Foro fugaz

Tentación Tartufo

Tartufo, nombre masculino que se ha convertido en el adjetivo que representa al hipócrita religioso que ejerce su deseo de dominación cobijado bajo el manto de su pseudo espiritualidad. Una obra que día con día cobra más actualidad, cuando ya creíamos conjurados los problemas del integrismo religioso. No contábamos con Internet y sus juicios sumarios, ni con una nueva versión de la inquisición en donde todos somos verdugos y posibles culpables; no contábamos con los radicalismos religiosos actuales, más agudos y peligrosos que en la época de Molière. No aparecía en nuestro horizonte el temible integrismo religioso que infecunda nuestro joven siglo. 

Recordemos: la obra Tartufo parte de un intuición propia de un gran dramaturgo: detrás de un guía religioso se esconde frecuentemente un deseo insaciable de dominación, la hipocresía es su instrumento, la religión su arma, Dios su coartada. Molière muestra que es una actitud que hay que ridiculizar y combatir. 

Dominar es poseer. Poner en acción esta idea en una obra de teatro le costó a Molière la persecución de la que lo salvó Luis XIV, pero que lo entregó a los caprichos del monarca. Una parte de la iglesia católica reaccionó con furor en el siglo XVII ante esta denuncia: debajo de la sotana se esconde un libertino. 

Ahora podríamos ampliar la visión de Molière extendiéndola hacia otras religiones monoteístas: los ortodoxos judíos o los integristas islámicos. Imaginemos una puesta en escena en donde aparezcan los símbolos de las tres religiones monoteístas: un Tartufo cristiano, otro judío, y más allá un Tartufo musulmán. El efecto sería tan considerable y efectivo que se necesitaría un escuadrón permanente para defender al teatro en el que se presentara. Y no hablamos en el aire, hay suficientes ejemplos de crímenes cometidos en Europa por denuncias semejantes, para entender que la amenaza es real. Denunciar integrismos en el teatro puede ser hoy más peligroso que nunca.

Pero seamos audaces y hagamos algo que es del gusto actual: cambiar el sexo de los personajes teatrales. Imaginemos a una Tartufa, una religiosa que esconde sus apetitos sexuales extraviados bajo su negro manto moral. Los efectos serían devastadores y seríamos acusados de misoginia aguda. Una Tartufa que traza su deseo de dominación amparada en palabras sabias que usa a su modo para sus propósitos tan negros como su manto. 

En una versión de las tragedias romanas de Shakespeare, el director holandés Ivo van Hove transformó a algunos de los generales de la obra en papeles femeninos y le dio una dimensión muy contemporánea a su versión. Nos enseñó que la ambición y la vileza presentados por Shakespeare también se visten de mujer. Lo mismo pasaría con nuestro Tartufo travestido. 

Pero seamos realistas: Tartufo es masculino, tiene los apetitos de un lobo disfrazado de cordero, así que el Tartufo de las tres religiones sería mucho más peligroso para la compañía que se atreviera a ponerlo en escena, que un cambio de sexo del personaje. Lo que quiere decir que es la denuncia de la hipocresía religiosa la que más puede calar en la actualidad y que recuerda que Molière encontró un fuerte defecto humano más allá de su época. Tartufo o el impostor sigue vigente. 

En la obra no solo se denuncia al religioso, también se exhibe a los crédulos que lo siguen, lo protegen y lo estimulan. Tal vez ellos sean los más ridículos, ya que son el pedestal en el que se apoya la tiranía del integrista, su insensatez no tiene límites, y son los seguidores del farsante el verdadero peligro.

En París se presenta una nueva versión de Tartufo, ubicada en los años 50, con el personaje como guía espiritual y revelador de las pulsiones sexuales de los otros personajes de la obra. Teorema Tartufo dirigida por Macha Makeïeff se inspira en la película Teorema de Pier Paolo Pasolini en la que un ángel-demonio pone en crisis a una familia burguesa a través del sexo. Esta dimensión otorgada a Tartufo lo hace más cercano a nosotros sin que la directora haya renunciado a ninguna línea de la obra original. 

El final de la pieza es un Deus ex Máquina impuesto por la persecución que sufrió la obra por parte de la iglesia, que obligó a Molière a cambiar tres veces el final de la obra, hasta que fue aprobada por el monarca. En este final el Príncipe salva al jefe de la familia de la trampa tendida por la ambición de Tartufo, cuando el final hubiera podido ser mucho más dramático: Echar a la familia a dormir en la calle y a su protector a la cárcel. La intervención del rey salva todo, y de paso salva a la obra, que la iglesia católica quería arrinconar al silencio. Gracias a eso sigue divirtiendo e iluminando conciencias trescientos años después.

Enrique Atonal, París 2021

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