Y no se hable más
Encuentro en la fase posterior a la anterior fase que se caracteriza por el desfase. Acostumbro de manera gozosa a tener conversaciones, debates, intercambio de impresiones, acumulación de datos, recuerdos y sentencias absolutas con compañeros, amigos o saludados sobre la obra que acabamos de ver, sobre la que vimos antes de ayer, sobre la que vamos a ver, sobre la situación general y hasta sobre la influencia de la doctrina marxista en la sopa de ajo castellana. Las colas para entrar a una sala o al lavabo dan para mucho. Son una suerte de escuela abierta. O una sesión de terapia.
Una fuente de motivos para estas homilías, para reflexionar sobre tantas cosas sustanciales periféricas sobre esa parte del todo que es la exhibición, donde lo producido se enfrenta a su realidad, el hecho teatral, la sentencia sin considerandos de los públicos que, insisto, es lo imprescindible junto a los intérpretes para que exista el Teatro. En una ciudad como Madrid donde operan producciones del Estado, CDN y sus compañías de danza, orquestas, óperas, zarzuelas, además del ayuntamiento con varios puntos de producción de alto nivel y la Comunidad de Madrid, junto a los musicales, los teatros privados con programaciones más mercantiles, junto a las salas alternativas, independientes o híbridos entre profesionales y amateurs de facto debido a la precariedad económica, todo en su conjunto proporciona material imposible de calibrar en su totalidad, por lo que debemos admitir que la misma selección de acudir a un lugar u otro ya condiciona la idea general.
Digo esto porque hay cierta controversia que en ocasiones se encona debido a quienes consideran que aumenta la presión fáctica del oligopolio, la tendencia obvia a la privatización en forma de coproducciones entre lo público y lo privado en condiciones poco transparentes, además de detectarse unas capillas, unos grupos muy marcados, muy claros que hasta en ocasiones los relacionamos directamente con las siglas de un partido político, asunto que no está exento de cierta razón o sospecha, pero que no ayuda, precisamente, a entender los motivos, los objetivos, la intención de las programaciones.
Probablemente si sacamos del análisis el juicio de intenciones, moda, sugerencias para agradar a los de arriba, que deben ser unos entes invisibles, lo que puede suceder es que se trate de algo muy sencillo, amistad, favores pagados, inversiones de futuro y un amplio etcétera que dibujan una ideología, pero que no reflejan un programa político definido. Entre otras cosas porque me da la impresión de que eso no existe, porque gobernando el mismo partido político según el lugar, la persona que nombran para estos asuntos, se ofrece a los públicos un tipo de teatro y danza u otro. Y así hasta el infinito.
Que algo está pasando de manera todavía no muy evidente parece detectarse a poco que se ponga atención a lo que se programa. Insisto en algo que no puedo demostrar, pero me da la impresión de que se trata de ofrecer obras que no puedan molestar a casi nadie, aquello de que el miedo guarda la viña, porque una falta de ayuda, una cancelación de actuaciones, esta forma de censura tan rematadamente obvia hace que el riesgo se mitigue, que se vaya a lo seguro, a lo no crítico, con nada ni nadie. Pero a la vez, algunos acudimos a ciertas salas en donde encontramos una programación frontalmente enfrentada a esta medida de meritoriaje en negativo y programa obras claramente con discurso político explícito, cosa que a algunos les parece muy mal, porque lo que es bueno, está escrito en las tablas de la ley de la cultura de verdad es que se debe hacer teatro de derechas, que no cuestione absolutamente nada de lo que sucede y que esté inspirado, a ser posible, en el humanismo cristiano, porque eso es lo de verdad, no es para nada teatro político el teatro político de derechas. Bueno, ya me entienden.
No obstante, entre todos los marasmos existentes, aparecen obras, artistas, fogonazos, propuestas que mantienen un ventana abierta hacia lo extraordinario, a la poética escénica que genere en sí misma una idea del mundo. O al menos una idea de las posibilidades de algunos seres humanos para relacionarse entre ellos o con los dioses, las creencias y los prejuicios. Y ahí mantenemos la esperanza de que por mucho que los mercachifles quieren uniformar los escenarios a base de intereses mercantiles anticulturales, el arte al borde, rupturista nos ayudará a respirar sin necesidad de asistencia mecánica.
Y no se hable más.