Mirada de Zebra

Site-specific performance (1): El concepto y la diana

(Primera entrega de un total de tres sobre “site-specific performance”. Pero antes una aclaración: lo que a continuación viene no es un escrito académico, ni una revisión histórica o conceptual sobre los llamados «site-specific performance», sino un panorama personal sobre cómo se puede entender la relación entre el espacio – fuera de los edificios puramente teatrales – y la creación escénica)

 

Cuando hablamos de los orígenes del teatro las teorías se cuentan como incertidumbres. Tantos artículos y escritos sobre cómo comenzó aquel juego o ritual que hoy llamamos teatro sólo demuestran que apenas sabemos nada al respecto. Entre todas esas teorías inciertas hay una que, ciertamente, me inspira más que otras, aunque desde el punto de vista historiográfico quizá no sea la más fidedigna. Esa teoría dice que el teatro surge como un conjunto de artes indistinguibles entre sí donde convergen la música, la danza, el teatro, un cine primitivo basado en el juego de sombras y… la pintura, la escultura y los grabados. Es decir, que todas esas artes se mezclaban en una suerte de fiestas artísticas primitivas, de tal manera que las únicas huellas que nos han llegado hoy día de aquellas performances colectivas son estas últimas: las antiguas pinturas, esculturas y grabados que conforman el llamado arte rupestre. 

Es en el arte rupestre, precisamente, donde encontramos los primeros ejemplos de arte «site-specific», cuando la geología de las cuevas inspira las representaciones y se utilizan las protuberancias, las grietas o las estalagmitas para dar vida a las ilustraciones de animales a través del uso del color o del buril, creando un arte en plena simbiosis con el espacio que habita. De esta manera, vemos que la curva de la pared de una cueva se convierte en la espina dorsal de un bisonte o que la grieta que se abre en una roca define el perfil de la pata de un caballo.

Si hay arte rupestre que podemos llamar «site-specific», no es difícil imaginar que en los orígenes las otras formas de arte tuvieran también esta cualidad: que el canto y la palabra emergiesen aprovechando las cualidades acústicas de algún recoveco de la cueva, que la danza se hiciese sobre un escenario de roca natural o que los primeros juegos de sombras emergiesen entre el fuego y la pared que daban cobijo a la tribu.

El hecho de entender que eso que tan recientemente se llama arte «site-specific» es quizá una característica que nace con el propio arte, revela que detrás de los llamados «site-specific performance» hay algo esencial: el instinto humano por crear arte y belleza en el entorno que le rodea, sea cual sea éste.

Resulta pues curioso que el hecho de crear arte específico para un lugar sea algo tan antiguo como el propio arte, y que en cambio el uso del término «site-specific performance» sea tan nuevo: empieza a utilizarse en los años 70 y 80, y se asienta con grupos como los galeses Brith Gof, que hablan de su teatro precisamente como «site-specific theatre». En la actualidad, cuando la idea que está detrás del concepto se ha expandido y acomodado a los nuevos tiempos, encontramos infinidad de grupos y artistas, festivales y encuentros artísticos que se sienten cómodos bajo ese paraguas conceptual. 

Es precisamente uno de esos grupos, el colectivo inglés Wrights & Sights, quien propone una de las definiciones más interesantes sobre «site-specific performance». Según este grupo, el «site specific-perfomance» es un espectáculo (performance) creado específicamente desde y para un lugar o espacio.

Transcribo una definición, y sin embargo no creo que las definiciones sean especialmente adecuadas en teatro. Una definición es la jaula de un concepto y el arte no busca enjaular conceptos, sino más bien darles libertad para que nos inciten, nos inquieten y nos pregunten sobre cuestiones esenciales de nuestra existencia. Escojo esta definición por tanto no porque sea académicamente precisa, sino porque creo que resulta artísticamente útil para afrontar una creación basada en la relación que se establece entre la creación escénica y un determinado lugar. La escojo también porque acota un área de trabajo que de otra manera sería inabarcable, es decir, porque permite concretar la diana sobre la cual centrar nuestra mirada artística, porque escoge un camino por el que poder avanzar. Si bien el arte no necesita de definiciones, sí necesita que se tomen decisiones, sean racionales o impulsivas, para que las fuerzas puedan orientarse paulatinamente hacia un objetivo, para que el proceso siga la dinámica del embudo y que al final podamos destilar la gota, el resultado, la pieza creativa.

Siguiendo la definición de Wrights & Sights, entendemos pues que el «site-specific performance» alude a un espectáculo que surge de un determinado espacio o que se crea para un determinado espacio, es decir una suerte de estado simbiótico entre la pieza artística y el lugar que la alberga, donde la una se alimenta del otro y viceversa, hasta fundirse en una creación inseparable. Richard Serra lo expresó perfectamente allá por los años 80, cuando quisieron trasladar de lugar su escultura “Tilted arc”, que había creado específicamente para una plaza de Manhattan. El escultor se negó tajantemente a que aquel imponente muro de acero que atravesaba la plaza abandonara el espacio para el cual había sido concebido: «mover la escultura es destruirla», dijo. De hecho, cuando la escultura finalmente se quitó de Manhattan en 1989, Serra nunca quiso reubicarla en ningún otro lugar.

Llegados a este punto, con la diana para nuestro empeño definida, desenvainamos una primera pregunta que intentaremos responder en próximas entregas: ¿Qué elementos pone el espacio a nuestra disposición para crear una pieza artística en un determinado lugar?

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Un comentario

  1. Hola trabajo con el Teatro Experimental La Mama de Bogotá, me parece un articulo extraordinario , me gustaría conocer la parte 2 y la parte 3.
    muchas gracias

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