Un cerebro compartido

Qué hacer para que un monólogo no parezca un audiolibro

Con idea de ser más objetivo, he dejado pasar unos días desde que viera un monólogo en un teatro madrileño. Se trata de una producción que, a mi parecer, desaprovecha la riqueza de la técnica teatral y no integra al espectador y el cómo éste procesa la información. Error. Hay muchos directores y muchas formas de dirigir, pero pocas producciones consiguen que el público se transforme (mucho menos los monólogos) y eso pasa porque desde la dirección hay que entender cosas que raramente se contemplan en la fase de creación. Un/a director/a sabe teatro y además tiene que ser curioso en temas que se asocien a sociología, psicología, fisiología y otras -ías que permitan guiar un trabajo que cale y no resbale. Y sobre todo no olvidarse del espectador.

Me voy del teatro triste, compartiendo este sentir con quienes, como yo, nos encontramos como peces fuera del agua en el teatro actual. Me pregunto si estamos tan lejos de la percepción general, porque los bravos del público puesto en pie me dejan helado. Quiero creer que es el reconocimiento a hora y media de memoria compartida del intérprete porque, a mi entender, en ese espacio, no hubo mucho más. Capacidad loable y merecedora de felicitaciones, sí, la narración estaba, pero ¿dónde está el teatro? En fin, qué difícil es trabajar un monólogo.

1.- Conexión con el público. Desde la escena se debe establecer una conexión emocional con la audiencia desde el principio. La empatía activa las áreas cerebrales relacionadas con la comprensión y la emoción, lo que mejora la retención y el compromiso. Si esta conexión se limita a cambiar de lugar dentro del escenario para continuar contando una historia, faltará esa conexión emocional, eso dice la teoría y a mí me pasa. Aunque estoy descolocado porque a la audiencia con la que asistí a la obra, no. ¿Falta de pensamiento crítico?

2.- Expresión corporal. El lenguaje corporal, los gestos y el movimiento son cruciales. Estimulan la corteza motora y la atención del espectador, manteniendo su interés. Si desde la dirección no empujamos a los intérpretes a que esto pase, nos quedaremos con un mensaje, con una dramaturgia, no con una obra de teatro. Me aburro.

3.- Trabajo vocal. Cambios en el tono, ritmo y volumen vocal pueden activar diferentes áreas cerebrales, evitando la monotonía. A la expresión corporal hay que añadirle expresión vocal, de otra manera, ni siquiera estamos ante un audiolibro en directo, estaremos ante la narración de una historia. Repito, merecedora de aplausos por el recurso memorístico, pero… teatro, teatro, poco, se intentó, pero un intento tímido, de escuela. Me sigo aburriendo.

4.- Pausas estratégicas. Breves pausas permiten al cerebro procesar y reflexionar sobre la información. Esto también crea anticipación y suspenso. Cuando las pausas corresponden a los cambios esperados, pues eso, son esperadas. Aburrimiento en grado sumo.

5.- Recursos técnicos. Las imágenes proyectadas por el imaginario del autor y del intérprete tienen que remar a favor de una narración inmersiva conseguida frecuentemente con el soporte de la tecnología. Por favor, explotémosla para que sume.

6.- Entorno. No puedo entrar a valorar lo acertado de la propuesta sin caer en subjetivismos. Con independencia de si gusta o no, el entorno tiene que usarse. Añade profundidad y realismo. En la propuesta de la que hablo, se usa o mejor, se infra-usa si es que esa palabra existe. Un mal uso del entorno es un entorno que no se usa, se gasta. Ya estoy dormido.

En fin, el arte de narrar es difícil pero no creo que debamos confundirlo con el arte escénico. Transformar es nuestro trabajo y trabajos como el que menciono, pues óigame, me compro el audiolibro o mejor el libro que haré trabajar más a mi cerebro.

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