La voz antigua

Contextualizando

Empecé a escribir esta columna hace dos semanas a la vuelta de Brzezinka, el lugar donde tuvieron lugar las actividades parateatrales de Jerzy Grotowski y que el Instituto Grotowski utiliza en la actualidad para realizar parte sus actividades teatrales. Esta columna no escrita nació allí, en comunidad, compartiendo espacio, trabajo y casa; practicando Kalarippayatu, un antiguo arte marcial indio que hace respirar el aire de los rituales antiguos. En aquellos momentos, en medio del bosque, sin internet y con dedicación exclusiva al trabajo, podía intuir que existen los oasis antiguos en los que el tiempo se detiene y nos rescata de la implacable rueda que mueve al mundo.

Empecé a escribir esta columna mientras deshacía las maletas llenas de ropa sudada y de sonrisas, mientras abría los periódicos en el ordenador después de una semana de abstinencia tecnológica y la sonrisa se congelaba en mi boca al descubrir que las balas volaban en gaza; la utopía se cerró de golpe con sabor metálico en la boca y las lágrimas bañadas por la vergüenza.

Empecé a escribir esta columna cuando pensando en qué podíamos hacer nosotros desde el teatro cuando las bombas siguen silbando me encontré en un teatro rodeada de niños; decenas, cientos, cien para ser exactos; que sonriendo, bailando, cantando y actuando hacían que el corazón encogido por las balas se abriera con la fuerza de la risa; los niños son la esperanza y el teatro es una puerta hacia el futuro, hacia la tolerancia y la entrega. El amor genera amor y el odio no genera más que violencia. Era el cierre del festival Brave Kids de Wrocław donde cien niños, marroquíes, israelíes, georgianos, indios, brasileños y de hasta diecisiete nacionalidades diferentes hacían que fuera posible creer que se puede aprender a compartir, a beber del otro, a no odiar sino a amar la diferencia y a abrazarla a través del teatro.

Empecé a escribir esta columna cuando intentando escribirla se me acumulaban las muertes en gaza y no sabía qué hacer con el horror de esas cifras que eran personas y que seguían creciendo ante mis ojos asombrados.

Empecé a escribir esta columna cuando a la vuelta de Polonia y de paso por Bilbao camino a la Rioja escuché que el camino que yo acababa de recorrer había sido recorrido en parte por otra persona que había caído en las garras de la muerte; Alex, no sé qué decir, solo que siento de veras y de corazón tu pérdida; recuerdo tu mirada amable al otro lado de la mesa de ese tribunal de becas que ha hecho posible cumplir los sueños de tantos profesionales de las artes escénicas. No te pude conocer más que en esos instantes de prueba y de decisión, pero tu mirada destilaba bondad y estoy segura de que se ha perdido un gran actor y una bellísima persona. Descanses en paz.

Empecé a escribir esta columna muchas veces pero nunca la escribí del todo, no sé cómo contextualizar la muerte.

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