Sangrado semanal

Nuestra primera vez

Y el profesor dice: Buscad un sitio en el espacio. Para los que nos dedicamos a esto, esta expresión es vieja conocida, pero si nos detenemos por un momento en ella, descubrimos que propone algo bastante fuerte: Buscar un sitio en el espacio y encontrarlo. Como si eso fuera tarea fácil. En fin. Aquella tarde, en aquella sala, lo fue. Encuentro un sitio discreto, medio tapado por una columna y cierro los ojos. La voz del profesor nos dice ahora que nos movamos por impulsos. Sin pensar. Un impulso cada vez. Certero. Desde una parte concreta del cuerpo. Y hago. Y tengo la certeza de haber encontrado un sitio en el espacio.

Dicen que cuando haces algo por primera vez, queda grabado en ti, queda una marca, una huella, un surco. Después, realizando un trabajo intencionado, se puede re-grabar otro mensaje sobre aquella impresión original. Pero esa es otra historia. Hace 7 años que empecé en esto del teatro. 7 años. Un ciclo vital y teatral completo. Y digo completo porque, recientemente, tuve la ocasión de volver al lugar donde recibí la primera clase de teatro de mi vida, para realizar una demostración de trabajo sobre el proceso de elaboración de la partitura física que utilizo en el espectáculo Paisaje con Argonautas. Me miran y escuchan 10 pares de ojos, jóvenes y atentos. Yo muestro, explico, ejecuto. Y, después, preguntan y yo les hablo: Acerca del motor que me hace mantener viva la ilusión por este oficio. Acerca del tiempo que he pasado teniendo mucho que hacer y muy poco que decir al respecto. Y recuerdo, entonces, y les cuento también, de la sensación que tuve al entrar, por primera vez, en el espacio con suelo de madera de aquella escuela.

Una sensación equiparable en su pureza a la que me suscita, 7 años después, una mujer joven a la que descubro por primera vez. Realiza un trabajo tan rotundo con su voz y su cuerpo que hace que desparezca el espacio a su alrededor. Lo hace. Y, además, consigue que parezca fácil. Y eso me llama poderosísimamente la atención. Y me alegro de ver a una mujer manejar y danzar con lo invisible con la solidez y dulzura con la que ella lo hace. Y ahora que estoy aquí, con vosotros, aprovecho la coyuntura para preguntarle por su primera vez. Trabajando como trabaja y con esta idea que tenemos de que para ser un virtuoso, hay que empezar pronto, pienso: Quizás era tan pequeña que ni lo recuerda.

Felicita Marcelli es miembro del equipo del Open Program de Mario Biagini, perteneciente al Workcenter de Jerzy Grotowski y Thomas Richards. Tuve ocasión de verle trabajar y de compartir experiencias con ella y el resto del equipo de Biagini en Barcelona. Ahora, están en San Francisco. No en el Sanfran de Bilbao, sino al otro lado del charco. Mucho skype y mucha cosa, pero parece que, en cierto modo, seguimos en la edad de los picapiedra. Y es que, quizás, sea precisamente eso lo que hacemos: picar piedra. Pero eso, también es otra historia.

Hablo con Felicita Marcelli y me cuenta de su primera vez. Antecedentes: Yo no quería… estudiaba en la universidad Ciencias de la Educación y un colega me dice: Vente al laboratorio teatral que vamos a montar. Le digo que no. Insiste. Voy. Hace ya mucho tiempo de eso, me dice. Recuerdo el juego, el disfrute, la libertad… Y le pregunto: ¿Recuerdas qué fue lo que te hizo volver a la siguiente sesión? Y, entonces, ella rescata un detalle aparentemente nimio, que a mi me parece una pepita de oro: ¿Sabes?, dice. Cuando hicimos aquel primer día la ronda de presentación y me tocó el turno de hablar, no me salió la voz. NO me salió. Y eso que conocía prácticamente a casi todo el mundo. Ella, que se gana la presencia con la voz. Una voz poderosa que le vibra en todo el cuerpo y más allá. Y resulta, que en su primera vez, dijo mucho sin decir nada.

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