Un cerebro compartido

¿Qué valor le das a una crítica teatral?

Es difícil leer una crítica teatral. Si se queda en un análisis técnico del espectáculo hay que confiar en la experiencia y conocimientos de quien escribe, pero en el momento en el que se convierte en lo que es, una crítica, inevitablemente pasa a ser una redacción subjetiva que puede contaminar la percepción de lo que vamos a ver o incluso de lo que ya hemos visto. Así somos, confiamos en los que saben, y no está mal, pero cabe una reflexión: lo que una crítica expresa está filtrado por quien la escribe.

Veamos. Todos tenemos un sistema nervioso con un cerebro como órgano principal. Todos tenemos cerca de ochenta y cinco mil millones de neuronas procesando información 24×7 y los axones y dendritas por los que circulan los pulsos eléctricos que impulsan los neurotransmisores que supuestamente, repito, supuestamente, dan origen a la información, son igualmente comunes en el sentido de que todos los tenemos. Entonces, ¿por qué vemos las cosas de distinta manera?, ¿por qué una crítica alaba una obra que a mí me aburre?, y, ¿tengo que fiarme de lo que leo? En las respuestas a estas preguntas encontramos unos elementos que la filosofía llama qualias. Estas son propiedades de las experiencias sensoriales subjetivas y, por definición, incomprensibles para alguien que no tenga la experiencia directa. Una crítica está mediada por la experiencia sensorial de quien la escribe y por tanto se constituye en adversaria del materialismo reduccionista en el que caemos al pensar que todos experimentamos lo mismo en el teatro y, por supuesto, en la vida. Que me fíe más o menos de lo que lea en una crítica depende de mi capacidad de construir mi propia experiencia y de reconocerme en ella, y, ante todo, de la capacidad para entregarme a lo que me cuentan y no experimentarlo. Si alguien te dice que el helado de sardina está asqueroso, la realidad es que no podrás afirmarlo hasta que lo pruebes por mucho que, en efecto, sepas que es asqueroso, ¿por qué? Porque ya lo he experimentado. Nuestra experiencia sensorial (conocemos el sabor de un helado y el de una sardina) nos dice que ambos juntos no combinan.

Esto es así, por mucho que haya filósofos de la mente materialistas como Daniel Dennett que lo rechazan argumentando que la ciencia (experiencia) procesada está transitada por los neurotransmisores que la generan. De ser así, todos veríamos/experimentaríamos lo mismo. Me viene a la mente más de uno que lo quisiera, pero no, no es así. En pocas ocasiones me posiciono firmemente en un lado u otro, pero en esta ocasión sí: estoy convencido de que tiene que haber algo más, yo no soy un materialista reduccionista. La subjetividad es única e intransferible. No hay un mundo ahí fuera, existe el mundo que yo genero, uno que comparto con el que generan todos y cada uno de los que respiramos. Y ese es el mundo que compartimos, vaya, cada uno lo ve con sus gafas.

El teatro es un asunto de la mente. Está implícitamente relacionado con el funcionamiento del cerebro, pero también con algo más que no es material. El cerebro procesa emociones, atención, percepción, pero no es el que las genera. Esta sección se llama “Un cerebro compartido” en homenaje al gran Peter Brook quien dijo que una obra es como un cerebro. El teatro, escribió “es un cerebro compartido. Nosotros, el público, la gente que actúa, los músicos, compartimos la experiencia dentro de un espacio. Lo ideal para la concentración es un espacio cerrado. Pero no cualquier espacio cerrado, sino uno que da a todo el mundo esa sensación de estar dentro de un cerebro” Es una analogía bonita. Así vista todos compartimos recursos de un mismo cerebro y todos podemos viajar simultáneamente como un bote de fuegos artificiales que cuando explota hace que cada uno fabrique su viaje, su trayectoria, su experiencia.

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