Desde la faltriquera

Cien años de teatro documento

Se celebran 100 años del nacimiento del «creador» del teatro documento, Peter Weiss (1916-1982). A la memoria, que no a los escenarios, acuden obras que dejaron un recuerdo imborrable (Marat-Sade, La investigación, Discurso sobre Vietnam o Höelderlin). El teatro Documento tuvo la peculiaridad y el atractivo de subir a escena fragmentos con testimonios de la vida de un pueblo o de una persona, que llegaban a unos espectadores con toda su fuerza, no exenta en ocasiones de crueldad, y de autenticidad. El autor depuraba temas sin alejarse de la realidad y perfilaba aquellos aspectos más relevantes, el actor decía con un ligero toque interpretativo y el espectador conocía realidades ocultas por cualquier tipo de censura.

En España, Ignacio Amestoy, Alfonso Sastre o Jerónimo López Mozo se introdujeron en algunas obras por esos vericuetos, pero lo que realmente alcanzó repercusión fue el teatro de la Memoria, emparentado con el de testimonio, pero diferente en las fuentes. El de la Memoria bebe en recuerdos, en sucesos escuchados de segunda mano, en la memoria colectiva de un pueblo, etcétera, pero no en el documento contrastado y sacado a luz. No se trata de clasificaciones, sino de deslindar fronteras, aunque uno y otro tengan un mismo objetivo, mostrar una realidad oculta por ser materia reservada, por miedo o por otras causas.

En la línea del teatro documento, surgió en el Reino Unido en los compases iniciales de este siglo, el teatro Verbatim, más próximo al teatro documento, pues se proponía dar a conocer sumarios, procesos, investigaciones de hechos recientes que permanecían bajo la etiqueta de materia clasificada. Se escribieron obras de temática interesante, con un proceso bastante similar al teatro acuñado por Peter Weiss. Sin embargo, pasados unos años de éxito ha decaído.

Esta semana que ahora termina, el Festival Kontakt de Torun (Polonia) ha dedicado buena parte de la programación al nuevo teatro documento con diferentes escenificaciones, realizadas en distintos de obras nuevas (Mein Kampf, Berlín, El príncipe Gavrilo, Utrech, Juarez: mitología documental, New York, etc), herederas directas de Weiss. Junto a estas, otras que conservan la fuerza de la denuncia, entroncando con realidades sociales, que suben a escena para denunciarlas (Un enemigo del pueblo, dirigida por Ostermeier, El jardín de los cerezos en versión de STAN o la revisión de la Iliada a cargo del teatro nacional de Eslovenia, dirigido por un muy interesante Jernej Lorenci). Teatro político en ambos casos, pero más pegado al testimonio, los primeros títulos mencionados, y próximo a la censura y crítica de hechos sociales en el segundo.

Llevaba tiempo sin asistir a este tipo de espectáculos y menos en grandes dosis. Si no recuerdo mal, el último visto fue Dionisio Ridruejo, una pasión española de Amestoy en el teatro Francisco Nieva en 2014 y años atrás a un ciclo de teatro Verbatin, organizado por Vicente León en la Sala Pradillo. La pregunta desde el campo de la recepción surge al comparar la emoción de un lejano ayer con el aburrimiento (podía escribir interés, una palabra menos rotunda y más aparentemente intelectualoide, para decir lo mismo) ¿Qué ha ocurrido para que este teatro resulte menos atractivo? La respuesta no se encuentra en los temas abordados, ni en la forma de acometerlos, con mayores medios técnicos y depuración interpretativa, aunque siempre con las limitaciones que van del personaje narrado al incorporado; del parlamento ajustado a la verdad documental al escrito con hálito teatral; o de la fábula que interesa por su contenido humano o social, en lugar de por sus conflictos, presentación de situaciones o tensión dramática.

La respuesta se encuentra al comprobar cómo esos temas que poseían un interés por su valor testimonial, hoy impactan en el espectador antes, de otra manera y con más detalles pormenorizados. Cuando Julian Assange puede con sus Wiki Leaks montar un teatro en la embajada de Ecuador de Londres y divulgar información comprometida de todos los países, es complicado que los mejores dramaturgos y directores puedan competir con los argumentos del teatro documento, al que hay que reconocer su contribución a la historia del teatro.

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