Y no es coña

La Zaranda

La concesión del Premio Nacional de Teatro al grupo jerezano La Zaranda ha venido a incorporar una suerte de equilibrio emocional dentro de los amantes del Teatro. Lo que más se ha escuchado y leído tras este premio concedido por el Ministerio de Cultura español, es que se ha premiado al Teatro. Se ha producido un aluvión de gentes que se han sentido muy aliviadas porque se ha reconocido treinta años de coherencia, estado de gracia, búsqueda y fidelidad a una estética que trasluce una visión del ser humano que no se coloca en los convencionalismos.

Cuando alguien de la entidad de La Zaranda recibe un premio de estas características, dotado, además, con treinta mil euros, aparecen los que se reivindican como descubridores, como agentes insustituibles de su existencia. Brotan las amistades sobrevenidas, los recuerdos, las admiraciones por encima de cualquier objetividad. No es el tiempo, claro está, de analizar críticamente la vida artística de La Zaranda, pero sí que podemos aprovechar la coyuntura y decir de una vez por todas lo mal que ha tratado a estos creadores el sistema teatral español en general.

He tenido la oportunidad de estar en los estrenos absolutos de tres de sus cuatro últimas producciones. Justamente el estreno de hace apenas un mes en Girona, es el que no he visto. Pero con otra groupie de La Zaranda, Rosana Torres hemos estado en París, Baiona y Toulouse, viendo nacer sus criaturas, sus sueños, sus inquietudes. Desde sus inicios hasta hoy, han sido una de esas pocas certidumbres que la escena española ha ido proporcionando al mundo entero. Decíamos que habíamos asistido a sus estrenos, pero en nuestros viajes los hemos encontrado en los mejores festivales, en las programaciones más importantes del mundo entero, el iberoamericano especialmente, excepto en el Estado español.

Ahora es el momento de analizar esa disfunción absolutamente incomprensible. La Zaranda, si no fuera por sus giras exteriores sería un bello recuerdo, no existiría. Los estudios sobre sus lenguajes, sus trayectorias, se han hecho fuera, nunca aquí. El sistema teatral español ha estado de espaldas a La Zaranda. Tanto en el terreno intelectual, como en el académico como en el de la programación habitual. Digan lo que digan ahora los aduladores y oportunistas.

Pero, a su vez, los fieles, los amantes de sus lenguajes han sido fanáticos defensores a ultranza, propagadores de sus bondades por encima de cualquier circunstancia. Y está claro que han sido fijos en algunos festivales, habituales en algunos puntos de programación, al igual que no reconocidos en otros, como es el caso de Catalunya en general, pese a que este año, como se ha dicho arriba, se estrenó su última obra con coproducción del festival Temporada Alta. Los que les han defendido han sido incondicionales, y los que los han ignorado, han puesto por delante ese lenguaje soez que es el número de espectadores, o la dificultad de su lenguaje sin concesiones.

Por un compendio de circunstancias que van desde la poca profusión, la falta de un aparato de propaganda o comunicación que les dote de este añadido para que se les conozca, no han conseguido unas respuestas masivas de espectadores. Insistimos, aquí, porque, por ejemplo en Buenos Aires, La Zaranda se coloca mes y medio en un teatro comercial, a taquilla y llena casi todos los días. O en los festivales adonde acuden son los espectáculos que antes se llenan. ¿Qué sucede con La Zaranda en el Estado español?

Es difícil dar una respuesta sencilla y única, solamente tenemos una esperanza: que este Premio sirva para abrir algunos cerrojos mentales, para eliminar algunos prejuicios de ciertos sectores de la programación y que se consiga, por el bien del teatro y de los públicos más aficionados, que se les conozca como se merecen. Con ellos, el Teatro, y por lo tanto la existencia, la cultura, se convierten en un bien imprescindible.

Nosotros los queremos tanto que este premio nos parece una simple excusa para seguir hablando de y con ellos de Teatro alrededor de una mesa ligera bien regada.

 

 

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