El Hurgón

Mentirillas culturales

Desde cuando a la actividad cultural se le empezaron a poner remoquetes para relacionarla con lo comercial e industrial y hacer de ella un atractivo laboral, han venido sucediendo hechos, impredecibles antaño, como la pérdida de ese cierto sentido de interés colectivo que la caracterizaba y la situaba en el plano de lo explicativo para ayudar a entender los conflictos sociales, debido a que se ha convertido en una acto más de competencia para el entretenimiento y en un ejercicio de patrañas, marrullerías y divisiones para sortear dicha competencia.

Los procesos conducentes a hacer de la actividad cultural un ingrediente de obligado resultado económico ha hecho que ésta vaya perdiendo también originalidad y contenido social, porque el producto cultural no es ya una consecuencia de la búsqueda juiciosa y responsable de respuestas y explicaciones, sino de estrategias de provocación de impacto, con lo cual el acto cultural ha dejado a un lado lo participativo, para convertirse en una tarea cuya estructura de funcionamiento adquiere cada vez más parecido con las actividades administrativas relacionadas con el manejo del poder, y entre las cuales se expresa claramente la ubicación piramidal de sus gestores, según sea el área de influencia social que cada uno abarque, y por ende, su capacidad de influir para hacer evidente el cumplimiento de su tarea.

Debemos aclarar en este punto de nuestro escrito, que no somos tan ingenuos para creer que una estructura jerárquica de esta naturaleza es novedosa dentro del ámbito cultural, pues tenemos la seguridad de que siempre ha existido, y que la actividad cultural siempre ha formado parte de una estructura de poder, pero si vemos una diferencia de aspecto, en relación con la situación actual de ésta, y es la de que la presencia de la pirámide es más acusada, porque la posición de cada integrante de la misma se tasa en el rendimiento económico de su producto cultural, y para sustentar lo cual ya se han incluido en el lenguaje de la gestión cultural términos de alcurnia económica, como «producto interno bruto».

La tendencia del acontecer cultural actual, que más que una tendencia es una estrategia de manipulación, está relacionada con la masificación de la oferta, porque de esa manera consigue generar el doble impacto de dar la idea de la existencia de una democracia cultural, y fomentar al mismo tiempo la de la rentabilidad del producto cultural, intentando hacer creíble la noción de que dicho producto, en todos sus niveles, es susceptible de convertirse en una solución laboral digna, de la cual puede deducir el gestor cultural su supervivencia.

Es ya doctrina, en la gestión cultural, que los actos culturales exitosos son aquellos en los que resulta imposible contabilizar el público asistente, debido a su cantidad, y todos los manuales para la elaboración de proyectos culturales coinciden en hacer la pregunta sobre el número de personas cuya presencia se espera en las actividades propuestas, disfrazando su intención con el título de impacto social.

En virtud de lo anterior, quien espera ser exitoso en la gestión cultural, debe estar seguro de poder levantar una polvareda con sus propuestas, y si quiere ser aún más exitoso, debe garantizar que en su producto cultural abunde el entretenimiento, porque al parecer no existe hoy en día otra manera de incrementar el mercado cultural.

En tales condiciones las fronteras entre cultura y diversión, pronto estarán disueltas.

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