Sangrado semanal

La aspirina metafísica de Jodorowsky

El lunes pasado estuvo Alejandro Jodorowsky en el Teatro Arriaga de Bilbao. Lucía en el cielo una espléndida luna llena preñada de buenos augurios. Era una gran luna redonda que caía, precisamente, en su día, el «Mond day», el «Lunae dies»: el día de la luna. Tanto llenazo hubo en el Arriaga que Ojo de Oro, alargó su estancia un día más, hasta el martes para ser exactos, el día de Marte, el día de la guerra. Parece ser que Jodorowsky no luchó más el martes que el lunes para conseguir conducir a los espectadores-participantes de su espectáculo-taller al lugar donde quería que estuvieran, que no era otro que el de la línea de salida.

Porque lo que este señor traía entre sus manos como propuesta no era un espectáculo al uso dónde el que está en el escenario hace y los que están en las butacas deshacen pasivamente, sino que traía un taller práctico en el que pretendía que todos los asistentes de aquella noche participaran activamente en los ejercicios y experiencias que proponía.

Cierto es que impresionaba ver a todo el teatro ponerse en pie para buscar a algún otro a quien contar la vida en 5 minutos. Y volver a hacerlo después para reducir el relato a 3 minutos. Y aún más, para esencializar la experiencia vital ante un nuevo perfecto desconocido en menos de 60 segundos. Resulta curioso comprobar también lo sencillo que resulta, a veces, llegar a la esencia o la entraña. Sobre todo cuando le quitan al neocórtex cerebral el tiempo que necesita para analizar, sopesar y controlar la situación.

Alejandro Jodorowsky es un señor simpático, su jovialidad delata continuamente al niño, muy vivo, por cierto, que lleva dentro. Tiene unos andares curiosamente chistosos y una vitalidad «impropia de un señor de su edad». Gusta de contar historias y utiliza, además, distintas voces para ello. Entre otros relatos, Jodorowsky nos contó que cuando tenía 4 años, su padre le volvió ateo de golpe y porrazo. Sin entrar en detalles, la cuestión es que, a tal edad, el niño recibió una medallita religiosa como regalo y muy contento fue enseñársela a su papá. Y su papá, ni corto ni perezoso, se la arrancó de las manos y la tiró al inodoro mientras le gritaba: ¡Dios no existe! ¿Te enteras? Después de esta vida no hay otra, nos morimos y nos pudrimos bajo tierra y eso fue todo. ¿Entendido?

Nos contó Jodorowsky que, desde entonces, no paró de buscar una aspirina metafísica que le aliviara el mal que le causó tal acontecimiento. Y así, comenzó a bucear en distintas religiones y tradiciones espirituales, a estudiar el tarot y el antiguo Egipto, a hacer películas simbolistas y teatro, a desarrollar la psico-magia y a empezar, tal y como el mismo dice, a acompañar a las personas. Comenzó a escribir a la tierna edad de 60 años y dice haber encontrado el amor verdadero hace muy poquito tiempo. Teniendo en cuenta que se ha casado tres veces y que ronda los 80, podemos afirmar sin miedo a equivocarnos que es un auténtico ejemplo del «nunca es tarde si la dicha es buena».

Trató Jodorowsky de hacernos llegar, de forma condensada y en 2 horas de reloj, los principios básicos de desarrollo personal que él ha sintetizado y esencial izado después de toda una vida. Nos habló de los diferentes centros desde los que puede hablar el ser humano: cabeza, corazón y sexo. Nos contó historias encaminadas a ayudarnos a determinar cuál es la finalidad de uno en la vida. Y nos propuso una meditación que os hago llegar desde estas páginas:

Cierra los ojos y, desde una postura corporal cómoda, trata de imaginar, visualizar o hacerte a la idea de lo siguiente:

– No tienes nombre

– No tienes cuerpo

– No tienes familia

– No tienes género (ni hombre ni mujer)

– No tienes nacionalidad

– No tienes raza

– No tienes futuro

Sigue respirando en el momento presente. Pregunta: ¿De cuál de estas cosas te ha resultado más difícil deshacerte?

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