Críticas de espectáculos

Rosas esparcidas en agua turquesa

Surco en espiral grabado en el disco. Gira sin ser tocado. El imaginario colectivo persiste en este vinilo. Despierta y recuerda, cuando el creador y director Albert Boadella lo dibuja en forma de texto dramático que se mueve concéntrico. Diva es obra teatral y musical. Es signo del potencial emotivo de las artes del canto y del teatro cuando se encuentran en el recuerdo de un piano y un tocadiscos. El fundido entre ellas parte de un fondo negro. Es un párpado que se abre para ver una vez más. La luz cenital prende el tocadiscos. Lentamente los contornos empiezan a colorearse. Se definen un cuerpo plisado en un diván, un piano sin manos y una alfombra sin azules. Cae al suelo el cuerpo de María, quien fue la Diosa, la Callas, y que hoy es revivida por la fulgurante artista María Rey-Joly. Las imágenes sonoras, las voces, se han duplicado en el espacio; se han realizado una encima de la otra para que una voz divina se sienta completa, ya libre. Desde un exquisito lirismo dramático has impactado a varios cientos de ojos en el Teatro Góngora. María, soprano absoluta, has sido largamente aplaudida. Y por todo eso, has vivido esta noche.

Albert Boadella y Manuel Coves disponen por el escenario las piezas de un juego con el sentido: hacen comunicar la iluminación concreta de Bernat Jansá, que enmarca lo que debe ser expresado, con los signos musicales y dramáticos. En Diva no se toca la música; no se tocan los libretos. Se sienten a la distancia justa que caracteriza el bel canto de María Callas. Esto es, el trazo de una melodía que treinta y seis rosas pintan, desde unos brazos que amaban hasta unas rodillas que se duelen por el mismo motivo. El sonido se mueve para entrar en un sueño profundo, en un anhelo, desde un altavoz en un palco hasta los situados en el fuera de campo del escenario. Las rosas siguen olvidadas mientras la alfombra cambia de piel. Es rectángulo en trance, que contará el ocaso de un mar de luz turquesa por el peso rojizo de un presente gracias al movimiento oscilante de ambos cuerpos-signos. Pasan a ser iconos de un pasado que navega. La voz se asfixia en este Egeo. No llega a la superficie, no respira. Las cenizas del signo tocan el fondo. La Callas se muere a cada verso de un mito pasado. Boadella refracta esta caída con un foco horizontal, que en soledad compartida con la Diva, muestra en la pared más profunda cómo una silueta exhausta se pierde por las extremidades. Cómo sujetar sin brazos el ramo de rosas si estas ya no significaban amor. En el presente del escenario, el peso de un odio las lanza fuera de la alfombra, fuera del plano.

‘Il tempo passa’. A dos tiempos representados en un pliegue de pasado, María Callas es cabeza de dos rostros que se desprecian y que se abrazan en la cómoda. María es la Callas por todos los cruces con espacios, luces y personas. Por todos los deseos: por Onassis, interpretado por el talentoso tenor y pianista Antonio Comas, la soprano fue la Diva y dejó de ser María, hasta hoy: en un pequeño pliegue de seda roja canta y se recoge en sus brazos para no desvanecer del todo. Es el último ramo que navega hasta el margen. Comas es también dos rostros, dos amores trágicos y odiados. Uno correspondido y otro dolido en silencio: es amor que ensaya, que solo sueña y por eso no te dolerá, María. La figura significa Onassis cuando recoge del suelo y se coloca unas gafas olvidadas. Es Ferruccio sin ellas, con ojos abiertos que adoran a su musa en un tiempo que ya no tiene recorrido. Por estas figuras Boadella culmina un cuadro mouvant. En su centro queda algo de María, un vestigio bello. Se desliza por la alfombra en un vestido de pliegues blancos. En ellos se esconde de lo que debía seguir siendo.

Diva y su duración azulada son la promesa de un cuerpo que quiere ser recordado en las aguas del Egeo. Ha sido posible gracias a la calidad y flexibilidad de la voz de María Rey-Joly. Ha brillado, figurando virtuosa. Ha evocado a María, siendo lo virtuoso que permanece en la que fue la voz divina del bel canto. Por su agilidad de timbre dulce, las notas son reforzadas junto al piano para poder ser diluidas en el turquesa del agua. Ha sido un signo de una técnica que pocos pueden demostrar en escena. ‘La Callas está muerta’, se dice para sí el cuerpo. Recoge del suelo los gritos que no han alcanzado la nota más aguda. Son pedazos que abrazar mientras el tocadiscos sigue girando, sin sonido. Ama y se odia; baila y se va. Sin sonido. Hoy se ve como una rosa despreciada, corola deshojada. Sin embargo brilla por el arte de un teatro lírico que restituye su olvido.

Diva es aire cantado sobre una verdad que hiere la piel. Es voz que preserva la belleza del sonido de esta mujer-icono del bel canto. Nombrarla es cantarle a un pasado irrepetible. Por ella, el presente dramático no puede seguir un día más. Ni una hora más. Porque el tiempo se quebró con su imagen de mito y ahora solo puede volver hacia atrás. Boadella lo designa con una delicada puesta en escena que gira sobre su eje para cerrarse en el mismo punto en el que empezó a soñar tras el telón. María Callas, por la poética belcantista de esta obra, es la mano que toca y hace sonar ese surco. Sobre los párpados que quieran admirarla, vivirá reencarnada con dulzura, desde el fondo de un arte que no olvida a sus referentes.

Andrea Simone

FICHA ARTÍSTICA:

•Obra: Diva
•Intérpetes: María Rey-Joly (María Callas), Antonio Comas (Onassis)
•Iluminador: Bernat Jansá
•Diseño de sonido: Pedro Lastra
•Ayudante de dirección: Martina Cabanas
•Coreografía: Silvia Brossa
•Asesoría artística: Dolors Caminal
•Director musical: Manuel Coves
•Autor y director de escena: Albert Boadella

Teatro Góngora (Córdoba), 14/01/2023

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