Foro fugaz

Primero la vida

Encerrados, fuera de circulación, enclaustrado, atemorizados… pero, ¡ya basta de lamentos! Saquemos lo mejor que podamos de este encierro, de este encuentro con el virus, leamos a Daniel Defoe, a Artaud o a Camus y sus respectivas visiones de la peste. Porque la adversidad nos hará más fuertes, más creativos, ingeniosos, perturbadores, magos de nuestro destino. Que nos amenace el virus, pero no la desidia; a cuidarnos del contagio, pero sin desaliento; resistamos a la melancolía. ¡Adelante con la vida!

 

Venga la canción española Resistiré. 

Cuando pierda todas las partidas
Cuando duerma con la soledad
Cuando se me cierren las salidas
Y la noche no me deje en paz

Cuando sienta miedo del silencio
Cuando cueste mantenerme en pie
Cuando se rebelen los recuerdos
Y me pongan contra la pared

Resistiré, erguido frente a todo
Me volveré de hierro para endurecer la piel
Y aunque los vientos de la vida soplen fuerte
Soy como el junco que se dobla, pero siempre sigue en pie

Detenidos ante nuestro destino, en un navío que avanza aunque parezca inmóvil, vamos a encontrar un nuevo eje de acción. Estos momentos deben servirnos para prepararnos mejor, para ver lo que no habíamos visto, para leer lo que se nos había escapado, para releer lo que hemos olvidado, para escuchar música, bailar, meditar, prepararnos para la señal de arranque que llegará y nos encontrará pujantes, plenos de actividad y proyectos. 

En este encierro he entendido el valor de las relaciones sociales, de las salas pletóricas, de la reunión con amigos, la importancia de los cafés y bistrós, de mis restoranes de barrio, de mis museos, de mis teatros y mis cines. Y con una firme decisión trato de imaginar este mundo que no dejará de lanzarnos retos, desafíos, que nos ayudarán rebasar nuestros límites. El mundo está mal, lo reconozco, pero hay que mejorarlo con que tenemos a la mano, y lo que tengo más cercano soy yo mismo. 

Cuando veo los estadios vacíos en los que se juegan los campeonatos de fútbol; la gran escena de la Ópera de París en la que se da la Gala de apertura de la temporada, sin la energía de los aplausos; cuando imagino la soledad del cirquero que en su rutina arriesga el ridículo y la vida sin las exclamaciones de la carpa, reafirmo la importancia del público como motor del espectáculo vivo, motor absoluto, en lo económico, en lo espiritual, en el desarrollo de nuevas técnicas. El espectáculo es para el público, y el público soy yo, es usted, somos todos. El público es una selección de la sociedad presente en la creación. 

Confirmo la emoción de ver desde el foro una sala pletórica, mi gusto de compartir con otros el mismo espectáculo, de encontrar conocidos en la sala, saludarnos, darnos la mano, un abrazo, un beso. El contacto con los otros es vital, ahora en el confinamiento lo añoro, y prometo gozarlo a fondo en esa reapertura de la vida. No en todos lados el encierro y la manera de afrontar la pandemia es la misma, por ejemplo muchos franceses se refugian en Madrid para gozar de la libertad que la ciudad ofrece, pero en todos lados el sentimiento de peligro e inquietud ronda, amenaza el contagio, vivimos confinados en nosotros mismos. Aspiremos a una vida creativa, vida vital, vida que sea vida. Por lo pronto desde el encierro.    

En París nos falta que se abran los museos, las salas de cine, los teatros, los restoranes. Por eso debemos repensar las estrategias para recuperar públicos, audiencias, volver capital e indispensable al espectáculo vivo, ese que nos hace más humanos. Debemos inventar una terapia para liberarnos de los artilugios con pantallas, nuestra nueva marca de esclavitud, encontrar el camino de regreso al teatro más floreciente, más audaz, más creativo. Después de la Primera Guerra mundial y de la mortífera epidemia que le siguió, se fincaron las bases de la evolución artística del siglo XX que transformó el teatro y las artes. A la salida de esta epidemia debemos preparar la estética del XXI que incluya las nuevas tecnologías, pero sin olvidar lo fundamental y rústico: el contacto humano que tanto nos falta.  

Creativos, despiertos, vivos. «Nada es más lamentable que nuestra muerte en espíritu. Nuestra muerte física sería menos penosa…», decía el sabio taoísta Chuang-Tzu, trescientos años antes de Cristo.

París, febrero de 2021

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