Rebel delirium

LIFT (I) Un Hamlet de pocas palabras

Con la entrada te dan un papel con una serie de instrucciones. Una dice, «el espectáculo dura 90 minutos, tendrás que estar de pie y entrarás por la puerta trasera». Casualidad o no, justo al lado de la puerta de entrada está el container del restaurante del teatro. El olor es fortísimo y la espera en la cola es terrible. Tras cruzar una sala llena de focos y bultos con regidores alertándote de no quedarte enredado con los cables que hay por el suelo, se llega a una sala oscura iluminada por cuatro fluorescentes. Efectivamente, no hay butacas ni tampoco escenario. La gente va entrando, ocupando tímidamente todo el espacio. El inicio es igual al de «La consagración de la primavera» de Roger Bernat, pero sin auriculares. Se apagan las luces y empieza la obra, «Hamlet».

Estamos en el centro de una casa de muñecas gigante. El espectador puede pasearse por el espacio y ver el interior de las habitaciones cuando se iluminan. Las estancias quedan a un metro del suelo con lo que hay buena visibilidad desde cualquier parte de la sala. El espectáculo empieza con las proyecciones del padre de Hamlet caminando tranquilamente entre árboles. De repente se ilumina la primera de las habitaciones, es la sala de espera de un tanatorio o de unas oficinas. Es la más larga y ocupa completamente uno de los cuatro lados. El público se resitúa, se mueve, se coloca bien para poder ver uno de los mejores entierros que he visto en escena.

El texto es original, son las mismas palabras que escribió Shakespeare. Entiendo poco o casi nada. Pero por suerte esta versión es un collage de escenas, solo los momentos más memorables, el resto es silencio (como el título de este montaje, «The rest is silence»). La estética de la casa es minimalista, de un blanco casi impoluto, y cada cubículo es una estancia diferente: una librería, un despacho, un baño, una habitación de matrimonio, un sala de espera… Las habitaciones están cerradas por un plástico translúcido, el sonido está amplificado y en algún momento hay problemas con la microfonía. Los diálogos entre los personajes a veces se cruzan desde habitaciones opuestas, con lo cual el espectador tiene que ir moviéndose constantemente. Es un movimiento suave. Llega el momento del famoso verso, en esa ocasión interpretado por todos los personajes, menos por Hamlet, que solo mueve los labios. Cada uno de ellos lo recita a su manera, pero todos a la vez. El público se pasea de un lado para otro, no se entiende nada, a menos que te acerques mucho. Parece una comunión, con el murmullo de fondo y todo el mundo dando vueltas alrededor de la casa. Una imagen que voy a recordar.

El montaje tiene a la vez muchos elementos cinematográficos. Dentro de las estancias hay a menudo imágenes proyectadas y el techo de la sala sirve a la vez de pantalla gigante. Todo el conjunto escenográfico parece un plató. De hecho, el Riverside Studios, el teatro que acoge esta obra, es un espacio dedicado sobre todo a la producción audiovisual. El diseño escenográfico es realmente espectacular. La compañía Dreamthinkspeak lleva muchos años trabajando site-specific. Son, junto con Punchdrunk, los clásicos ingleses de este género.

El London International Festival of Theatre (LIFT) empieza fuerte, haciendo lo que en mi opinión tiene que hacer un festival: producir espectáculos especiales. Empezaron con la adaptación de 8 horas de «The great Gatsby», el clásico de Scott Fitzgerald. Y hay programadas compañías de Iraq, Líban y Tunisia. La semana que viene explicaremos el trabajo de una compañía bielorusa censurada en su país, cuyos actores y director han pasado por la cárcel por motivos políticos en diversas ocasiones. El LIFT promete.

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