Un cerebro compartido

¿Qué edad tiene Medea?

 Eurípides escribió una de las tragedias con mayúscula de la historia del teatro. Describió una mujer enferma de celos que asesina a su rival y a sus propios hijos para vengarse por el actuar de su marido. Y yo pregunto, ¿qué edad debe tener un intérprete para abordar la construcción de un personaje tan extremo/complejo?

 Planteo con este ejemplo la idoneidad de interpretar personajes con cargas vivenciales intensas atendiendo a la edad del intérprete. Por poder, se podría a cualquier edad, oye, te aprendes el texto y ya está, ya eres Medea, ¿no?… pues no, es evidente que no. El reduccionismo, esto es, asumir que hacer teatro es saberse un texto, es una de las primeras lecciones que esta profesión te enseña a evitar. Nada de ponerse de rodillas delante del texto y recitarlo, por favor, elhacer es transmitir, el decir freceuntemente es aburrir. No hay que olvidar que desde la escena se habla a los ojos, no a los oídos. Dicho esto, nos metemos en harina. Lo primero es saber que el cerebro del intérprete está entrenado para acoger pensamientos ajenos dejando que la mente del personaje gobierne sus acciones. De esta manera, los recursos expresivos que externaliza un intérprete están directamente ligados a la experiencia vital que pueda soportar esos pensamientos. De esta manera, cuanta más experiencia, más extenso será el abanico expresivo del intérprete. Tampoco quiere esto decir que intérpretes de mayor edad sean los que mejor interpreten papeles de esta complejidad, pero posiblemente si serán los que mejor lo entiendan y la comprensión ayuda a la capacidad de proyección.

El envejecimiento cerebral es el resultado de la vida, de experimentar a través del tiempo y el espacio y este proceso natural trae cambios evidentes. Nuestro cerebro es plástico en el sentido de que está constantemente evolucionando o cambiando y, con los años, ese cambio genera situaciones en las que la cognición no es metabolizada como lo es en años tempranos. Pero al contrario de lo que pueda parecer, esta no tiene por qué ser una característica negativa. Si, puede que la memoria sea peor, la memoria de trabajo que es la utilizada en la escena, también puede que la velocidad de procesamiento de ideas sea más lenta y las acciones se ejecuten a velocidades limitadas, pero estas “deficiencias” se equilibran con la experiencia. Ya he hablado en alguna otra columna de la importancia de la experiencia como elemento fundante para construir personajes y no hablo de haber matado a un hijo para entender a Medea, hablo de la holística expresiva que conlleva la edad. Esto le faltará a una Medea joven. La experiencia está relacionada, no con el vocabulario semántico sino con el emocional, con la empatía y el entender. Es cierto que un joven puede hacer de anciano. Una buena construcción de acciones lo avalaría, pero el intérprete no lo va a entender igual que un intérprete con experiencia de vida y de construcción de personajes y, consecuentemente, su proyección desde la escena tendrá menos spinto.

Somos el resultado de la combinación de genética y circunstancias ambientales. El cerebro es un conjunto de proteínas horadado por millones de canales o axones sobre los que se transmite la información que constituye el ser, el existir. Y esos canales deben su razón de ser a la genética y a la vida. Si ésta no es aún extensa, la construcción existirá, pero no será habitada, posiblemente será incluso olvidada. O no. Sería ridículo generalizar el trabajo actoral. Siempre habrá intérpretes con un imán sobre su figura independientemente de la edad. Soy de la opinión de que esto se trabaja y también de que este trabajo se contextualiza en una realidad como la que he presentado. Dicho esto, no pretendamos saber más que un intérprete joven por el mero hecho de tener más años. Tengamos la capacidad de seguir aprendiendo y la prudencia de reconocer nuestras limitaciones.

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