La tercera escena

Profesionalidad en la profesión y en la afición (y 2)

La profesionalidad es una cualidad abstracta que no se puede definir con una simple frase. Además, tiene un componente subjetivo dado que puede ser apreciada y percibida de forma diferente dependiendo de cada persona y de su nivel de exigencia hacia los valores que esta reconozca en una profesión o afición.

 

No es medible y cuantificable, ni hay métodos infalibles que garanticen su práctica tanto en el campo profesional como en el amateur. No existen doctorados, licenciaturas, diplomaturas o titulaciones que nos garanticen que el poseedor de esos “avales” ejercerá su profesión o afición con una profesionalidad relevante; si bien es cierto que un alto grado de formación, capacitación, destreza o pericia, ayudan a alcanzar mayores cotas de profesionalidad.

Cuando acudimos a un espectáculo de artes escénicas, tengamos o no que pagar una entrada, damos por sobreentendida la profesionalidad de los implicados en el proceso creativo y su puesta en escena. Damos por hecho que actuarán con honestidad y honradez y que no traicionarán nuestra confianza. Por ello quizás estamos más sensibilizados o predispuestos a detectar o intuir su falta, que a reconocer el ejercicio natural de esta. Y cuando se manifiesta la carencia de profesionalidad, producen en nosotros los mismos efectos devastadores que causa la pérdida de confianza. La fidelidad de un espectador hacia las artes escénicas, descansa fundamentalmente en que, al final de la representación, se mantenga intacta la confianza depositada por este, en los responsables de la puesta en escena, al sentarse en su butaca.

Condiciones para la profesionalidad

La profesionalidad, como generadora de confianza y prestigio, es fundamental para el éxito en el ejercicio de una actividad. Por lo tanto, nadie que tenga un profundo respeto por su trabajo, que quiera sentirse satisfecho con el resultado final de su producción escénica y que desee que esta obtenga el reconocimiento del público, debe renunciar de forma consciente y voluntaria a la profesionalidad.  Utilizo el término “consciente” aplicado a la falta de profesionalidad, para referirme a la renuncia voluntaria e intencionada, basada en la “mala fe”, y que es la que más disgusta a un público exigente. Me parece justo diferenciar, esta dejación consciente de la profesionalidad, de aquellas carencias, también criticables, que vienen motivadas por la inconsciencia, ingenuidad o torpeza cometida por ciertos “aprendices de brujo” profesionales o aficionados a la hora de afrontar y dimensionar, desde la “buena fe”, los desafíos y retos creativos y técnicos que supone una puesta en escena.

Una de las condiciones que favorecen que una persona pueda alcanzar un mayor grado de profesionalidad es tener una notable capacidad de auto exigencia, una sólida preparación y una clara disposición hacia la formación y el perfeccionamiento continuo que le capacite para un mejor desempeño de la actividad. Y me refiero a la capacitación en aspectos técnicos y artísticos más directamente relacionados con la actividad escénica, pero también a la adquisición de ciertas habilidades colaterales que, sin formar parte troncal de la actividad, si la apuntalan y fortalecen, como son las habilidades de comunicación, la inteligencia emocional, el trabajo en equipo, etc.  Pero nos estaremos equivocando si pensamos que la exhibición o acumulación de certificaciones, títulos o diplomas es suficiente para que el receptor de la actividad la perciba como un ejercicio de profesionalidad, aun cuando esta brille por su ausencia. Una adecuada profesionalización no será suficiente si esa profesión o afición no se realiza con profesionalidad. Al perfil competencial hay que añadir la actitud. 

Es necesario mantener una actitud, conducta, o forma de proceder, acorde con los criterios, normas y valores que formulan y asumen quienes llevan a cabo una actividad determinada, sea esta una profesión o una afición. Los profesionales o amateur de primer orden, deben estar vigilantes y procurar que su actividad se adapte a los varemos más exigentes de profesionalidad. Y para ello deben mantener siempre despierta su conciencia y capacidad autocrítica.

También es importante mantener un cierto grado de autonomía, de libertad de acción en la toma de decisiones, para no dejarse condicionar por aquellos criterios del perceptor de la actividad que mermen la calidad del producto. Para muchos profesionales aficionados o amateur, resulta difícil conciliar los comúnmente aceptados como valores de su profesión o afición, con aquellos que el perceptor de la actividad identifique erróneamente con dicha profesión o afición.

La falta de profesionalidad, un mal endémico

La profesionalidad “hace aguas” en el ámbito de las artes escénicas. La falta de profesionalidad consciente afecta de forma muy negativa al producto que ofrece al público y, lo que es peor, provoca muchas veces la huida de este, de los teatros y salas de exhibición. 

Uno de los efectos inmediatos del déficit de profesionalidad en las artes escénicas es una disminución, más o menos manifiesta, de los niveles de calidad de la obra artística. Aunque debo reconocer la dificultad de medir la calidad artística, dado que no hay baremos que permitan cuantificar, con rigor y precisión científica, la calidad de una obra artística ni los niveles de excelencia de una puesta en escena. 

Muchos de los que desarrollan su actividad en el campo de las artes escénicas, en aspectos tanto técnicos como artísticos, no son conscientes de la importancia del ejercicio de su especialidad con un máximo de profesionalidad. Y el público, como decía antes, tiene un sexto sentido para detectar la falta de profesionalidad por considerarla una traición a su confianza, y no la perdona fácilmente sobre todo cuando viene de alguien que hace alarde de su condición, o de su capacitación y preparación como profesional o amateur en el más puro sentido de ambas palabras.

Pero también existen ciertos artífices del hecho teatral talentosos, que disfrazan sus automutilaciones interesadas y su renuncia consciente a la profesionalidad con espejismos escénicos, con vistosos recursos teatrales, llamativos pero de poco valor, o injustificados, con los que consiguen enmascarar esa renuncia a la excelencia, en aras de un mejor aprovechamiento, económico en la mayoría de los casos. Bien es cierto, que solo el público avezado sabrá reconocer esa engañifa. El público medio, que deposita su confianza en lo que va a ver, se encontrará con un espectáculo aparente de razonable calidad pero que no dejará por ello de ser una traición. Pero lo que si resulta evidente es que si, ese artífice, sumara la profesionalidad a su talento, el resultado artístico se vería potenciado y elevado a esos niveles de excelencia que se merece un público entregado que desea ser tratado como se merece… con respeto. La profesionalidad siempre será un plus a añadir al factor talento.  

Algunos ejemplos de falta de profesionalidad

Podemos hablar de falta de profesionalidad cuando en los procesos de creación o producción se produce una renuncia intencionada a alguno de esos medios o recursos que son necesarios para ofrecer un espectáculo de máxima calidad. Los recortes pueden producirse por “economía” de “esfuerzo” técnico o artístico o para un mejor aprovechamiento económico de la producción. 

Todas esas castraciones voluntarias pueden afectar al trabajo sobre la obra, sobre los actores, o sobre el montaje o realización escénica. Esas “podas” provocan que ciertos espectáculos carezcan de un ensamblaje coherente, equilibrado y eficiente de los distintos elementos de muy diferente naturaleza que forman parte indivisible del espectáculo. (iluminación, escenografía, vestuario, apoyos técnicos…) o que las puestas en escena no concuerden con el texto y con sus exigencias expresivas.

En ocasiones asistimos a espectáculos que no buscan avances innovadores o la diferencia respecto a otros enfoques anteriores del mismo texto. Se actúa con falta de profesionalidad cuando, los responsables de lo que se presenta en escena, se contentan con reproducir estereotipos de éxito, y que garantizan una aprobación del público, sin asumir riesgos, limitándose en muchos casos a realizar burdas imitaciones.

El ejercicio de la profesionalidad exige saber que recursos utilizar, aunque provoquen una cierta desorientación temporal en el espectador, y a cuáles renunciar, si bien con ellos se gane una condicionada aceptación del público. Muchas veces se prefiere el efecto cómodo o el recurso fácil que provoque complicidad forzada del espectador, se aplica el “trazo grueso” o la estridencia y se renuncia a la sutileza del “trazo fino” y a los matices enriquecedores.

La falta consciente, y por lo tanto corregible, de profesionalidad en las artes escénicas, no solo afecta a los responsables de la dirección artística, técnica o de producción, es decir del proceso creativo. Se dan otros casos que quizás merecerían un tratamiento más amplio y en los que también se pueden detectar notables mermas en los requisitos de profesionalidad. Me refiero a los responsables de los procesos de gestión administrativa, de recursos (humanos, económicos, materiales…), de distribución del espectáculo o de la puesta en escena en la sala, teatro o espacio de actuación. Sobre ellos descansa la responsabilidad de hacer que, esa creación artística, llegue a los espectadores en las mejores condiciones posibles. Sus faltas de profesionalidad pueden influir negativamente no solo en la percepción de la producción artística por parte del público, sino también en el prestigio del propio del grupo o compañía y de sus componentes. 

Otro caso es el de los programadores de ciertas salas, festivales o muestras, o el de las direcciones de ciertos festivales, profesionales o amateur, promovidos y/o financiados por la administración pública y gestionados de forma directa o a través de entidades sin fines lucrativos o de entidades mercantiles que persiguen fines lucrativos. En ciertas programaciones, las premisas de la calidad, objetividad y eficacia, o la pluralidad y la diversidad de géneros artísticos, se ven reemplazadas por la prevalencia de gustos personales, empeños arbitrarios o criterios de dudosa profesionalidad de sus gestores y responsables. Las víctimas, de estas veleidades derivadas de la falta de profesionalidad subvencionada con fondos públicos, son los grupos o compañías que cumpliendo ciertos estándares de calidad y que, ejerciendo su actividad con relevante capacidad y profesionalidad, se ven desplazados por la aplicación de esos criterios personalistas que quizás tengan que ver con el profesionalismo, pero nada con la profesionalidad.

Finalizo compartiendo las palabras de Lorca en su conferencia “Charla sobre teatro” en las que decía  Desde el teatro más modesto al más encumbrado se debe escribir la palabra «Arte» en salas y camerinos, porque si no vamos a tener que poner la palabra «Comercio» o alguna otra que no me atrevo a decir”. El ejercicio de la profesionalidad desde la afición o la profesión quizás nos ayude a que el Arte prevalezca sobre el Comercio.

“Yo sé que no tiene razón el que dice: «Ahora mismo, ahora, ahora» con los ojos puestos en las pequeñas fauces de la taquilla, sino el que dice «Mañana, mañana, mañana» y siente llegar la nueva vida que se cierne sobre el mundo.” F. G. Lorca

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