Críticas de espectáculos

Por la inclusión y la diversidad

Pandataria», ha sido el quinto espectáculo teatral del 69 Festival de Mérida representado en el Teatro Romano, una producción de danza-teatro de la veterana compañía Losdedae en colaboración con el Festival -dirigida y coreografiada por el madrileño Chevy Muraday, con textos de Laila Ripoll- que tiene la singularidad de experimentar con ávido anhelo la búsqueda de un abrazo genuino entre ambas disciplinas, logrando alzar su vuelo en esta función, convertida en un atractivo y poético canto rotundo por la inclusión y diversidad.

«Pandataria» es el nombre olvidado de un pequeño islote en el Mar Tirreno frente a la ciudad de Nápoles (hoy llamado Ventotene) de un escaso kilómetro y medio cuadrado de superficie. Un lugar que se alza guardián de secretos ancestrales, sobre el que Chevy Muraday ha explorado hallando una historia de la cultura grecolatina fascinante que por siglos durmió en el olvido. Un relato de Césares, justos o crueles, que usaban la temida «Ley Julia de Adulteris» para desterrar a ciertas mujeres audaces de Roma, cuya presencia desafiaba el poder establecido, incomodando a las sombras que acechaban tras el trono.

Pero también, descubriendo de esta ínsula metafórica la crónica de un tiempo sombrío y convulso, donde acabaron los presos políticos antifascistas bajo el yugo de Mussolini antes de que explotara la Segunda Guerra Mundial. Fue allí donde los presos Altiero Spinelli, Ernesto Rossi, Eugenio Colorni y Ursula Hirschman convirtieron una isla de represión en una de ideales, escribiendo -en papeles de cigarrillos y escondidos en una caja con doble fondo- el famoso Manifiesto de Ventotene con la esperanza de construir la Unión Europea a partir de sus cenizas.

Escena de Pantaria
Escena de Pantaria

Así, «Pandataria», que no se trata de una obra de teatro grecolatina pero sí basada en un tema de ese periodo histórico, emerge como un lugar emblemático, reviviendo la voz de aquellos que fueron desterrados. Un lugar que evoca el conocimiento navegante de Muraday y, posteriormente, el talento de Laila Ripoll (destacada dramaturga y directora de la laureada compañía Micomicón) que escribe un hermoso texto en prosa poética -en función del movimiento coreográfico diseñado por Muraday- de aquel legado que perdura en el recuerdo inmortal de esa isla de las penas y los sueños.

La puesta en escena, de Chevy Muraday, es un canto a la creatividad sin límites, con una coreografía artesana sin tregua alguna, que combina con maestría la declamación de monólogos teatrales cargados de significado con la expresividad de emotivas estampas de danza acrobática (que en algunos momentos también se fusiona graciosamente con pasos del rap), generando una sinergia única que trasciende las barreras estéticas y temporales, llevándonos en un viaje emocionante desde el viejo Imperio Romano hasta la Europa contemporánea. Pero más allá de los trazos y acordes dentro del ritmo intenso del montaje, hay que decir que el director madrileño realza el papel evocador de las mujeres, empleando como vínculo perfecto a figuras históricas, como la romana Agripina y la judía Hirschman, quienes representan la lucha y el coraje de sus respectivas épocas en un enlace mágico. A través de esa poderosa narrativa, la obra se convierte en una defensa apasionada de la diversidad y la comprensión hacia los demás.

En este lienzo de arte escénico compenetrado, destacan también la singular escenografía -una tarima cubierta de una tela multicolor representativa de la diversidad emulando la isla de Pandataria- con variaciones que permiten mucho juego estético (de Muraday, Okuda San Miguel y Mambo Decorados), la música electrónica y la potente banda sonora (de Mariano Marín y Alberto Iglesias) y la luminotecnia creativa, dominada por una oscuridad inquietante (de Nicolas Fischtel).

Una escena de Pantaria
Una escena de Pantaria

En la interpretación, Muraday ha logrado reunir a talentosos artistas de distintas disciplinas que, a pesar de no ser bailarines, se convierten en danzantes gracias a su habilidad única. En este montaje, destaca especialmente la protagonista, Cayetana Guillén Cuervo (quien encarna a los personajes de Julia, Agripina y Úrsula), mostrando una excelente capacidad para bailar y desplazarse dinámicamente por todo el escenario y el proscenio, mientras declama sobre el amor, la empatía, el entendimiento, la inclusión, la diversidad y la diferencia. Ya tuvimos el privilegio de apreciar sus dotes artísticas en 2013, durante su destacada actuación en «Fuegos», también en el Teatro Romano, bajo la dirección de Josep María Pou.

Pero en el espectáculo, además, lo enriquecen las actuaciones de danza con su talento y presencia escénica el propio Chevi Muraday, Elio Toffana, Basem Nahnouh, La Merce y Chus Western. Todos bailan con movimientos de constantes mutaciones que se prolongan retorciéndose en el cuerpo del otro, y se filtran introspectivos en figuras escultóricas. Son movimientos muchas veces explosivos en la expresión vigorosa de la potencia física. Magníficos todos, acompañan a la actriz protagonista en ese viaje hacia y desde Pandataria, isla-prisión plagada de gritos fervorosos por la libertad.

El espectáculo, que resultó un testimonio conmovedor que logró abrir los corazones del público a la comprensión y la empatía hacia los demás, fue largamente aplaudido al final, tras apagarse las luces del Teatro Romano.

José Manuel Villafaina

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