El Hurgón

Un caso de conciencia

Cómo ejercitar la palabra libertad fue una pregunta que, aterrados, empezaron a hacerse los nobles criollos de Santa Gracia, sede de uno de los más importantes virreinatos de la otrora imperial España, cuando comenzaron a escuchar de los enviados del cielo comentarios acerca de los riesgos que podía generar su repentina aparición en escena, y las recomendaciones de la sede del reino, viajando desesperadas hacia las provincias de ultramar para evitar que fuera la quimera napoleónica la que los empujara a obtenerla y no la necesidad de los tiempos, que es la que, según coincidían unos y otras, entonces, decide cuándo se está preparado para ser libre. Por eso en Santa Gracia las discusiones teológicas no paraban, porque necesitaban consultar primero si era o no lícito que ellos estuviesen no sólo pensando en la palabra libertad sino deseándola.

Parte de esa extensa discusión se puede leer en los párrafos siguientes:

Dos años antes de que los criollos emergentes instruyeran al virrey sobre la bondad de su movimiento, “fruto de las necesidades”, los jefes de las provincias de ultramar habían recibido instrucciones de impedir la difusión de impresos no autorizados por el Consejo de Censura de la Metrópoli, incluido todo tipo de gaceta extranjera que mostrara el calamitoso estado de la sede del reino. Esas mismas instrucciones habían sido ratificadas tres meses antes de que se produjera el movimiento, “fruto de las necesidades”, impidiendo así que los santagracianos tuvieran conocimiento de lo sucedido en la Metrópoli, como la ocupación de la sede del reino por los ejércitos de Napoleón

Los errores de asentimiento y negación cometidos con base en las noticias difusas fueron excusados apelando al severo juicio Tomístico:

-Si lo jurado no debe hacerse porque es malo por sí, faltó la justicia al juramento y no se debe observar si es pecado, así sea venial, porque una suma de pecadillos prepara la conciencia para la inobservancia de elementales preceptos morales -explicó el clérigo Peñalver. Si aconteciere alguna cosa nueva en el momento del juramento éste podría ser lícito al principio, entendiendo como lícito lo pedido, aunque el cumplimiento sea ilícito.

Todavía más claro:

-Lo que ofreciste incautamente no lo cumplas, dice San Isidro, aunque el juramento se haya hecho absolutamente. El juramento promisorio encierra ciertas condiciones: Si puedo, si debo, salvo el derecho y si las cosas son según se dicen y dependen de la promesa que se ha hecho. No se debe guardar el juramento cuando por un evento impremeditado puede venir un peor mal. Tenemos el antecedente de que el Consejo de Regencia tildó de insurgentes a unos ilustres quiteños, que por temor a ver pisoteada la autoridad de su soberano intentaron deponer a los jefes sospechosos de quererles abrir las puertas a los irreligiosos Franceses. El juramento es símbolo de iniquidad si por guardarlo omitimos los errores y exponemos a estos pueblos, sencillos, católicos, pobres pero honrados, al riesgo de la sanción divina. Santa Gracia Juró la Regencia pensando que con ello se protegía de la tiranía francesa, pero los sucesos de Quito dieron nueva luz a los análisis. Como dice Covarrubias, el juramento debe restringirse cuanto sea posible, y entenderse según su naturaleza, sus cualidades y sus condiciones, pues el que pone excepción a su juramento ni perjudica ni cae en peligro de perjurio, porque si éste repugna a la justicia hay obligación de no guardarlo, y no tiene el que lo hizo necesidad de dispensa.

Estas apreciaciones no convencieron del todo a la mayoría de las provincias, pero crearon un largo silencio, que esperaban aprovechar los del bando moderado de Santa Gracia en las futuras discusiones.

En Cartagena se prendió el mecho cuando supieron que en Santa Gracia se decía que esa provincia les iba a abrir las puertas a los franceses para que mancillaran el honor de las vírgenes, saquearan los templos y se marcharan con los bienes de los nobles. Algunos exaltados dirigentes de esa ciudad respondieron a través de un anónimo, que les era muy difícil sostener diálogos con beatos, zoilos y legalejos, metidos a politólogos por simple orgullo, que desconocían por dónde iba el agua al molino, y que se habían mostrado incapaces para manejar los favores que les ofrecía la casualidad, que esas chucherías de substancia y accidente eran antiguallas en las que sólo piensa la gente que se pasa la vida rezando e inventando frases floridas, y en el mismo anónimo preguntaron: ¿Por qué, si ni el mismo pontífice puede dispensar un juramento de fidelidad, aunque el príncipe sea un tirano, los santagracianos desistieron de obedecer al Consejo de Regencia?

-Por la misma razón por la que ustedes depusieron a Montes, y por la que no osamos llamarlos infieles -respondieron en Santa Gracia, también con escritos anónimos. No ha de llamarse infiel a quien ha errado, conducido por el deseo de salvaguardar los derechos del rey, porque el bien común puede más que el particular.

-¿Puede algún particular proceder contra la autoridad legítima, aunque sea tiránica? -preguntó, airado, el señor, doctor, don José de la Hostia, quien pidió licencia para responderle al anónimo de Cartagena. El mismo santo Tomás, autor de la pregunta, responde: ¡No!; la autoridad pública es la que debe proceder a esto. Cuando no está de acuerdo todo el pueblo no se debe cambiar nada.

-Es una lástima, que el autor del anónimo no haya encontrado un solo libro en las bibliotecas de su ciudad, que hable de la ciencia del gobierno, explicada por Santo Tomás. Terció el jurista, señor, doctor, don Crispín Villa Rego. Si estuviera en nuestra ciudad, en donde pululan las bibliotecas particulares, más otras doce, con millares de libros cuya lectura refuerza la moral y la conciencia y ayuda a comprender las categorías de substancia, esencia, accidente e incidente, comprendería por qué San Agustín, antes de emprender la dura tarea de explicar el Génesis, fundó “La Ciudad de Dios”, poniendo como cimientos a Varton, Cicerón, Virgilio y Ovidio, y levantó el hermoso edificio de veintidós libros incomparables, que han sido fuente inagotable de sabiduría para la humanidad.

 

 

 

 

 

 

 

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