Sud Aca Opina

Sentidos bloqueados

Tuve la suerte de ser invitado al sur de mi país, ahí donde el continente sudamericano se sumerge en el Océano Pacífico, ahí donde la frontera entre la tierra y el mar es una línea sin definición precisa porque la furiosa vegetación pareciera alimentarse del mar, así como la verticalidad entre la tierra y el cielo se distorsiona cuando la lluvia pareciera caer de lado por efecto del viento.

 

Después de un rato conduciendo para internarnos en la selva fría, al bajarme del vehículo, lo primero que me llamó la atención, fue el olor de la tierra húmeda.

Por ser un individuo completamente urbano, se me había olvidado el olor de la naturaleza.

De niño tuve la suerte de vivir en un lugar lo suficientemente campestre como para que algunos olores se me quedaran grabados en la memoria antes de transformarme en el animal citadino en el que me he convertido hoy en día.

El olor de la tierra mojada, del pasto recién cortado, del hormigón fraguando en las casas que poco a poco fueron desplazando al campo.

Tomaba leche de vaca de verdad sacada de una ubre y no de una caja pasteurizada y ese olor en la cocina al hacerla hervir para tomarla sin riesgo, no se me olvidará jamás.

Los sentidos y la memoria están estrechamente ligados.

El olfato, es el sentido menospreciado en relación a los otros 4, aunque no cabe ninguna duda de su potencia.

¿Quién no se ha sentido transportado a la infancia al sentir el aroma de algún plato cocinado por la abuela, o verse en la cama de los papás al sentir esa fragancia del perfume de la mamá?

Los gases emitidos por el transporte urbano, sumados al desodorante ambiental de algunas oficinas, o la eterna basura en descomposición en los basureros públicos, nos han vuelto inmunes a los olores de la vida.

Sentimos tantos malos olores, que, como suele suceder, nuestro cuerpo utiliza el bloqueo como un mecanismo de defensa, pero al mismo tiempo, vamos perdiendo la finesa de percepción.

Pasa lo mismo con todos los sentidos; para bloquear el ruido de la ciudad nos blindamos con audífonos y perdemos así, el placer de escuchar el canto de los pájaros o el sonido de las hojas agitadas por el viento.

El tacto se nos vuelve áspero y somos insensibles al roce de una piel.

Lo homogeneizamos todo con azúcar, sal, ketchup y mayonesa, perdiendo la oportunidad de degustar los infinitos sabores a nuestra disposición.

Recibimos constantemente tantos estímulos visuales, que la gama cromática se nos disminuye a una decena de colores.

Incluso la sensibilidad espiritual catalizada por nuestros sentidos, se ve afectada.

Hemos perdido la capacidad de disfrutar con la alegría ajena, y lo peor de todo, nuestra capacidad de empatizar con aquellos que sufren, se ha visto disminuida.

Los seres humanos, al ir perdiendo esa sensibilidad que debería diferenciarnos de otras especies animales, nos estamos volviendo inhumanos.

¿Cómo recuperar la sensibilidad perdida?

Simplemente atreviéndonos a concentrarnos en cada uno de nuestros 5 sentidos.

Oler los buenos y malos perfumes de nuestro entorno.

Obligarnos a comer aquello que por prejuicio rechazamos.

Acariciar con amor a nuestros afectos, y por qué no, abrazar a un desconocido.

Escuchar atentamente el sonido de nuestro propio silencio.

Levantar la vista para deleitarnos con los detalles de las formas que nos rodean.

La sensibilidad bloqueada se puede recuperar.

¡Vamos que se puede!

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