Recuerdos de España y América de Juan Margallo y Petra Martínez
El actor/director/dramaturgo/gestor teatral extremeño Juan Margallo Rivera junto a su mujer la actriz Petra Martínez Pérez, han obtenido el Premio Nacional de Teatro 2022, que concede anualmente el Ministerio de Cultura y Deporte (dotado con 30.000 euros), “por la coherencia y el compromiso con el arte y la sociedad a través de sus creaciones”.
Nacido en Cáceres en 1940, aunque sus raíces están en Montánchez (pues fue donde pasó su infancia junto a sus abuelos), vive en Madrid desde principio de 1960, Margallo, que cuenta con una amplia trayectoria artística sobre todo en teatro, pero también en cine y televisión, anteriormente había recibido -entre otros galardones- el Premio Max de las Artes Escénicas en dos ocasiones (en 2002 y 2006), la Medalla de Extremadura (en 2007), el San Pancracio de cine (en 2008), el Extremeño del Diario HOY (en 2017), el Especial Procine del sector audiovisual extremeño (en 2019) y la nominación como mejor actor de reparto en los Goya por su actuación en la película “Campeones”. Destacando, además, la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes concedida a su compañía Uroc Teatro (en 2011).
La concesión de estos premios siempre me trajo recuerdos de mi simpatía por este extremeño, personaje entusiasta y batallador del teatro considerado en el panorama cultural español como “figura imprescindible en el teatro militante de los años 60 y 70”, con el que intervine en diversas actividades de mi vida teatral. Sobre su recorrido teatral hasta 1992 escribí en la GRAN ENCICLOPEDIA EXTREMEÑA junto a los dramaturgos Manuel Martínez Mediero y Miguel Murillo (que en mi consideración eran los tres personajes extremeños teatralmente más destacados), aunque a Margallo apenas se le conocía en su tierra. Y, después, lo hice en varios medios en 2007, cuando la Junta de Extremadura le concedió la Medalla de Extremadura (promovida en el último año de mandato del presidente Juan Carlos Rodríguez Ibarra, pero entregada el 8 de septiembre de 2007 por Guillermo Fernández Vara).
Lo conocí en Madrid la década 1960-70 donde habíamos estudiado: en TEM (Teatro Estudio de Madrid, con William Layton y Miguel Narros) y en la Real Escuela Superior de Arte Dramático y Danza (donde ambos tuvimos algunos problemas con algunos profesores, Anparo Reyes y Marta Santa-Olalla, porque nos costaba dejar el acento extremeño). Pero fue en su etapa con el profesor/director chileno Italo Ricardi cuando me llamó la atención como agitador teatral en aquellas representaciones y coloquios montados en la Universidad (en teatro del San Juan Evangelista), donde los grupos teatrales independientes teníamos que salir corriendo con los bártulos escenográficos cuando aparecía la policía. En esos años, de muchas medidas represivas, para los que aspirábamos como él a tener teatralmente compromiso social e independencia era fácil congeniar con el ardor de su protesta artística contra el peso fascista y con su lucha -en foros junto a su grupo teatral Tábano o junto a actores, como Juan Diego- por las reivindicaciones teatrales. Me motivaron muchas cosas de aquel Margallo con la lanza en ristre, sentido del humor, solidaridad y cordialidad.
Disfruté de sus iniciativas bajo el signo del teatro de provocación/happening y del estilo propio creado en la línea del teatro popular divertido que buscaba con guiños la complicidad del público en la crítica socio-política. Y aprendí una forma peculiar de protesta. Se trataba del pateo, aquella manera de la honrosa tradición teatral de juzgar los espectáculos, hoy extinguida. Margallo también era un artista del pateo en las funciones pseudo/eruditas, como las llamadas “de cámara y ensayo” que programaba Mario Antolín (famoso censor y directorcillo de las subvenciones teatrales del Ministerio). Recuerdo que él y su grupo de Tábano eran los que pateaban más fuerte y yo el que repiqueteaba en las filas de atrás. También me acuerdo de la improvisada orquesta que montamos en la II Semana Nacional de Teatro de Badajoz -en el teatro Menacho- pateando un embaucador espectáculo del grupo sevillano Tabanque. Probablemente, de ahí vienen mis arrebatos de crítico teatral.
Margallo produjo en 1970 un gran impacto con su espectáculo “Castañuela 70”, al ser la primera obra del teatro independiente que logró acceder al teatro comercial de Madrid. El espectáculo fue suspendido en pleno éxito por la censura siete días después del estreno, provocando un escándalo en los medios culturales del país. La compañía lo representó después en giras por Europa y América Latina. Desde entonces la actividad teatral de Margallo fue intensa como actor, director, dramaturgo y organizador. En Extremadura, desde 1974 (con la obra “Robinsón Crusoe”) y en mi época de director del Festival de Teatro Contemporáneo de Badajoz, vimos casi todos los montajes de sus compañías Tábano, El Gallo Vallecano y Uroc Teatro, participantes en el evento. En la etapa del consejero de cultura Jaime Naranjo contribuyó con su asesoramiento -y con las afamadas carpas que él había utilizado en “La feria mágica”, espectáculo infantil representado en El Retiro de Madrid- a poner en marcha mi programa Plan de Acción Teatral Educativo en la Extremadura Rural (1990-1993).
También, en los años 2000 y 2003, dirigió los espectáculos “Edipo”, sobre los dos textos de Sófocles bajo su adaptación y “La paz” de Miguel Murillo basada en el texto del mismo nombre de Aristófanes, para el Festival del Teatro Romano de Mérida. De esta última obra dije en mi critica “… Margallo se maneja con oficio, potenciando los recursos del atractivo texto que conduce con libertad, con desenfado, con ímpetu irónico. Logra escenas de muy fresca inspiración y despoja de inhibiciones a un público para hacerlo suyo… El espectáculo, que rezuma diversión, magia, alegría participativa, poesía y ternura y momentos de belleza, termina con un cuadro cómico de los farsantes llevando en procesión al “caballero de la triste figura” Trigeo abrazado a una estatua de la paz, con saeta incluida, continuando la ceremonia con la imaginería de fuegos artificiales y el efecto a punto de la entrada victoriosa del elenco con Margallo al frente montado en un burro” (“El triunfo de la paz de Sancho Panza”, en el Periódico Extremadura, 21-7-2003).
Su labor como organizador teatral la recuerdo por su espléndida dirección del Festival Iberoamericano de Cádiz iniciado en 1986, después de los intentos frustrados que tuve -junto al director del Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral (CELCIT) Luis Molina López-, un año antes, para organizar el evento en Extremadura (la torpe consejería de cultura de Francisco España Fuentes había rechazado un proyecto del Centro Dramático de Badajoz y del CELCIT, sin considerar que desde 1978 en Extremadura habíamos realizado tres ediciones de las Jornadas Iberoamericanas de Teatro y Cine, pioneras en el país). Al Festival de Cádiz asistí gratamente durante diez años, invitado a participar en foros y encuentros de directores de festivales. Allí, tuve el honor de recibir en 1994 el premio “Ollantay” del Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral (CELCIT, de Caracas).
En estas y otras colaboraciones teatrales coincidimos también en varios países del otro lado del Atlántico (desde 1973, cuando actuaron en el Festival Internacional en Puerto Rico). La más interesante de aquellas aventuras fue la de una intensa gira en 1977 por 7 países –México, Guatemala, Honduras, El Salvador, Costa Rica, Colombia y Venezuela- colmada de anécdotas y vicisitudes. Estuvo organizada por la Federación de Festivales de Teatro de América (creada en Venezuela por Luis Molina López), de la que fui miembro/delegado en Puerto Rico. La compañía El Buho –surgida a raíz de una huelga de actores en Madrid, integrada por Margallo, Luis Matilla, Gerardo Vera y otros- fue invitada a participar con “La sangre y la ceniza” de Alfonso Sastre, junto a la compañía andaluza Teatro del Albaicín de Mario Maya con “Ay, ciudad de los gitanos”. Margallo hizo un imponente papel del teólogo/científico ejecutado por sus ideas, Miguel Servet, en aquella obra de Sastre (junto a Gloria Muñoz, otra gran actriz procedente del grupo Tábano, que para la gira había sustituido a Petra Martínez). Ambos espectáculos lograron un gran triunfo en todos los países mencionados.
Yo les acompañé en casi toda la gira, organizando el Festival en Costa Rica y varias sedes de Venezuela (Barquisimeto, Mérida, Trujillo y Coro), impartiendo también charlas sobre el teatro español contemporáneo y sobre la crítica (EL NACIONAL, Página de Arte, 18-10-1977). De aquellas andanzas, siempre comprometidas, tengo agradables recuerdos, como la recepción especial en el Festival de México que hizo –exclusivamente a los españoles que participamos- la ministra de cultura Margarita López Portillo (hermana del presidente del país), invitándonos a un exquisito almuerzo mexicano y a visitar las Pirámides del Sol y la Luna en la zona arqueológica de Teotihuacán. El Festival teatral itinerante que se inició en este país funcionó muy bien.
Pero también con varios problemas y sustos de orden político que tuvimos en Guatemala y El Salvador (países gobernados por dictaduras). En el primero, la representación del grupo portugués La Comuna, participante en el evento con “Fogo” -un espectáculo basado en el Ché Guevara- provocó que, al día siguiente, soldados del ejército patrullasen con metralletas alrededor del teatro durante la representación de la obra de Sastre. En el segundo, ocurrió un buen sobresalto y chasco que se llevó la compañía nada más empezar la función, cuando un grupo local de jóvenes actores saltó al escenario armando una breve actuación de protesta por no haber sido incluida una obra suya en el Festival. Y en Costa Rica, soportamos las desavenencias del Sindicato de Actores Costarricenses con el Ministerio de Cultura, causantes súbitos de que las obras españolas no actuasen en el Teatro Nacional sino en el pequeño Teatro Castella. Me acuerdo que tuve una entrevista con el enojado ministro de cultura, Guido Sáenz González, tratando en vano de arreglar el asunto (Diario La Nación, 17-9-1977). No obstante, las representaciones también resultaron un éxito, aunque con menos público.
Estos y otros hechos, como el desalojo ante la amenaza de una bomba que explotó en el Teatro Nacional de Bogotá –afectando parte del hall y de los camerinos pero sin causar ninguna muerte, afortunadamente- durante el Festival Internacional de 1988, dirigido por Elisa Fanny Mikey y Ramiro Osorio (gestor cultural que años más tarde sería ministro de Cultura), evento al que había sido invitado por el CELCIT/Colombia junto con Margallo y otros conocidos teatristas españoles -Pepe Monleón y Fermín Cabal- para participar en foros. Historia que fue contada por Margallo –poniéndome como testigo- en un coloquio de la 38 edición del Festival Internacional de Teatro de Badajoz (organizada por Miguel Murillo), tras la representación que hizo de su divertida comedia negra y autobiográfica “¡Chimpón!”, una reflexión sobre lo absurdo de la vida y el destino, interpretada por él junto a su esposa Petra Martínez.
Mi mejor recuerdo de las actuaciones de Margallo fue en la 29 edición del Festival Internacional de Teatro y Danza Contemporáneo de Badajoz (2006), donde le pude ver participando en “El señor Ibrahím y las flores del Corán”, magnífica obra que reflexiona sobre la amistad -de un viejo musulmán y un joven judío- por encima de las diferencias de origen. En mi crítica dije: “Margallo, exhibiendo toda su maestría escénica, interpretaba el papel del viejo Ibrahím, fascinando al público que percibía los latidos de una actuación de altísimo voltaje”. Por aquellas interpretaciones de esta obra recibió el Premio Max de las Artes Escénicas al Mejor Actor.
Por su parte, Petra Martínez, andaluza de Jaén (Linares), que para quienes la conocen posee un juicioso carácter al mismo tiempo que irradia una personal simpatía, es una veterana actriz vinculada al teatro desde la época del TEM (del segundo lustro de 1960, donde conoció a Margallo, con el que lleva casada más de medio siglo). La recuerdo en esa época actuando con Margallo en la representación de “Noche de Reyes o como gustéis” de Shakespeare, dirigida por William Layton (en 1968). Desde entonces la he visto muchas veces interpretar demostrando su potencial en todo tipo de registros artísticos, que a lo largo de los años ha seguido depurando tanto en teatro como en cine o televisión. Mi mejor recuerdo de su genialidad fue haciendo de maestra en aquel monólogo crítico, del autoritarismo a través del humor, de “La señora doña Margarita”. Hoy, a sus 78 años, sigue siendo una de las mejores actrices del panorama artístico español. Lo ha demostrado, una vez más, en su último trabajo cinematográfico “La vida era esto”, de Martín de los Santos, por el que ha recibido el Premio Feroz como Mejor Actriz Protagonista.
A Juan Margallo Rivera (82 años) y Petra Martínez Pérez (78 años), el Ministerio de Cultura y Deporte hace pocos días les ha concedido el Premio Nacional de Teatro 2022 (según una propuesta presentada por el CELCIT de Luis Molina y Elena Schaposnik), valiosa distinción que merecen porque han sabido mantener en sus creaciones el compromiso y la excelencia escénica que les ha caracterizado en todo el contexto de su larga trayectoria y porque constituyen uno de los matrimonios artísticos más sólidos, singulares y compenetrados, de gran belleza moral. ¡Nuevamente, mi enhorabuena y larga vida a PETRI y JUAN!
José Manuel Villafaina