Y no es coña

Cuando la razón acude

Acabamos de pasar la semana en Cádiz, en su Festival Iberoamericano que celebraba su trigésima segunda edición, cambiando de sede donde la troupe festivalera se alojaba, desayunaba y comía. Un cambio hacia el centro de la ciudad, que ayuda bastante a los invitados a manejar su tiempo y sus viajes. Más libertad, para entendernos. Un cambio que inquietaba al principio aunque ha sido excelente, pese a que el aumento del coste, hubiera hecho rebajar presencia de compañías e invitados para balancear el presupuesto. Un presupuesto, por cierto, que desde aquí recomendamos a todos lo concurrentes a su apoyo institucional se incremente, para ajustar mejor los objetivos y las realidades financieras del FIT de esta nueva época.

Sobre las obras vistas, algunas de ellas criticadas en este periódico por Manuel Sesma, las opiniones siempre se aquilatan a las circunstancias. No se puede criticar con las mismas herramientas y exigencias a equipos de trabajo, jóvenes, de realidades sociales y económicas tan diferentes, y en algunos casos con tantas pocas posibilidades de conseguir producciones competitivas con lo que se hace en otros países iberoamericanos, y mucho menos con Europa. E insistiré hasta la saciedad: un festival Iberoamericano debe atender a todas las realidades teatrales iberoamericanas, sin excepción, ofrecer una muestra lo más amplia posible sabiendo, como decía más arriba las diferencias objetivas en la formación y la producción. He visto realidades ya contrastadas en su buen nivel, nuevos grupos que presentan mucha fuerza, ilusión pero que necesitan madurar en formas y técnicas. Revelaciones fascinantes, constataciones que abundan en unas preocupaciones éticas y políticas, de todo un poco. No quiero citar a nadie, para no dejarme a nadie sin citar.

Pero insistiré en algo que en la sesión de cierre de los encuentros y debates, su director, Eberto García Abreu, señaló de manera amable y que encuentro es algo urgente para realizar, no solamente refiriéndose al FIT sino a todos los festivales. Eberto manifestaba la necesidad de una implicación más efectiva de las personas que presentan ponencias y foros, que se centrasen más en la propuesta del temario y que no fuese la gente a decir la suya, aunque no tuviera nada que ver con lo tratado. Yo noto que en los conservatorios, hay personas que se sienten impelidas a intervenir, pero su aportación es anecdótica, como de hacerla mejor en la terraza o en la mesa del comedor.

Propuso que en vez de estos encuentros abiertos, se cambiara al modelo a mesas de trabajo. O al menso se combinaran y me parece algo importante. Debemos aprovechar muy bien el tiempo, no podemos estar divagando constantemente, se necesitan tener claras las cosas para poder tomar decisiones, influir en las instituciones y sus responsables para que vayamos poniendo el reloj en hora, que volvamos a repensar qué es un festival, para qué se hace, por qué, para quién, sus modelos de financiación, los que son públicos y los privados con ayuda pública, los genéricos y los que se dedican a un tema, un género o un espacio plurinacional como son los Iberoamericanos.

Yo propongo, ya, amigo Eberto, director Pepe, una mesa cerrada, con auténticos especialistas y que se hayan dedicado a pensar sobre el asunto, no muy numerosa, para que se junten, discutan, propongan y salgan a los tres días o cuatro con una proclamación, un manifiesto, un documento que en cuatro líneas ayude a responder esas preguntas o a filtrarlas para que la pregunta sea más profunda y bien dirigida. Ya que nos movemos con la ilusión, la voluntad, la ilusión, la pasión, propongo, yo un alocado ser contradictorio y visceral, que de vez en cuando la razón se empodere de nuestro quehacer, y la pongamos al servicio del dibujo y boceto de unos nuevos paradigmas para las siguientes décadas.

 

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