Sangrado semanal

La sala de los secretos

Decía el periódico días atrás, que hacía poco había cerrado sus puertas un restaurante de Bilbao que estuvo abierto durante varias décadas y que se convitirtió en un clásico gracias al buen hacer de su dueño y a las generosas raciones que ofrecía. Había cerrado con discreción, en las inmediaciones temporales de la Semana Grande bilbaína. Pero lo que más llamó mi atención sobre todo aquello fue una expresión contenida en aquellas páginas: ¡Si aquellas paredes hablaran!, había escrito el periodista. ¿Por qué? Porque cantidad de secretos, pactos políticos y económicos se habían cerrado en las mesas de aquel comedor durante años. Y ¿Ahora qué? me pregunto. Imagino el local vacío, tras haber albergado tanta vida y barriga. ¿Cómo será entrar en un lugar así? ¿Resonarán los pasos en el pavimento? ¿Se oirán las medias voces de los comensales, cerrando pactos secretos entre pil-piles y kokotxas? ¿A qué sonará la ausencia de la algarabía entre fogones?

Yo, que ni siquiera sé a dónde fueron los besos que sí dimos, intuyo que los lugares habitados por el hombre se llenan de nuestros susurros y si no, que le pregunten a la Alhambra. Siempre llena de gente con tres horas pagadas para visitarla y, aún así, la gran construcción te empieza a contar cosas al menor descuido: puede bastar un inesperado momento de paz entre oleada y oleada humana que te pille mirando el paisaje verde del Albaicin a través de uno de los ventanucos de palacio. El viento te acaricia la oreja y parece traer secretos de otros tiempos que amortiguan el ruido de los turistas y te permiten mirar con los ojos de una princesa mora o de un emisario de un país lejano. De hecho, en la Alhambra hay hasta una Sala de los Secretos: se trata de un espacio con 12 arcos que permite compartir una conversación en susurros con la persona situada al otro extremo de la sala, sin que nadie que esté dentro de ella se pueda percatar de nada ni escuchar una sola de las palabras compartidas.

Curioso ¿verdad? La fascinación que siempre han ejercido los secretos en la humanidad, el importante papel que adquieren las conversaciones compartidas a contra luz que son escuchadas tras una cortina. Así se hacía antes, a riesgo de perecer bajo la ira de la espada de quien se siente descubierto. Hoy en día, se pinchan teléfonos, desparecen discos duros y se espía por la red. Diferentes máscaras para la misma pulsión por apropiarse de la información ajena o por compartir ciertas nuevas clasificadas. Y si no, que se lo digan a Assange y a Wikileaks.

¡Si las paredes hablaran! Hablar, igual hablan, oiga. Igual somos nosotros quienes nos sabemos escuchar. Igual un lugar recién inaugurado recoge las voces de la fiesta, que se quedarán danzando para siempre en sus paredes. Igual los actores que han recorrido teatros con solera saben de eso. De todas las cosas con mayúscula que se han dicho en esos templos de la palabra, tan cargados de razones y pasiones, plenos de hombres y mujeres escuchando tras las cortinas para saber cuando es el momento de salir a gritar la verdad al mundo. Aunque sea en susurros.

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