Sud Aca Opina

Dulce amargura de una espera

Esperar siempre conlleva un cierto grado de incertidumbre en el cual se mezclan de manera desordenada e incontrolable, expectativas tanto positivas como negativas del resultado a venir.

Si es un hijo lo primero que uno espera es que nazca sanito, después que se parezca a la madre y ojala al padre también, y que todo salga bien el día del parto, que todo salga bien. Por más que hagamos esfuerzos por mentalizarnos positivamente, no podemos dejar de pensar en la posibilidad de un problema hasta que al momento del nacimiento finalmente podemos respirar con alivio. La mentada «dulce espera» no deja de tener ciertas noches de insomnio por los pensamientos amargos que nos invaden para quitarnos el sueño.

Lo mismo pasa en un juicio donde podemos estar convencidos que los argumentos expuestos son de sumo convincentes para avalar nuestra postura. La amarga espera será hasta el momento del fallo final ya que siempre existirá la duda de si fuimos lo suficientemente convincentes como para hacer entrar al juez en nuestro razonamiento.

¿Y que pasa con el arte?

El arte es una espera continua interrumpida brevemente por obras intermedias. Un verdadero artista siempre esperará la llegada de ese momento en que su creación llegue al máximo de la capacidad expresiva, materializada en una obra tangible, momento que por supuesto jamás ha tenido la fortuna de vivir ningún creador. La única alternativa posible para hacer más vivible la amargura de esa espera, es diluirla en un proceso creativo perpetuo en que el movimiento solo permita pensar en el siguiente paso sin permitir la posibilidad de planteamientos negativos sobre posibles finales desastrosos.

La espera siempre ha sido compañera de las expectativas y son estas las que pueden amargar cualquier acontecimiento.

¿A quién no le ha pasado tener expectativas tan enormes con respecto a un acontecimiento futuro, que al llegar este, a pesar de ser positivo, las expectativas superiores a la realidad, terminan por destruir una experiencia que pudo haber sido sublime.

El hacer más honesto no se motiva por las repercusiones del resultado, no apunta al éxito o consagración del artista a través de su creación sino que se nutre del proceso mismo en que el subconsciente nos comunica en un lenguaje muchas veces críptico su postura frente a la vida. A pesar de no encuadrarse necesariamente en una postura surrealista, de igual manera que en los sueños, el descubrimiento del propio ser a través de la expresión artística es la recompensa del creador, con la salvedad que los sueños son íntimos y aunque se compartan, la vivencia seguirá siendo personal, mientras que el arte le permite no solo al creador sino a todo quien esté dispuesto a sensibilizarse por la obra, a permitir que el sub consciente se nos exprese.

La amarga espera del desenlace puede ser más amable si le damos la oportunidad a esa inmensa sabiduría que todos tenemos dentro para que se nos haga presente cada vez que compartamos la experiencia artística ya sea desde la misma creación o como receptor del mensaje de otros.

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