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Orgullo LGTBIQ y diversidad

El teatro siempre ha sido el lugar de la mirada. Y la mirada no se produce solo en los ojos, sino en el cerebro, en sinapsis con la experiencia vital, la cultura, los sentimientos de cada persona.

 

Lo que nos entra por los ojos y los oídos, y también por el resto de los sentidos, es contemplado y procesado a la luz de nuestra biografía: nuestros cuerpos, los contextos socioculturales en los que nos movemos, nuestro género, sexualidad, atracciones, filias y fobias, la experiencia de ser aceptades o no aceptades, de ser querides o rechazades…

Por un lado, los escenarios no solo son espejo en el que se refleja la realidad, sino que también crean e intervienen en la propia realidad. Por otro lado, eso que denominamos “realidad”, igual que la historia, está intervenida y manipulada, reglamentada y condicionada por el dictado, en unas épocas explícito y obligado, y en otras, coma en esta, implícito, del patriarcado. Se presupone que todos, así con “o”, en masculino aglutinador y avasallador, somos heterosexuales, igual que se presuponen otras cosas que, por irrelevantes que puedan parecer, afectan a nuestras vidas.

Me pregunto si es posible que una persona pueda no sentirse identificada con ninguno de los dos géneros en los que se nos encasilla desde que nacemos: hombre / mujer.

Me pregunto si es posible que las artes escénicas no trabajen conjugando, haciendo y deshaciendo, identidades.

Me pregunto si es posible que las artes escénicas no se generen desde los afectos y la imagen que tenemos del mundo.

De ser sí la respuesta, entonces, quizás va siendo hora de comenzar a prestar atención a esas otras sensibilidades, afectos e imágenes del mundo, que no coinciden con la norma implícita y presupuesta del heteropatriarcado hegemónico.

Quizás va siendo hora de darnos cuenta de que las estéticas teatrales (acontece lo mismo con las series de ficción televisiva etc.) son, mayoritariamente, conservadoras y siguen los dictados, a muchos niveles, de la norma implícita del heteropatriarcado. Los escenarios siguen afirmando, y muy pocas veces cuestionando, los roles de género y la hegemonía de lo masculino y de lo heterosexual.

La revolución feminista es, sin duda, la más importante de los últimos tiempos. Viene a pedir justicia respecto a una lacra histórica de desigualdad, de abuso sobre la mujer y sobre el hombre que no cumpla con los parámetros de la virilidad, desafiándolo y amenazándolo por comportarse o ser femenino, etc.

Muches artistes crearon piezas de danza, teatro, circo, performance… que pusieron y ponen en cuestión esa imagen del mundo bipolarizada, en la que lo masculino pesa y vale más que lo femenino. No obstante, pocas de esas piezas acaban por difundirse debidamente. Artistes con una actitud y una estética queer, que nos permiten repensar los compartimentos estancos que nos limitan y que, incluso, pueden acabar por ser peligrosos. Una violencia que se demuestra no solo en los actos vandálicos contra objetos y símbolos LGTBIQ+, sino también en las agresiones machistas y homófobas que están a la orden del día (hombres que se creen dueños de mujeres y las matan, hombres que insultan o agreden a personas que no visten o se comportan conforme al género, o que van de la mano con personas de su mismo sexo, etc.). A pocas horas de avión podemos, incluso, estar en países en los que la homosexualidad y la transexualidad están prohibidas hasta con penas de muerte y en los que las mujeres no cuentan.

Estamos en el siglo XXI, en el año 21, pero parece que a las cabezas y a las miradas les cuesta evolucionar. La ciencia avanza, sin embargo, las mentalidades no tanto. Las artes escénicas deberían ser un espacio de libertad, de avance, de debate… Por eso creo que deberíamos estar más atentes a las propuestas escénicas que se generan desde las perspectivas lésbicas, gay, transexuales, bisexuales, intersexuales, queer… Por un mundo más justo, respetuoso y diverso.

Feliz Día del Orgullo LGTBIQ+

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