Sangrado semanal

Pánico, poder y placer

Dice Annie Marquier en su libro, el Maestro del Corazón, que la mayoría de los seres humanos vivimos bajo el influjo del mecanismo de las tres P, a saber: Pánico, Poder y Placer. Según cuenta la directora del Instituto para el Desarrollo de la Persona, este viejo mecanismo lleva miles de años operando por nosotros y es el que nos ha permitido, entre otras cosas, sobrevivir como especie y llegar invictos hasta nuestros días. Otra cosa sería preguntarse a qué precio lo hemos conseguido.

Tres instintos básicos, por tanto, que han regido la supervivencia de la especie y que se han transformado con los años en tres instintos psicológicos, dando lugar a diferentes tipos de comportamiento que son comunes a la raza humana y que todos hemos experimentado en mayor o menor medida, exceptuando, quizás, a algún iluminado o alguna fuera de serie que se salga mucho de la campana de Gauss. Lo que si parece estar claro es que por muy guapos y altos y listos que nos hayamos vuelto, estas tres fuerzas primarias siguen operando en nosotros con la misma fuerza del primer día, pero lo hacen ante situaciones que no se corresponden con aquellas propias de los albores de la humanidad. Aunque eso no sea impedimento para que desencadenen en nosotros reacciones tan fuertes como aquellas, cuando nos sentimos, por ejemplo, amenazados. Y si no ¿por qué nos dan ganas de matar a la señora que se nos intenta colar en la cola del supermercado? ¿Verdaderamente es para tanto?

El primer instinto básico que opera en nosotros, tanto a nivel físico como psicológico, es el pánico, es decir, el miedo. A su vez, el temor estrictamente físico tiene su traducción psicológica en el estrés y la ansiedad y en un sentimiento no manifiesto de inseguridad. A pesar de que hoy en día, al menos en ciertos lugares del planeta, ya no tengamos miedo de que nos devore una fiera al salir de casa, seguimos albergando muchos miedos interiores activos relativos a nuestra integridad física (que nos roben, por ejemplo), pero también una larga ristra de miedos psicológicos como son el miedo a no ser amado, el miedo al futuro, a la soledad, a la autoridad, al ridículo, a perder el trabajo…

Tenemos miedo de todo lo que amenace la identidad que nos hemos construido.

El segundo instinto básico es el placer y su componente originario es el sexo. El instinto de reproducción ha ido evolucionando a lo largo de los años hasta transformarse en una búsqueda desenfrenada del placer. En un intento por llenar el vacío interior hemos construido toda una sociedad de consumo que nos permite sentir satisfacción inmediata con placeres que adoptan diferentes formas y que nunca nos sacian del todo: vacaciones de lujo, cenas, coches, fiestas locas, desenfreno, compra de ropa y de todo tipo de productos… Dentro de esta locura consumista de placer inmediato no podía faltar el sexo, al que también hemos puesto al servicio de una gratificación instantánea física y emocional. Si la búsqueda del placer se realiza exclusivamente desde este tipo de conciencia inferior, sólo sirve para reforzar los mecanismos primarios de egoísmo y supervivencia.

El tercer instinto básico es el poder. La protección del territorio ha ido creciendo hasta convertirse en la búsqueda de poder, caracterizado por la dominación, la humillación, la competición, el egoísmo y el abuso en todas sus formas. Cuanto más desarrollada está la mente, más peligrosa, activa y retorcida puede ser la búsqueda del poder. Resulta obvio que este mecanismo sigue vigente en todo su esplendor ya que es la fuente de todos los conflictos bélicos y de muchos de los pequeños conflictos cotidianos que vivimos en el trabajo, la pareja, etc.

Parece ser, que la inteligencia del ser humano sigue supeditada, en la gran mayoría de nosotros, a estos tres instintos básicos, bautizados con el nombre de las tres P. El mecanismo de las tres P genera ciertas emociones «negativas», que Marquier denomina emociones separadoras, porque nos alejan de los demás: Con el miedo por ejemplo, el otro siempre es un enemigo en potencia. La búsqueda del placer genera, a su vez, una actitud de depredador con la que uno trata de saciar su sed a costa de los demás. La búsqueda egoísta del placer genera orgullo, vanidad, violencia, odio y fanatismo y nos hace estar siempre, o bien en la posición de quien ejerce poder sobre los demás o en la de víctima sobre quien se ejerce el poder.

Siempre según Marquier, la activación del mecanismo de las tres P y las emociones negativas asociadas forman parte natural de nuestro proceso evolutivo. En un estadio más avanzado de dicho proceso evolutivo podríamos llegar a desactivar dicho mecanismo después de haber tomado consciencia del mismo. Entonces, empezaríamos a elegir conscientemente las emociones positivas, pero a pesar de ello, durante un largo periodo de tiempo, la herencia de las tres P sería tan fuerte que muchas veces no podríamos evitar sentirnos invadidos por oleadas de ira, frustración, u odio que no serían más que expresiones de la activación de alguno de estos mecanismos que llevamos grabados a fuego y que no podemos controlar desde nuestra parte más racional.

Algo de esto debió de intuir Don Miguel de Unamuno cuando puso en boca de su Fedra las siguientes palabras: «Yo le venceré yo. Esto es más fuerte que yo. No se quién me empuja desde muy dentro». En el caso de Fedra, locamente enamorada de su hijastro, a quien no puede tener, se ponen de manifiesto las tres P: Pánico que genera un sentimiento angustiante de inseguridad por no dominar sus sentimientos (miedo); Deseo sexual imperioso por su hijastro y búsqueda del poder, cuando no puede obtener del sujeto amado lo que desea (placer). Entonces, teje toda una suerte de engaños para doblegarlo a sus intenciones (poder).

Yendo más allá de un personaje concreto para ampliar la vista y abarcar un territorio más amplio, pregunto: ¿Existe acaso alguna gran obra del teatro universal que no gire en torno al mecanismo de las tres P o alguno de sus componentes? Pienso en las tragedias griegas, en autores como Shakespeare, Lorca, Müller, Sinisterra… y no encuentro ninguno. Si a alguien se le ocurre algún ejemplo, le pido que no dude en decirlo.

Por otra parte y pensando en la supuesta evolución de nuestra consciencia humana, no puedo evitar preguntar otra cosa:

¿De qué hablaría el teatro si la humanidad fuera capaz de superar el mecanismo de las tres P y nos convirtiéramos en agradables sabios de sonrisa apacible? ¿Desparecería entonces el teatro por no existir ya conflicto? Paladeo estas preguntas y no puedo evitar que me entre el pánico, así que imagino que, de momento, estamos salvados.

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