Foro fugaz

Notre-Dame renace de sus cenizas

El 15 de abril de 2019 algo de la esencia de Francia se esfumó en el incendio que destruyó una parte de la Catedral de París; la estructura de madera quedó reducida a cenizas, la flecha se derrumbó y de milagro los muros quedaron en pie. Una sorpresa demoledora para los habitantes de la capital y más allá, pues Notre-Dame parecía un refugio para vislumbrar la eternidad. Sus altas bóvedas, sus rosetones y vitrales, su esbelta nave, sus centenarios asientos colegiales, sus imágenes y relieves, su punto de fuga al infinito, era nuestro aliento en cada visita a la catedral. Y todo o casi todo quedó consumido por las flamas que parecían surgir del apocalipsis; día nefasto, multiplicado por los artilugios reproductores de realidad en donde se veía lo que todos nos resistíamos a creer: la destrucción de la Catedral, un fuego que con sus brasas duró varias jornadas.

Y aquí intervienen los bomberos que con su empeño, valor, y tecnología lograron rescatar los muros y preservar por lo menos en ala izquierda del edificio. Para los que habitamos París fue un alivio saber que el todo podía recuperarse, con muchos, muchos esfuerzos, y talento, y capitales. Un acto de gracia social y colectiva.

Yo no fui testigo del incendio, al otro día corrí para ver lo que quedaba del monumento desde la otra orilla del Sena, y el espectáculo que encontré fue conmovedor y doloroso, imposible de creer que ese cofre maravilloso hubiera ardido, aún quedaba ese olor de ceniza mojada, el techo totalmente destruido, la aguja desvanecida, pero eso sí, las gárgolas en su lugar, más irónicas que nunca, burlándose del desamparo, que para eso son diablos.
Si los muros de la catedral resistieron fue gracias a la intrepidez del cuerpo de bomberos que arriesgaron vida y prestigio para salvar el edificio. También el uso de un robot denominado Colossus fue crucial en esas horas marcadas por el fuego, pues los bomberos pudieron luchar contra el incendio sin tantos riesgos y con mayor eficacia.

En esas desasosegadas horas el Presidente francés, Emmanuel Macron, se comprometió a restaurar la Catedral en cinco años. Pero no fue únicamente la participación del gobierno la que ayudó: miles de donadores participaron en el financiamiento de la empresa, así como cientos de obreros especializados, arquitectos, peritos en arte medieval, todos con un impulso más espiritual que material.

Y la promesa se cumplió, cinco años más tarde la Catedral renace de sus cenizas, cual Ave Fénix. En los momentos de desconcierto el presidente prometió lo que parecía imposible: lograr que Notre-Dame volvería a brillar con todo su esplendor en poco tiempo. Y esta semana la catedral de Nuestra-Señora abrió sus puertas y maravilló los ojos de los distinguidos visitantes.

Y sin embargo surgen varias preguntas: En las fotos la renovada y límpida nave principal de Notre-Dame brilla como el hall de una estación recién construida: ¿volverá el Espíritu a coronar este edificio restaurado, toda vez que se esperan 40 mil visitantes por día? ¿O la ola turística convertirá a la Catedral en una nueva sucursal de Euro Disney? ¿Qué pasará de la penumbra espiritual del espacio dedicado a la oración? Antes del accidente ya era como una verbena, ¿Qué pasará ahora que todos queramos ver cómo quedó?

Confieso que no tengo respuesta a esas dudas, tal vez cuando pueda asistir a uno de sus oficios pueda tratar de sentir los cambios y contarlos en este foro. Pero, visitar Notre-Dame para cumplir con un itinerario turístico, será la mejor prueba de nuestra falta de espiritualidad, la visita será un fracaso íntimo si no ponemos un toque de meditación de nuestra parte. Es un museo del alma en donde tú eres el expositor y el público, de nosotros depende su fuerza espiritual.

A pesar de la presencia de varios mandatarios, el papa Francisco no asistió a esta consagración de la Catedral de Notre-Dame. No están claras las razones del jefe de la iglesia católica para su ausencia en París. Tal vez piense que se trataba de un acto muy mundano con la presencia de muchos jerarcas y jefes de estado; tal vez tenga ciertos resentimientos con el gobierno francés; tal vez no calibre el significado profundo de esta catedral gótica que ha sobrevivido a muchos conflictos y representa un punto culminante para el catolicismo. El caso es que su ausencia parece injustificada. Porque además el papa estará esta semana en la rebelde isla de Córcega, para una reunión de iglesias mediterráneas. Sólo el Vaticano sabe el significado de esta dicotomía.

Aquí está Notre-Dame, con sus campanas centenarias que tañen con fervor cada día a las seis de la tarde, y tienen su nombre propio, un concierto para la ciudad, digno de escucharse como un toque de conciencia. Un concierto que celebra cada día la libertad, la fraternidad, la solidaridad. Y una buena noticia: No se cobrará la entrada a la catedral. Como quiere la tradición cristiana (no arrebatada por la tentación turística), la entrada seguirá siendo gratuita, aunque ahora hay que reservar un horario para la visita para poder entrar.

Y aquí sigue de pie Notre-Dame, Nuestra Señora de París, centro de la capital francesa.

París, diciembre de 2024.


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