Sangrado semanal

No hay clase media

Acarreo la maleta escaleras arriba. Vivo en un segundo piso sin ascensor. La escalera es jodida. Una casa antigua, 100 años de polvos e historia. Acarreo la maleta, digo, escaleras arriba. Lleva todo lo que cabe en uno de mis espectáculos. Un típico solo con silla y mesita. Seguro que sabéis de lo que os hablo. Acarreo, digo, la maleta, después de la función, escaleras arriba y me digo que en este oficio del arte escénico, no hay clase media. Pienso en Beyoncé: A ésa, seguro que le llevan las maletas. Pienso en mis compañeros y compañeras de oficio. En cómo anunciamos nuestras funciones en Facebook. En los momentos de brillo y en los momentos furgoneta. Pienso también en las maletas, mientras mis pies siguen subiendo escaleras arriba, telón abajo, sueños despiertos, enfoque eterno.

No hay clase media en esto del teatro.

Escucho a Leonard Cohen en una entrevista hablar del hard work y de lo importante que fue para él el hecho de necesitar dinero para vivir. La pasta puede ser buen aliciente para hacer más y mejor lo que haces. Es apasionante y trabajo duro. Hace falta creer que se puede hacer dinero con ello. 

También habla Cohen de lo importante que es, al escribir tu canción, encontrar aquellas cosas que te suscitan un interés profundo. Y para eso explica toda la morralla que sale primero de la cabeza de una escritora o artista: pensamientos burocráticos, aprendidos, encajonados, producto del borboteo infame de palabras y pensamientos que pueblan el come-come habitual de nuestra actividad cerebral. Purgar todo eso primero, vertiendo sobre el papel o en el propio cuerpo si danzas o en la palabra si actúas, aquello que sale de dentro, haciendo mil versiones, hasta que aparezca una gema y, después, cortarla entera, para ver si brilla realmente. Y así, todo el rato sin parar.

Lo que queda después de toda esa purga, cabe en una maleta. Esa que acarrean los artistas y músicos que caminan sol@s a las 11 de la noche o a las tres de la mañana, cuesta arriba o cuesta abajo, después de la función, camino a casa. Los ojos encendidos, como platos. La maleta pesa menos de lo que debería, en realidad. Porque volvemos enchufados. A pesar de las penurias económicas, volvemos enchufados. Y no nos vendemos al mejor postor. A no ser, claro está, que nos lleven las maletas. [Guiño cómplice de fin de asunto]

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