a alguien, aunque sí se reconocen a quienes hacen pleno uso de él, para su provecho, como si fueran sus propietarios, no responde por sus actos, cada vez se vuelve más voraz con sus exigencias, y si no se lo controla termina desbordando sus límites.

Con “el público”, la interpretación anterior parece guardar ciertas afinidades, y son las que provocan definiciones que llevan a quienes convocan público a subestimar la necesidad de crear métodos para formarlo y convertirlo en permanente, pues el público, al igual que lo público, tiene conducción más no dirección, debido a que en uno y en otro caso su composición varía de acuerdo con las circunstancias, y a que la convocatoria a éste siempre tiene un sentido utilitario.

El público es parte del género de lo extra temporal, y por esto su actitud puede ser comparada con la de los sucesos de poca duración, que se vuelcan de un todo en un instante, y comportarse como desmedido, licencioso, atrevido, osado, disoluto y libertario, que no debe confundirse con libre, y ser por todo esto considerado como una entidad con altos índices de veleidad, y sobre la cual es preciso ejercer estrategias de convencimiento, cada vez más audaces, para convocarlo.

Sumando definiciones, con la intención de extraer de ellas una esencial, la palabra público termina definida como una concentración de personas, con aparentes intereses comunes, que comparten, sin haberlo acordado previamente, emociones que generan uniones afectivas temporales entre sus componentes. Debido al carácter de temporalidad extrema de su actuar, el público, o lo que en término segregacionista se conoce como la turba, es sintonizado con acciones como algo que va de un lugar a otro, sin objetivo aparente, abrazando, sin pudor, emociones y causas temporales con las cuales nutre su pasión por lo inmediato, que es lo que al parecer buscan la mayor parte de las personas cuando se convierten en público, es decir romper rutinas buscando hechos de impacto, y no necesariamente buscar que la vida les cambie como consecuencia de las enseñanzas que les va a dejar el acto al cual van a asistir.

El turno ha sido para la palabra público, de mucha mención actual debido a las preocupaciones que despierta cuando la misma se define como la reunión de personas que se congregan para asistir a un acto, y cuyas tendencias, gustos, intereses y objetivos no son fácilmente reconocibles, por lo que están generando una notable baja de audiencia en los espectáculos.

¿En todos los espectáculos?

¡No! Tal vez los más perjudicados con la veleidad del público son aquellos espectáculos escénicos que se resisten a los dictados de la globalización, de seguir convenciendo al espectador de la inexistencia de lo trascendente, y en vez de emplear todo su esfuerzo y talento en el montaje de espectáculos para aniquilar lo poco de memoria que queda en el individuo, se dedican a montar aquellos, que llevan al público a situaciones incómodas, como pensar, cuando él lo que quiere es reí sin parar, aunque no tenga conciencia de porqué lo hace.

Podría afirmarse, que hoy en día hay espectáculo para todos los públicos, pero la verdad es que el público es cada vez más unidimensional, y acude a los espectáculos con un estricto sentido de desahogo, pues una vez descarga el deseo de impacto o de emoción fuerte, regresa a su rutina a reproducir el ciclo del cansancio, y la apatía, que lo llevarán de nuevo, al espectáculo de la semana siguiente, a encontrarse con un pretexto para romper su rutina.

 

 

 

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