Críticas de espectáculos

La lengua madre/Juan José Millás/Juan Diego

  Un monólogo sobre la perversión de la palabra

 Al personaje que interpreta Juan Diego en La lengua madre de Millás se le van cayendo los papeles tal y como entra en la sala en la que va a impartir su conferencia. Al fin, tras recogerlos como puede, alcanza, pulcramente aseado y un poquito nervioso, el lugar escuetamente preparado – con su mesa, su silla, su vaso de cristal y su jarra de agua – desde el que nos va a hablar. Y es entonces cuando mira al tendido y se encuentra con la sala 2 de los Luchana – con más de 200 localidades – llena de gente a rebosar. Por la cara que pone de sorpresa – se le podrían contar las arruguitas que se le forman en el rostro debido a la impresión – queda claro que no está acostumbrado a tan abundantes auditorios – diez o doce personas son su estándar, dispersas en la estancia al tuntún, leyendo algunas el periódico, otras dormidas y con los ojos en blanco las demás. Pero no se amilana, da un paso al frente y expone el abstruso sujeto de su charla, la palabra y su significado, un binomio que no suele encajar.

Ya de por sí el tema no es muy fácil. Hay que conocer vocabulario y saberlo aplicar. Cuando no se fue un niño muy despierto, como le ocurrió al conferenciante, puedes meter la pata con frecuencia e incluso preocupar a la familia. Confundir los nombres de las cosas, y aun más de las personas, es un error imperdonable en nuestra sociedad y eso es lo que le pasaba al chiquillo. Así creció en un mundo confuso en el que las palabras, manipuladas por las instituciones y la gente de mal vivir, habían perdido su sentido o, al menos, el que el común les daba de ordinario, para convertirse en moneda de cambio de la que se trajina en el mercado. Un expolio que no tiene perdón en cuanto que la lengua, imprescindible para comunicarnos e incluso para hablar con nosotros mismos – eso que algunos exquisitos llaman reflexionar – ha sido modelada por todos aunque ahora aquellos que nos quieren camelar la soben y desfloren para lograr sus fines. En una situación tan desairada, al personaje de Juan José Millás no le ha quedado otro remedio que refugiarse en el diccionario para intentar volver a la pureza, al verdadero significado, pero lo que parecía tan seguro se le va a complicar una vez más. Y es que, ordenadas en orden alfabético como están, las diferentes voces se le van a aparecer de inmediato como extrañas compañeras de cama: así, váter linda con vaticano o culo va seguido de culpa, lo que da que pensar.

Suficiente como para amargarte la vida, estima nuestro conferenciante. Que ni siquiera te puedas manejar por el mundo de los vocablos sin tener miedo a tropezar y darte de bruces contra el suelo es una triste gracia. Pero, en el fondo, que la gente vaya generando el lenguaje y el poder se haga con él y lo corrompa, eso viene ocurriendo desde el principio de los tiempos. A lo sencillo que resulta el nombrar a la naturaleza – al monte, el árbol, el animal e incluso a nuestra especie – la sociedad lo ha ido embarullando con la aparición de ficciones – los mitos, las leyendas, las religiones – que no existen en la realidad. Hoy, por ejemplo, no podemos vivir sin echar mano de la economía, un credo imaginario que ni sus «conocedores» comprenden si no es más que para engatusar pero que determina nuestro mundo y les da la vuelta a los conceptos. Así, lo que antes era nuestra capacidad «de ahorro» – nos explica Juan Diego – se ha convertido en la actualidad en nuestra capacidad «de deuda», es decir, de gastar. Y son esos conceptos invertidos los que distorsionan las palabras para que convengan a gobiernos y bancos e incluso, cuando provienen de otras lenguas, se las despacha de un plumazo y se las sustituye sin más. Verbigracia, la prensa nos informa con su habitual seriedad de que, convocados por la fundación de El Corte Inglés, los jueces y fiscales se van a reunir próximamente para tratar de un tema crucial: «la responsabilidad penal de la empresa y los programas de compliance». Y menos mal que lo han puesto en cursiva para evitar seguramente la causticidad de un Millás.

Bien pautado su trabajo por Emilio Hernández, Juan Diego está sensacional en su papel de modesto charlista que puede que vaya a trompicones por la vida pero siempre con esa claridad que da el saber mirar y también escuchar (su padre era capaz de acertar, con tan sólo agitarla, cuantas gominolas quedaban en la caja y pareciera que ha heredado ese don). Mano a mano con Juan José Millás y a partir de un texto original de éste, ha ido componiendo un personaje como construye un relojero una maquinaria de precisión, poco a poco, mimando cada pieza y ensamblando el conjunto con delectación. Y el público se lo agradece tributándole una gran ovación. Estrenada en el Teatro Rojas de Toledo en noviembre de 2012 y tras recorrer media España, La lengua madre llega ahora a Madrid por tercera vez tras haber visitado el Bellas Artes y la sala pequeña del Español. Y lo que le queda por andar.

David Ladra

Título: La lengua madre – Autor: Juan José Millás – Intérprete: Juan Diego – Director: Emilio Hernández. Teatros Luchana, sala 2

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